Bruselas, sede de las principales oficinas de la Unión Europea, ha dejado a Europa a merced de las consecuencias de su sumisión al neoliberalismo estadounidense. La obediencia a los dictados de Washington vulnera progresiva y acumulativamente la seguridad energética de sus socios. Se encaminan a una crisis energética que los dejará helados en el invierno y paralizados económicamente. Tal perspectiva empeora si nos atenemos a que esto impactará directamente en la calidad de vida del electorado. Miles de personas en varias ciudades han estado saliendo a las calles en rechazo de la crisis energética provocada por las sanciones contra Rusia.
Tal pareciera que los europeos de a pie no están dispuestos a pagar por las decisiones geopolíticas de sus líderes. Este fin de semana más de 32 mil ciudadanos de Austria marcharon contra el aumento de precios tanto de los combustibles como de la electricidad y alimentos. Los franceses e italianos también se manifestaron en diversas ciudades en contra del efecto negativo de las restricciones. Bien puede ser esto una crisis terminal no solo de la Unión Europea, sino del modelo neoliberal completo.
Por lo pronto la guerra ha hecho crujir a los mercados globales ejerciendo una presión adicional sobre las cadenas de suministro ya tensas, con impactos en cascada sobre la energía, los alimentos y la seguridad económica en todo el mundo.
Ahora, toda vez que los países aún luchan por salir del letargo de la pandemia mundial, el conflicto ha exacerbado las tendencias inflacionarias y ha contribuido a que los precios de las materias primas se disparen y afecten a todo el mundo, países desarrollados y en desarrollo, pero con efectos devastadores y agudos para los más vulnerables, la mayoría de los cuales se ubican en el Sur Global.
Esto, que debería ser incentivo para la cooperación, ha revelado importantes fracturas en la capacidad de la comunidad internacional para responder a las crisis y brindar el nivel de apoyo necesario para salvaguardar los recursos económicos y humanos. Seguridad en todo el mundo.
De ahí el discurso del presidente López Obrador al inaugurar el desfile.
La dinámica global continúa poniendo a prueba la capacidad y la voluntad de las instituciones multilaterales para enfrentar el desafío, y las circunstancias actuales presentan una oportunidad para redefinir las reglas del juego. Por lo pronto, en medio de la actual inestabilidad geopolítica y del mercado, y con motivo de la 77 sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, varios Think tanks y ONG de corte neoliberal reunirán a los principales responsables políticos, profesionales del desarrollo e inversores para un debate franco sobre las consecuencias de la crisis Rusia-Ucrania, y cómo las instituciones multilaterales pueden identificar estrategias específicas para sofocar la crisis y apoyar de manera más efectiva a los más vulnerables del mundo.
Es claro que es una ofensiva ideológica adicional para justificar y eventualmente prolongar el enfrentamiento. Las multilaterales son instituciones que se han adaptado a las lógicas neoliberales y las nuevas instituciones y organizaciones nacieron y se mueven dentro de ésas lógicas. La explicación es otra y la solución también es otra. Es por eso que hace sentido la propuesta y cuestionamientos del gobierno mexicano a las lógicas y parafernalias alentadas por Estados Unidos.
Los gobiernos parecen incapaces de encajar y hacer algo por sus poblaciones gobernadas y de eso los gobernados ya se dieron cuenta. Las protestas sociales serán un factor que debilite aún más la alianza occidental, habrá que ver si los gobiernos son capaces de escuchar a sus gobernados, si es así la influencia hegemónica estadounidense se hundirá quizás para siempre. Falta por ver cómo lo tomarán.
