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Argentina, al precipicio

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Javier Milei hizo algo inédito en la historia de las democracias formales: durante su primer discurso como presidente anunció a sus simpatizantes que serán ellos quienes paguen la terapia de shock en que consiste su plan económico, mientras los beneficios irán para la iniciativa privada. El mandatario ultraderechista recurrió a la infame frase de la destructora del Estado de bienestar británico, Margaret Thatcher: no hay alternativa (“there is no alternative”), dijo, para confirmar que llevará a cabo un ajuste fiscal de 5 por ciento del producto interno bruto, el cual será absorbido por el Estado a través de recortes brutales a los programas sociales y en multitud de ramas del gobierno. El monto equivale al gasto gubernamental de cinco meses, lo cual significa que de un día para el otro desaparecerán cuatro de cada 10 pesos del presupuesto.

Este economista pertenece a la corriente ideológica denominada posfascismo, porque retoma el agresivo conservadurismo social de los fascismos del siglo XX (con misoginia disfrazada de defensa de la familia, racismo abierto, xeno, aporo y homofobia), pero sin las garantías de empleo y mínimos de bienestar que aquellos ofrecían a las clases trabajadoras, políticas que son reemplazadas por el neoliberalismo más ortodoxo y plutocrático.

Como todos los neoliberales, Milei impondrá supremos esfuerzos y dolorosos sacrificios al pueblo, mientras la cúpula mantiene todos sus privilegios: no sólo no ha hablado de disminuir su propio sueldo, sino que ya dio rienda suelta a sus desplantes de exhibicionismo (pidió ser trasladado en un auto descapotable en su primer trayecto oficial) y a su intención de llevar una vida faraónica a expensas del erario. Por ejemplo, emprenderá una millonaria remodelación de la Casa Rosada a fin de instalar allí a sus cuatro perros.

El líder, caracterizado de polémico por los medios que eluden llamar fascistas a los políticos amigables con las oligarquías, ha insistido en que su ascenso marca un hito en Argentina. Sin embargo, todo indica que su periodo será, en el mejor de los casos, un bache, y en el peor, una reedición de la catastrófica crisis de 1999-2003 en que concluyó el embate neoliberal de Carlos Saúl Menem, a cuyo sobrino Milei nominó para presidir la Cámara de Diputados.

Si las posturas que ha externado desde que saltó a la fama y durante su campaña electoral levantaron alarma por la radicalidad de su programa de desmantelamiento del Estado, las decisiones adoptadas desde que se alzó con el triunfo en segunda vuelta hacen ver que, más que ganar la presidencia para sí, consiguió la reelección del expresidente Mauricio Macri (2015-2019): los puestos más importantes de su gabinete los ocuparán funcionarios del macrismo, del que además depende por completo Milei si espera sacar adelante cualquier iniciativa en el Congreso. Para completar su traición a la promesa que le atrajo más simpatías, sacar de manera definitiva del poder a la casta política, también integró a su círculo al peronismo de derecha, de donde provienen los Menem.

Se ha repetido sin parar que la victoria electoral de este siniestro personaje es resultado del voto bronca, es decir, del descontento con la inflación desbocada, la devaluación y la pérdida de poder adquisitivo durante los cuatro años del peronista Alberto Fernández. Pero sería más correcto llamarlo voto amnesia, pues los votantes olvidaron que el desquiciamiento de la economía se originó justamente durante el gobierno de Macri, quien destruyó los salarios y contrató con el FMI una deuda de 45 mil millones de dólares que entregó a los especuladores.

El mismo organismo admitió en un informe de 2021 que más de la mitad del mayor préstamo que ha otorgado en su historia se usó para financiar la fuga de capitales. Los avisos de que la administración entrante desregulará la economía y pondrá fin a los controles cambiarios anticipan una nueva ronda de expolio mediante la evasión fiscal, el blanqueo de capitales y la especulación con las divisas.

Cuando Argentina despierte del embrujo demagógico se encontrará con que sus bienes fueron regalados a saqueadores locales y foráneos; el crecimiento macroeconómico (si es que llega a haberlo) se consiguió empobreciendo a nueve décimas partes de la población; el mandatario, su entorno y quienes ya ostentaban las mayores fortunas se enriquecieron de manera fabulosa; las clases medias que votaron cegadas por el odio a un comunismo inexistente asistieron a una caída dramática de su calidad de vida porque deberán pagar servicios básicos que antes eran provistos por el Estado a los precios exorbitados que fijen los privados; y el margen de maniobra para salir de este infierno se habrá reducido a cero porque se dinamitaron todos los instrumentos para pilotar el país.

Las únicas esperanzas de conjurar este escenario son la movilización masiva e incesante de las clases populares (a las cuales Milei ya amenazó con reprimir ante cualquier protesta), y la unidad de la oposición para frenar en el Legislativo los despropósitos de la ultraderecha.

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