jueves, mayo 9, 2024
Anúnciate aquíGoogle search engine
InicioOpiniónForo Colver: Geopolítica, el fin de una era

Foro Colver: Geopolítica, el fin de una era

Anúnciate aquíGoogle search engine

Intervención de Juan Fernando Romero Cervantes Fuentes.

La interpretación geopolítica normalmente funciona a posteriori, en un intento de explicar los hechos con sabiduría ex post facto debido a la gran cantidad de variables que entran en juego para su interpretación. Al fin del siglo XIX, Europa festejaba al progreso como una religión, era la época dorada del capitalismo y la industria y la técnica prometían un mundo mejor para aproximadamente mil seiscientos millones de habitantes en todo el planeta, y el arte y la cultura florecían en Europa en un aparente nuevo Renacimiento que no obstante traía consigo el germen de su autodestrucción: el nacionalismo de Estado – lo que es casi decir el estado fascista y en ello desembocó- que había sido desarrollado como la solución política inmejorable precisamente para los antiguos imperios europeos que, como se sabe, se habían repartido el mundo con todo y Patrias, y querían seguir haciéndolo.

La Gran Guerra de 1914 no era mundial, era un conflicto de intereses de los relativamente nuevos Estados Nación europeos cuya añoranza imperialista como arriba se señala, estaba aún presente en la geopolítica con un grado de explosión creciente mediante los instrumentos proteccionistas de la economía capitalista, crecida precisamente por medio de esa “tecnología política” que resultaron ser los Estados Nación, misma que acabó con los sueños de amor y paz, y el romántico imperio austro-húngaro, y creo el clima favorable para hacer nacer la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas donde los bolcheviques aprovecharon el desastre geopolítico de la ya entonces Primera Guerra Mundial.

Cien años después, en el 2010, la geopolítica era muy diferente, pero también comenzaron a aparecer signos de descomposición interna que rompía los precarios equilibrios políticos y, sin embargo, había ya puesto fin a la historia, en el grito estridente de un académico estadounidense japonés llevado por la euforia del fin de aquella Unión Soviética naufragante en el mar belicoso – y frío- del capitalismo, (como también lo expresaron Samuel Schmidt; Xóchitl Campos y Diego Velázquez sobre el papel geopolítico del “intermarium” que recién estuvieron en nuestro Colegio). Augurio equivocado, por supuesto, pues la dialéctica histórica tomó nuevas rutas, y la dialéctica materialista se refugió en algunas islas de los Estados Nación. No obstante, la globalización económica parecía imparable en la extensión del siglo XX, hasta el 11 de septiembre del 2001, cuando fue derrumbado el símbolo mayor del centro de comercio mundial: las torres gemelas del World Trade Center.

La alegría del único país vencedor y ganador de las dos Guerras Mundiales, los Estados Unidos de América, ya había comenzado con el nuevo siglo a declinar, ahora desde afuera, pues el inicio de su decadencia se había manifestado en la crisis económica mundial de 1973, ocasionada también por los árabes que no se resignan a las riquezas de sus territorios subterráneos, sino que desean expresarla hacia afuera, en las Mesas Empresariales o en las ciudades totalmente artificiales, como buenos aprendices de la economía neoliberal que Estados Unidos impulsó a partir de aquella época al tratar de debilitar la fuerza de los Estado Nación desde adentro de sus propios territorios, mediante una guerra financiera cuya estrategia se planeaba y ejercía en el centro de pensamiento de la Unión Americana, pero no con los tanques del Pentágono, sino con los argumentos neoliberales del Consenso de Washington, es decir, con armas más letales, pues matan de hambre no sólo en el presente, sino en el futuro.

La tecnología política, más propiamente de economía política, que se diseñó en Washington y Chicago, cambió la faz de los Estados Nación, incluso de la renaciente Rusia, que se trucó en un capitalismo de amiguetes, como lo denominó el premio Nobel Joseph Stiglitz; aquí lo llamamos capitalismo de compadres, con las mismas consecuencias negativas de corrupción nacional generalizada.

El área de influencia de la geopolítica mundial estaba siendo modificada desde adentro mismo del sistema en tres sentidos:

La descomposición del sistema político estadounidense con una base económica y moral cada vez más débil bajo el despertar del sueño americano, y bajo la presión de una Unión Europea que no lograba solidificarse a pesar de su constante expansión. La crisis del 2008, fue un golpe casi mortal a esa pretendida Unión, pues resultó que los Estados Nación no habían desparecido, sino que se expresaban continuamente mediante un manejo nacionalista de los recursos financieros de la Unión, que obtenía así beneficios disparejos para todos, por lo que protestaron por motivos opuestos pero equivalentes, tanto Alemania como el Reino Unido, España y Grecia. y la Unión finalmente se resquebrajó con el Brexit, como principal anuncio de la recomposición mundial en curso.

