Mónica Magaña Jattar
Esta inconformidad no debe de confundirse con la oposición a que cada pueblo revele con soltura las entrañas de sus valores y creencias por medio de sus expresiones culturales. La manifestación de esta queja no va dirigida, pues, en contra de Halloween, sino que se opone a su adopción acrítica por parte de una sociedad con una vasta y profunda riqueza de tradiciones y costumbres para honrar a sus muertos. Sin embargo, no vale obviar el absurdo que representa que un país que tiene una de las tradiciones más extraordinarias y hermosas del mundo para conmemorar a sus difuntos (sus raíces e historia), la deje atrás a cambio de otra que encumbra una visión maligna y espantosa de la muerte, sino poner de relieve las implicaciones para la psique y el ánima.
Las configuraciones culturales reflejan la manera en la que los pueblos conciben, observan y conviven con el universo; dicho con otras palabras, las manifestaciones culturales muestran el espíritu de su gente porque revelan los principios generadores, el carácter y la esencia con los cuales entienden el cosmos, lo forjan y se rigen en él. Esta es una de las razones más importantes sobre el por qué deben mirarse con atención las tradiciones y decidir, en virtud de un conocimiento consciente de las implicaciones de practicarlas, cuándo es conveniente conservarlas o eliminarlas.
Es de todos conocidos que la nación más bélica del planeta es aquella que encumbra con más potencia la tradición de Halloween, como si fuera una especie de sátira disfrutar el final tormentoso que cientos de miles de seres humanos (y seres sintientes en general) han encontrado como consecuencia de innumerables actos de maldad: los asesinos en serie y las guerras más fecundas se han hecho y celebrado con mayor ímpetu desde una bandera que, por si fuera poco, intenta imponerle sus valores más ruines al resto. Como es complicado que acciones de odio tengan como resultado actos de amor, el efecto lógico es que, en el mundillo de Halloween, más allá de las calabazas encendidas, los dulces y las travesuras, los finados vuelvan a la vida llenos de suplicio en búsqueda de venganza, empeñados en causar tanto daño, pena y calvario como les fuera posible, antes de llevarse a sus víctimas al infierno con objeto de perpetuar su sufrimiento. ¿Por qué una inmensa cantidad de personas ven en esto algo divertido, loable y hasta deseable? La explicación es la falta de consciencia, reflexión crítica y conocimiento de la realidad y de sus causas. Las acciones perversas enarboladas por esta costumbre, así como sus aclamados personajes, han existido y existen de forma prolífica en la vida real. Dicho con mayor crudeza: sujetos sinnúmero mueren con regularidad exactamente como Halloween lo venera. ¿Por qué habríamos de fomentar y encomiar esto? ¿Por qué aplaudiríamos las maneras depravadas de la muerte?
Es incuestionable que la maldad existe y arriba se ha mencionado que del odio difícilmente resulta el amor, empero, también es verdad que la tradición mexicana de Día de Muertos encumbra valores extraordinarios de perdón, reconciliación, paz, felicidad, bienestar y amor colectivo, junto con un sinfín de afectos tanto en la vida como en la muerte, que trascienden la obscuridad por la que atraviesa la humanidad. Por ello, incluso aunque las causas a través de las cuales nuestros seres amados llegaron al más allá, su retorno está impregnado de pautas luminosas y de esperanza por medio de las cuales nos enriquecemos de la mente y del espíritu mutuamente, consecuencias que no pueden subestimarse.
Estamos en una época en donde la maldad perpetuada por la guerra, el crimen organizado, así como por todas sus ramificaciones, métodos y disfraces, ha alcanzado niveles irracionales, horribles e inexplicables: ¿cómo pueden existir seres humanos capaces de infringir cantidades incalculables de dolor, motivados por el sinsentido del odio y la confusión que los obnubila? Aunque en la respuesta académica pueden descubrirse argumentos sociales, psicológicos, antropológicos, económicos y políticos serios, en el fondo no es sencillo comprender qué lo justifica, ya que así como existen individuos capaces de lastimar a otro ser que siente con consecuencias irreparables tanto para él como para sus familiares y amigos, al mismo tiempo existen otros que, aun siendo víctimas de la opresión e injusticia, han elegido un sendero provechoso para encausarse.
¿Cuántos seres sintientes mueren a diario víctimas de todo lo malo e injusto que son capaces de causarles otros seres humanos?
Somos incapaces de contarlos, no obstante, si la única manera de luchar en contra de esto es hacer el bien, resulta injustificable que los países que batallan por erradicar las monstruosas consecuencias de la desigualdad y la falta de justicia desde la raíz, adopten una tradición que encumbra la muerte a través del asesinato, la tortura y el terrorismo, en donde solo se enarbola la pureza de la maldad como diversión. Entonces, ¿por qué las sociedades que saben lo que es la muerte causada por las acciones miserables de otros, adoptarían una tradición como la de Halloween?
Celebrar el regreso de nuestros muertos sin la consciencia de que al mismo tiempo se construye y se fortalece el alma de un pueblo con la cual se camina hacia una dirección constructiva o destructiva, hace del ejercicio de las tradiciones un acto de consciencia política. Es por ello que elegir fomentar nuestras tradiciones por la riqueza de sus enseñanzas, es un modo contundente de edificar una existencia y un futuro más armónico, saludable y feliz para todos.
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