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Revolución de las conciencias y aclamación

Lorenzo León Diez

La revolución de las conciencias que propició la revolución electoral y la ascensión del Movimiento Nacional de Regeneración Nacional al poder del Estado, dio un paso más en la marcha y mítin en el zócalo el 27 de noviembre en impulso de la Cuarta Transformación, como es y será conocido para la posteridad el régimen en que por primera vez la izquierda alcanzó una unidad inédita entre ella misma y en alianza con los sectores populares, con las masas.

El neo cardenismo fue el cazo que permitió el caldo. Allí se cultivó la estirpe donde renacería el liberalismo en su vertiente juarista y cardenista en la acción creativa, rebelde, popular, en la ruptura del hijo del general, con la monarquía sexenal del Señor Presidente.
Muñoz Ledo, desprendimiento del estado echeverrista, interrumpió al dignatario en la cámara en su informe presidencial. Ruptura de una tradición hermética y brutal, que aplaudió la matanza del 2 de octubre.

Los comunistas, por su parte, habían llegado a buenas alianzas, personificadas en grandes ciudadanos: Heberto Castillo y Arnoldo Martínez Verdugo, con el PMS y el PESUM.

Al renunciar Heberto Castillo a su candidatura presidencial en favor de Cárdenas se logra una importante unificación, entre la izquierda radical que sufre el martirio, la persecución, la cárcel de 68, incluyendo las masacres y desapariciones de la guerra sucia en los 70s.

Lo que sucede después es conocido: Cárdenas gana la presidencia y se comete un golpe de Estado interno: Se impone a Salinas desde el interior de las componendas entre el capital financiero y las fuerzas de seguridad, y desde el imperio. Y Cárdenas se comporta como patriota: no llama a ninguna rebelión, como antaño. Asume el compromiso hecho con su padre, siempre evitar que la sangre llegue al río.

Fue un proceso largo y dramático que un hombre como López Obrador llegase a la presidencia. Otro, sin su voluntad, sin su creencia, sin su fuerza interior y exterior, habría renunciado. La paciencia es una de sus grandes cualidades, las tiene como premisa todo estratega.

El carisma, la tradición, las leyes y la aclamación son partes de un mundo político de imágenes. Un importante pensador alemán planteó sugerentes categorías para comprender lo que llama efecto social de la memoria, que se sostiene en la tradición de la dignidad de la obediencia, remitida a su vez en las más antiguas y nobles raíces. (Georg Eickholf. El carisma de los caudillos. Cárdenas, Franco, Perón. Herder. El Colegio de Veracruz. 2010).

Desde hace 80 años no se hacían asambleas populares tan masivas convocadas por el Presidente de la República. Cierto, las concentraciones masivas en apoyo del gobierno se encausaron posteriormente a Cárdenas como correas de presión y deshago controladas desde la presidencia y la red burocrática sindical y campesina (que incluía a la mayoría de los partidos legales). Los borregos, los acarreados, precisamente. Así la masa en presencia cumpliría el paso con sus elementos de concreción arquitectónica o escenográfica: plaza, palacio y balcón, aportaciones espaciales. Y, como protagonistas teatrales, el pueblo y el líder encarnando el principio icónico de la aclamación.

En la teoría del caudillismo entra sin duda la personalidad del presidente López Obrador. Y él sabe qué significa esa figura en la memoria y en el efecto social en la historia de México, por eso no deja pasar el grito: reelección. Debe insistirles: él es maderista. Y ya anunció su retiro de la política una vez terminado su mandato. Y ahora les dijo a todos que su esposa no participaría en ninguna campaña política.

López Obrador significa un momento estelar de la política de la izquierda en el poder que bautizo como Humanismo Mexicano, pues es labor del líder elaborar los conceptos nuevos ya que cualquier experiencia o experimento revolucionario que conozcamos ha sido nombrado por medio de un líder y a menudo ha estado unido al destino personal de un líder. (Fredric Jamenson Lenin y el revisionismo. Edición digital: Titivillus).

La pregunta crucial que las masas y sus líderes emergentes:( Shaibaum, Ebrad, Adán) responderán en el futuro cercano es ¿Por qué debería un movimiento político que tiene su programa sistémico autónomo, ser pendiente del destino y del nombre de un individuo único, hasta el punto de verse amenazado por la disolución cuando ese destino desaparece?

Jamenson señala la falta de una teoría que dé una explicación satisfactoria, filosóficamente hablando, de la constancia cuando un individuo parece significar la unidad. Hay muchas experiencias en la historia para que una individualidad mantenga unida a un inmenso colectivo.

Un autor (Jacques Lacan. Los cuatro discursos.) define la posición del gran líder político, que escucha el deseo colectivo y cristaliza la presencia en manifiestos y consignas políticas (El analista).

El historiador y pensador Eickhoff exclama que todo esto nos debe resultar algo escandaloso: por un lado, es alegóricamente inadecuado que un movimiento colectivo se represente por medio de un único individuo. Hay algo antropomórfico en este fenómeno, en el mal sentido en el que durante muchas décadas de pensamiento moderno y contemporáneo hemos aprendido a mantener una vigilancia sospechosa, no solamente sobre el individualismo y el espejismo del sujeto central, sino sobre el antropomorfismo en general y el humanismo que inevitablemente trae consigo.

Desde el principio de su mandato López Obrador se ha despojado de la posibilidad que prosperen estos espejismos afincados en la memoria de los efectos sociales, pues firmó con notario público que no buscaría la reelección. Pero como en nuestra triste historia política esto no basta (desde Calles a Salinas), el presidente también ha anunciado que se va a realmente a la Chingada, nombre de su finca en Palenque.

Una vez que el congreso se desmoronó como el recinto de la unidad nacional (teatralizada en los informes anuales del sexenio) y ese acto magno del presidencialismo cayó en desgracia, el informe se convirtió ya solamente en algunos kilos de documentos entregados por el ejecutivo al congreso y una alocución más bien privada del presidente en el palacio.
López Obrador con las mañaneras y el informe en el zócalo está roturando de arriba abajo el Estado magnánimo, cameral, palaciego, hecho de corredores secretos, influencias, nepotismos, cochupos, moches, conjuras menores y mayores, como Ayotzinapa.

Es una práctica con grandes riesgos, es cierto, pues lograr la continuidad de actos como estos será difícil. Es un reto para los líderes que vienen probarse en la aclamación, su voz ante la masa en el zócalo como garantía de su legitimidad y como indicador de su fuerza política, para respaldar sus conductas en el desarrollo y crecimiento (y aquí vendrá un ejercicio teórico y práctico en lo que nos espera con tales palabras) y en la defensa de lo que se ha logrado en favor de las poblaciones vulnerables, ofendidas y humilladas durante tantos años.

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