El tercer sentido que mencioné antes y que afectó el sistema económico-político, es el de la República Popular China, cuyo enorme crecimiento fue avizorado por Henry Kissinger en 1971, al poder prever la creciente importancia de un país con más de 600 millones de habitantes en ese entonces, que había tenido la audacia de romper con la Unión Soviética. En otro sentido, y con mayor profundidad analítica, Adam Smith en Pekin, es el título de un extraordinario libro de Giovanni Arrighi, que nos habla de los orígenes y fundamentos del siglo XX, como crítica del capitalismo a partir del mismo Adam Smith y Karl Marx, mismos que, al ser ejercidos por China, van a hacer cambiar totalmente la geopolítica mundial del siglo XXI.

La ruta de la seda y su franja es la ruta de la geopolítica del siglo XXI. Esta posición de la geografía política desde luego no es nueva; la sinología nos enseña que “el futuro es un espejo del pasado”, por lo que la historia china con más de cuatro mil años de historia se hace hoy presente en una realidad que reconstruye, sedosamente, la ruta de la seda que la había acercado a la Europa medieval no sólo con mercancías sino con ideas y objetos que, por cierto, impulsaron desde la lejanía de Oriente, el crecimiento y fortalecimiento de esta península del continente asiático, Europa, cuyo narcisismo la hizo crecer al toparse con América en 1492.

Entonces China ya era una gran potencia, el gran país del centro que dominaba gran parte de Asia y negaba a los europeos una y otra vez, tanto en su cultura occidental como en su economía globalizadora. No obstante, el secreto del crecimiento de China antes de que naciera la Europa moderna, permanece: es el mercado, su uso intensivo es el modelo del crecimiento de la economía política de ese país: ellos lo llaman ahora con una fórmula que nos resulta extraña: “socialismo de mercado”, pero es indudable que en la realidad ha resultado en un enorme éxito material, es decir, económico, el de la República Popular fundada en 1949.

La primera señal de esta potencialidad de crecimiento vino en los años setenta y ochenta del siglo pasado por la expansión de los llamados tigres asiáticos, Taiwán, Hong Kong, Corea del sur y Singapur (fundado por chinos en su diáspora), que por medio de su modelo exportador transformaron el equilibrio económico de la Guerra Fría, con un primer desplazamiento geopolítico y económico hacia el sur de Asia en lo que significó ser un laboratorio de experimentación mundial para China continental. Y como lo expresó entonces (1979) metafóricamente uno de los principales modernizadores de ese país, Deng Xiaoping en relación a la riqueza: los gatos son gatos, independientemente de que sean blancos o pardos. A partir de 1980 comenzó a crecer su país con un ritmo superior al 13 por ciento anual del PIB. Ahora la República Popular China reclama su territorio incluyente del Mar de China, donde Taiwan, Hong Kong y Macao son parte de “dos modelos económicos y un solo país” y sobre todo, de una sola historia que incluye el contacto bélico con Inglaterra, los Países Bajos y Portugal, rompiendo con ello el concepto tradicional y europeo del Estado Nación y resurgiendo el modelo antiguo, el propiamente chino difícil de entender para la mentalidad occidental.

Primero fue Edward Said con su concepto de oposición y critica así como afirmación propia, el Orientalismo, y poco después fue Samir Amin (egipcio) y el desarrollo de la categoría del eurocentrismo, que desnuda la ideología imperialista del sistema capitalista para buscar la independencia del colonialismo disfrazado de ayuda internacional por la supuesta asistencia de los Bancos internacionales, estrategia y táctica capitalista bajo el disfraz neoliberal que ha intentado ahogar a los Estados Nación, las Patrias, no sólo mediante el endeudamiento a ultranza de sus economías, sino con la sobre explotación de su recursos naturales, particularmente los mineros, donde se incluye el oro negro y el “nuevo petróleo”, el litio.

No obstante, la crisis de la hegemonía de los Estados Unidos es ya irreversible, y hay varios signos de esta evidencia: en primer lugar, el fenómeno Trump, su deficiente respuesta inicial a la pandemia; y ahora el problema de la estanflación generado por la Reserva Federal con su política financiera, y el movimiento geopolítico un tanto absurdo, el de la injerencia norteamericana en el territorio de la República Popular, el mar de China que incluye a Hong Kong, Taiwán y Macao: desde luego China no es Corea ni Vietnam, y la tradicional amenaza estadounidense de intervenir militarmente no tiene en la actualidad ningún poder disuasivo ni a nivel local ni internacional. El gobierno de los Estados Unidos sabe que necesita de un jalón internacional como los que uso en el siglo XX, tanto para recomponer su economía doméstica como para volver a brillar en la constelación internacional, pero sus estrellas se están apagando en el nuevo orden geopolítico donde el epicentro del poder se desplaza hacia Asia, es decir, hacia los dos países con mayor cantidad de habitantes, China e India, cada uno con casi mil cuatrocientos millones, es decir, entre los dos, aproximadamente la tercera parte de la población mundial, casi siete veces más que a principios del siglo XX, a punto de llegar a ocho mil millones de seres humanos en noviembre próximo.

