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Ante precariedad de sistemas de pensiones, crece presencia laboral de mujeres mayores

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Carolina Gómez Mena

La participación laboral de las mujeres adultas mayores continuará incrementándose, incluso en edades avanzadas, advierte el estudio “Panorama del envejecimiento y tendencias demográficas en América Latina y el Caribe”, debido a la baja cobertura y los ingresos insuficientes de los sistemas de pensiones, así como de otros procesos que precarizan la vida en la vejez, entre ellos las desigualdades económicas de género derivadas de la viudez y jefatura familiar.

Mientras en 1980 las tasas de participación laboral de las mujeres de 60 a 64 años era de 17.3 por ciento, para 2000 se elevó a 23.3, en 2020 llegó a 33.3 y en 2050 se prevé que se eleve a 33.8.

En el caso de las adultas de 70 a 74 años también existe un alza progresiva: en 1980 representaban 8.7 de la fuerza laboral; en 2000, 10.7; en 2020, 15.5, y se prevé que sea el mismo porcentaje en 2050, expone el estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, el cual refiere que las mujeres, al tener menos acceso a las pensiones contributivas, requieren mantenerse en la fuerza de trabajo.

Verónica Montes de Oca, investigadora titular del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y coordinadora del Seminario Universitario Interdisciplinario sobre Envejecimiento y Vejez de la misma casa de estudios, refiere que la mayor parte de las mujeres que extienden su vida laboral lo hacen por su situación económica frágil, pero, indica, también otro sector con mayor instrucción está trabajando cada vez por más tiempo. La educación es un factor asociado a un envejecimiento saludable, productivo y activo.

Precariedad

En vísperas del Día Internacional de la Mujer (8M), asegura que “aquellas mujeres que desgraciadamente no alcanzaron el cambio educativo y cultural que las favoreciera y ahora son mayores, laboran en agencias limpiando aeropuertos, instituciones y gimnasios, como trabajadoras domésticas o personal que cuida a otras personas y en el mercado informal, y son trabajos muy precarios. Ahora, afortunadamente pueden tener una pensión no contributiva (para el Bienestar para Personas Adultas Mayores)”.

Además, existen estudios que evidencian que algunas mujeres están trabajando para poder comprar sus medicamentos, porque a veces sus redes familiares son intermitentes y otras son trabajadoras no remuneradas: están cuidando a nietos, personas con discapacidad; esa es su aportación a la economía familiar.

Eli Bartra, profesora investigadora distinguida de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) plantel Xochimilco y académica de la maestría de Estudios de la Mujer y del doctorado en Estudios Feministas, indica que “muchas seguimos porque estamos en condiciones de hacerlo”. A sus 76 años, ella continúa laborando.

Coincide en que a la mayoría de las adultas que persisten en el mercado laboral no les alcanza. En cambio, “nosotras en la academia podríamos decir que somos privilegiadas, pero para otras no es nada fácil. No es lo mismo estar detrás de un mostrador ocho horas al día de pie o ser empleada en tareas de limpieza o cuidado, cuando ya se es una adulta mayor”.

No obstante, reconoce que en la academia también hay cierta presión para concretar el retiro, tanto de los discípulos como de colegas. “Los alumnos comentan: ‘Fulanita ya es viejita’, consideran a veces que no estamos al día en ciertas cosas, como en el uso de la tecnología, y hay colegas más jóvenes que también discriminan, aunque de forma muy sutil, pero lo notas hasta con las miradas o con las deferencias que más que ayudar, ofenden. En ocasiones te hacen como a un lado o no te consideran”.

Montes de Oca indica que esas son actitudes edadistas que plantean que las mujeres mayores deben dejar los espacios en el ámbito laboral para que los ocupe gente más joven. Se entrelaza con el viejismo: considerar que por ser mayores, estas personas han perdido habilidades y capacidades; son estereotipos, es un tipo de discriminación.

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