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La Ciencia de la Luz en la posmodernidad tardocapitalista: apuntes de teología laica para el siglo XXI

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Por Luis Ángel Andrade Córdova

La “filosofía criticista” de Emmanuel Kant en los albores de la edad contemporánea y su impacto en la Ciencia de la Luz de los siglos posteriores

El pensamiento del filósofo prusiano (alemán) Emmanuel Kant (1724-1804), uno de los principales exponentes intelectuales del movimiento conocido como “ilustración” y precursor de lo que a la postre sería llamado “idealismo alemán” (Johann Gottlieb Fichte, Friedrich Schelling y Georg W. F. Hegel), además de representar un punto de inflexión en la historia de las ideas y en la historia política de Occidente, tuvo un impacto crucial en el desarrollo posterior de la Teología tanto protestante como católica.

El ambiente intelectual y espiritual durante el siglo XVIII, conocido unilateralmente como “siglo de las luces” por los panegiristas de la modernidad atea y agnóstica, estuvo marcado por un ataque constante y sesgado a la razón creyente y a la creencia razonada.

Propagandistas de la “razón mefistotélica” como Francisco María Arouet, mejor conocido como “Voltaire” se valieron no pocas veces de la distorsión de las realidades históricas y trascendentales para destruir el legado cultural de la cristiandad, con el único objetivo de afirmar la desmesura humana en el tiempo finito y hacer más grande el reinado del maligno. Baste recordar la frase atribuida al enciclopedista francés: “Jesucristo necesitó doce Apóstoles para propagar el cristianismo, YO voy a demostrar que basta solo uno para destruirlo” (no debemos olvidar, sin embargo, que la Santa Iglesia había incurrido, por su lado, en gravísimos errores históricos como las cruzadas, la inquisición y la simonía —el negociar la salvación con dinero contante y sonante—, al ser dirigida por hombres más interesados en las politiquerías de su tiempo que en una actividad auténticamente pastoral y evangelizadora. Papados como el de Benedicto IX o Alejandro VI son ejemplo de ello).

En este ingrato contexto de renuncia del mundo a las Verdades de Fe, la filosofía “criticista” del oriundo de Koenigsberg apareció como la nueva salvación ante el problema de la conciencia humana (tanto psicológica como moral), representando la consolidación y culminación de un ethos y una episteme marcados por un deseo de venganza y de afirmación onanista del intelecto humano anticristiano, en plena época de industrialización y de extensión exponencial del mundo material de los hombres.

A nuestro entender, la imposibilidad de conocer teoréticamente a Dios decretada inflexiblemente por el criticismo kantiano, presente a lo largo de toda su producción filosófica posterior a la primera crítica (de la “razón pura” en 1781), constituyó la expresión más fina de lo que podríamos llamar la “desencarnación del Logos” típica de la naciente modernidad ilustrada, la cual, con sus ataques discursivos, provocó una regresión antropológica de aproximadamente 1500 años (piénsese tan solo en el vaciamiento o desesencialización/desustanciación del concepto teológico/filosófico de persona).

Los efectos deletéreos del racionalismo ilustrado se hicieron sentir fuertemente en aquella época, particularmente en lo que respecta al ejercicio de una razón ahora desvinculada de su génesis tanto ontológica como histórica. De manera paradójica, la actitud “presentista” o “temporalista” de la razón iluminista hizo estragos en la capacidad del hombre de conocerse a sí mismo. Más preocupante aún, las consecuencias del giro copernicano kantiano, de sus efectos en los campos filosófico y político en Occidente y ahora en el resto del globo, se resienten hasta el día de hoy, cuando vivimos inmersos en una posmodernidad que ha despojado al mundo de su humanidad con la radicalización del “asalto nihilista a la razón”, que desde entonces ha tomado como hoja de ruta la execrable proclama nietzscheana de la “muerte de Dios”, especie de tumor filosófico del mismo idealismo de filogénesis y ontogénesis kantiana (Georg Lukács).

Como mencionábamos en la anterior entrega, la negación tajante y unilateral de la realidad del Logos Hecho Carne (Jn 1:14) afirmada por las nuevas sectas masónicas, así como por los sistemas filosóficos híperracionalistas de la época, equivalió a negar el Amor, la Verdad y la Gracia divinas, con la correlativa violencia geopolítica, geoeconómica y geocultural que dicho abandono personal produjo en los siglos subsiguientes. En lo que toca específicamente a la “Ciencia de la Luz”, la revolución epistemológica kantiana condujo a la anulación, de facto, de la Teología católica como ciencia, de su especificidad epistemológica y sus alcances ontológicos derivados de su esencial facultad especulativa (la cual es la raison d’etre del Hombre-Imago-Dei, del ser humano auténtico).

Por otro lado, en lo relativo a las teologías protestantes, el divorcio mefistotélico entre Razón Universal y Fe Católica, provocado por la desmesura intelectualista del filósofo de la militarista Prusia —suerte de romanticismo de la razón solipsista— generó un rechazo inconsciente del Cristo en los teólogos de dichas denominaciones (piénsese en los modelos naturalista o romanticista de Heinrich Paulus o Friedrich Schleiermacher, respectivamente).

Esta generación de pensadores protestantes (“teoclastas” y “eclesioclastas” en un solo movimiento) con su ataque frontal a la Tradición Apostólica guardiana de la Revelación última de Dios, motivados por su ansia mundana de posicionarse como la nueva-iglesia-que-no-es-tal (puesto que contribuyeron a seguir fragmentando a la Comunidad de Fieles Cristianos), asestaron igualmente un verdadero knock-out a la Teología católica, la cual se sumergió en una crisis secular de la que reemergió, en términos prácticos, hasta bien entrado el siglo XX, con los nuevos modelos teológicos de autores de la talla de Romano Guardini, Yves Congar o Hans Urs Von Balthasar.

Para concluir, reiteremos que el proceder “pseudodeductivo” e “inmanentista” de la mentalidad kantiana, presente en su crítica de la razón pura y posteriormente en toda la Weltanschauung modernista , representó un importante estímulo a las tendencias “fideístas” (no es posible conocer a Dios por medio de la razón) y “eticistas” (el único contenido verdadero de la Revelación es de carácter ético y moral) de las teologías protestantes de corte racionalista y liberal, las cuales, como hemos mencionado, negaron la existencia de Dios al afirmar la inviabilidad de un conocer especular deductivo verdaderamente trascendental, hiriendo de muerte el “corazón” de la Teología Escolástica (específicamente en lo que atañe a las vías del “ser necesario” y de la “causa eficiente” de Santo Tomás de Aquino). La modernidad iluminista “racionaloide”, rompió así, de tajo y sin piedad (a pesar, irónicamente, de la cultura pietista de Emmanuel Kant), con la excelsa tradición aristotélico-tomista, de alcances tanto epistemológicos como ontológicos; es decir, con el proyecto más grande que hasta el momento había ofrecido la Santa Alianza entre la Fe y la Razón, garante de una humanidad consciente de los límites de su ser finito y cuya esencia está indisolublemente ligada al Ser Eterno.

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