Esta cantidad de población reconfigura por sí misma la geopolítica mundial, desde luego, no sólo en términos políticos sino de producción, distribución y consumo. Las guerras locales han dejado de serlo ante el panorama de una Organización de Naciones Unidas muy debilitada: el conflicto Rusia-Ucrania tiene repercusiones mundiales más allá de las petróleo en Europa, particularmente en gran parte de África: Somalía, Benin, Egipto, Sudán, la República Democrática del Congo, Senegal, Tanzania, Libia, Madagascar y Yemen, ya que son grandes consumidores del trigo ruso y ucraniano, y en general se ha afectado al Sur global debido a los daños colaterales producidos por la globalización económica que entre otras cosas, forza la migración, un gravísimo problema mundial en el siglo XXI, acechando, como The Economist publica, de forma amarillista: “La catástrofe alimentaria que viene”. En oposición a esta noticia, sin embargo, treinta de las treinta y cuatro materias primas más negociadas en el mundo están bajando de precio desde mayo d este año.

Por otra parte, el aumento constante de las tasas de interés en el 2022 hará impagables los préstamos del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, creando de esta manera una crisis de deuda mundial similar a la década de los ochenta del siglo XX, que enfrenta de esta forma el Sur global al Norte global. A esto hay que añadir los problemas que se están gestando en el Ártico: varias señales parecen indicar el retorno a la guerra como extensión de la política para revivir al dos veces muerto Clausewitz; el problema es que las guerras tecnológicas del presente son mucho más depredadoras y agresivas que en el pasado y sus consecuencias son pandémicas.

Algunos especialistas de geopolítica hablan de un proceso de desglobalización y de un nuevo reparto del mundo, siguiendo la pauta del comportamiento de las grandes potencias del pasado, pero a mí no me lo parece. Creo que la globalización es irreversible y el diseño de la política internacional tiene que ser muy diferente al pasado que enfrentaba a los Estados Nación en guerras territoriales delimitadas. Ahora la guerra caliente y fría se da en espacios interconectados que lo seguirán necesariamente siendo, pues la producción de México depende del consumo en Canadá y los Estados Unidos, y viceversa –y en este sentido el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec juega el importantísimo papel del nearshoring y nos aleja del concepto de México como un país periférico-, por citar unos ejemplos. Por otra parte, la fábrica del mundo, es decir, China, fue el segundo exportador de litio a nivel mundial con 99 billones de dólares en el 2021, después de Chile, creando otro tipo de guerra, la que actualmente libran los campesinos como los del municipio de Actopan; Veracruz, contra las trasnacionales mineras.

Ya no es posible demonizar a China y acusarla de todos nuestros males: el contagio es universal y se llama “cadenas globales de valor”: el objetivo internacional de esta geopolítica a construir en los próximos años, o lustros, es la estabilidad de dicha cadena, pues afecta a todo el mundo, como ya lo está demostrando la pandemia y la lucha por vencerla. Tanto China como Estados Unidos están comprometidos en este objetivo de estabilidad industrial y de suministro global que debe ser estable, fluido, eficiente, inclusivo y de beneficio reciproco ya que intenta controlar los desabastos industriales y de alimentos, y también debido a que las inversiones financieras chinas en los Estados Unidos son muy altas, sin olvidar que sigue siendo su segundo proveedor internacional, alternándose con México. Lo que sucede a nivel mundial es lo opuesto a lo que sucedió hace un siglo: los Estados nacionales forman una red de suministros y consumo que debe de permanecer por el bien de cada una de las partes, por lo que también se habla de resilencia y de bienes públicos a nivel mundial, es decir, lo contrario de la desglobalización.

¿La geopolítica se enfrenta al ideal de la universalización? ¿Se trata de “la nueva barbarie”? No se puede saber a priori, excepto por el gravísimo problema de la extrema concentración de la riqueza, como lo demuestra el estudio de Thomas Pikety, una complicación latente que puede llegar a ser muy explosiva en todo el mundo, y significa una lucha contra el enorme poder de las trasnacionales. Pero también es posible imaginar un escenario no disruptivo al escuchar la propaganda, si, la propaganda, de la República Popular China que nos habla –desde hace cientos de años, por cierto- de su propia falta de interés hegemónico, y de su dinámica, digamos bipolar, de extender la franja económica mediante la extensión de una ruta de la seda por todo el planeta con aquellos países que deseen compartir libremente su experiencia de desarrollo, sin exportar su política interior, aseguran, y, cito: “ El hecho de hacer avanzar hacia adelante la iniciativa ‘Una franja, una ruta’ no hará que se repita el viejo juego geopolítico [es decir, el europeo, el anglosajón] sino que favorecerá el crecimiento de un modelo de cooperación de beneficio mutuo”. Esta es una esperanza que se puede compartir ante el fantasma de la guerra que materializa Rusia y su guerra experimental, en oposición a una ruta en el camino de la multipolaridad.

jueves, mayo 9, 2024
Artículos Relacionados
spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

Lo más reciente

Publicidadspot_imgspot_imgspot_imgspot_img
Publicidadspot_imgspot_imgspot_imgspot_img