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Atrás de la guerra, tiempo de definiciones

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Los gobernantes de las economías occidentales parecen empecinarse en relanzar las tensiones y temores de los años de la Guerra Fría. Primero con la fallida invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1961 y que llevó al gobierno cubano a acogerse al paraguas soviético, lo que poco más de un año después condujo a la Crisis de los Misiles. Pero pocos meses después del intento de derrocar al gobierno cubano, la República Democrática Alemana decide levantar una noche de agosto el Muro de Berlín por la agresiva campaña propagandística que alentaba a los alemanes a abandonar la Alemania ocupada por tropas soviéticas para refugiarse en la Alemania ocupada por Inglaterra, Francia y Estados Unidos.

Todos estos acontecimientos fueron bajo la presidencia del demócrata John F. Kennedy. Antes de él las tensiones existían, pero ni remotamente alcanzaron tal nivel de peligro. El presidente entonces era Dwight Eisenhower, republicano que condujo los desembarcos en Normandía que acelerarían la derrota de los nazis por abrir un frente adicional al ruso, donde los alemanes habían sido vencidos.

El orden pactado que después de la guerra dividió a Europa en dos era una forma de crear un territorio colchón entre dos concepciones diferentes.

Durante siglos la historia de Ucrania ha estado fuertemente ligada a Rusia. Ambos estados tienen su origen en la Rus de Kiev, una suerte de federación medieval. Ucrania no existió como Estado independiente sino hasta 1917, por la revolución soviética. Durante la mayor parte del siglo XX Ucrania vivió bajo el poder de Moscú; eso llevó a buena parte de su población a colaborar con la Alemania nazi. En 1991 la caída del régimen soviético la llevó a constituirse como Estado independiente y eso a reavivar las fobias anti rusas de extrema derecha. Las mismas que llevaron a simpatizar y pelear al lado de los nazis. Esto es aprovechado por Europa y Estados Unidos para acoger la aspiración de Zelensky de sumarse a Europa y su alianza militar. Se llega punto de obligar a Rusia a intervenir para impedir la presión militar llegue directamente a su frontera.

Como México rehusó sumarse a la lógica del embargo, las presiones y críticas contra su gobierno se multiplican en varios frentes desde el reclamo de algunos periodistas que culpan al gobierno de hacer nada frente a la violencia en su contra; la exacerbación por los señalamientos puntuales del gobierno respecto de comunicadores concretos muy conocidos, hasta la inusual declaración del embajador estadounidense que con todas sus letras dijo hace un par de días que “México no puede ser amigo de Rusia”.

La Rusia post soviética es un Estado capitalista, sí, pero no es un capitalismo neoliberal. Conserva el perfil de un Estado rector de la economía con aspectos inocultables de Estado de bienestar.

Así, lo que distingue esta inquietante reedición de la tensión bipolar es el relanzamiento de las lógicas del miedo. Lo que ha sucedido muchas más veces bajo presidentes demócratas que republicanos. Basta recordar la norteamericanización de la guerra de Vietnam en 1961 bajo la presidencia del encantador John F. Kennedy o, más recientemente, los ocho años de guerra de los dos periodos de gobierno de Barack Obama. Al que, por cierto, se le dio el Premio Nobel de la Paz en su primer año.

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