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Por qué no comprendemos las drogas

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Jorge Carrillo Olea

En tiempos de las bárbaras naciones se les atribuía dones aliviadores. Eran pócimas mortales o de amor, pero hasta ahí. Nada más complicado. Hoy nadie entiende nada ni acepta ser parte del asunto. Así se zafó Xi Jinping del tema fentanilo.

Un día se descubrió que, sin mediar alquimia alguna, las drogas se podían convertir en oro. Desde entonces fueron negocio, placer, sangre, paliativo, escape, inspiración, corrupción.

El mundo aún no le halla salida. Según crece el consumo, aumenta la provisión. Para Estados Unidos (EU) era un enigma en vías de ser resuelto abandonando la prohibición, hasta que llegó el fentanilo.

El país más poderoso intenta excluirse de cargos, responsabilizando a otros, como México. Simultáneamente, con gran cinismo, vende armas al narco y es el mayor receptor de dinero sucio.

Por su parte, la banca mundial indiscutiblemente tiene como clientes preferentes a narcos y a proveedores de armas. Entonces, ¿quién comprende?

A nosotros la droga nos ha convertido en gladiadores que nunca ganan. Mientras el narco, según Lavoisier, nada pierde, sólo lo transforma: droga/dinero/armas/droga/dinero/armas. ¿Habrá quién comprenda qué pasa?

No, pero sí aceptemos que estamos obligados a dar el primer paso, que sería aceptar la cerrazón a discutirlo. Nadie quiere enterarse de quiénes son los verdaderos beneficiarios de tan tremendo negocio. De eso nada se dice.

Colombia y México sólo somos escenario y actores de la tragedia. No somos ganones en nada, no nos engañemos. Al drama mundial no se le ve fin.

Somos un teatro donde el pueblo paga las entradas y no sabemos dónde quedan las ganancias de la función. Ante tal verdad, esfuerzos preventivos, persecutores y sancionadores del delito demuestran limitaciones e ineficiencia. A la droga le sobra dinero para ser generosa corruptora de quién sea y consecuentemente imbatible en su cadena delictiva.

Han sido corrompidos altos y menores políticos, militares, curas, periodistas, diplomáticos, jueces, educadores, policías. Alcanza para todos. Mucho está fallando al mundo.

Como prueba de fracaso, la ONU jubilosa recién conmemora el “Día Internacional contra el Tráfico Ilícito y Abuso de Drogas”, diciendo que es “para reforzar la acción y la cooperación por una sociedad libre de drogas”.

¿Por qué tal descaro es prueba? Porque la ONU miente presumiendo algo que todos sabemos que no funciona. Lamentémoslo, ese es y será el cínico discurso de organismos internacionales dictado por EU. Se simula lo que sea necesario.

Mientras, sigue siendo verdad que no comprendemos las drogas. No se le advierte interpretación convincente de qué significan, cómo controlarlas, cuál es el futuro. Mientras, sufriremos sus rachas letales. No hay registro en el saber y en el hacer sobre drogas que no se haya explorado. Lo que sobra es sapiencia y… ¡nada comprendemos!

Muchos alardean haber investigado todo, de saberlo todo, son eruditos teóricos, pero…. ¡en nada aterrizan! Y entonces repetimos, ¿por qué no comprendemos las drogas?

Mientras, reconozcamos que en esa ignorancia existe un recurso que debería explotarse con efectos fulminantes: Es el financiamiento a la producción, transformación, transporte, comercio mayorista y minorista de drogas, tanto como a la compraventa de armas.

Es el dinero que opera la banca comercial. Flujo que deja huellas que funcionarios oficiales y privados debieran conocer. ¿Entonces? El poco dinero que se paga al cultivador o laboratorista, de inmediato se transforma en droga y en manos de cada intermediario, a cada paso multiplica su valor.

Inmediatamente alguien de la banca lo hace inexistente, no rastreable. Se pierde de transferencia en transferencia, entre Badiraguato y Wall Street.

Como magia, el mismo día que se deposita en Aguililla ya está abonado a una cuenta en Nueva York, Ginebra o el Caribe. Una mínima parte viaja de regreso, reaparece en el surco o laboratorio y vuelta a empezar el círculo pervertidor dinero/armas/droga/dinero.

¿Cuál es el mensaje? El dinero bien podría interceptarse en cada movimiento bancario hasta su último destino, seguramente un barón anónimo. Eso no sucede. Los grandes financieros dicen que nada saben. En Suiza, Luxemburgo o Ciudad de México nadie se entera del monstruoso enjuague. Mínima parte del dinero regresa al usuario más elemental, la mano de obra productora, a la compra de armas, a corromper autoridades. ¿En qué hemos estado desacertados?

Primero, en poner todas las miras sobre García Luna, El Chapito, El Z40 o La Tuta. Mientras, neciamente triunfalistas, olvidamos indagar a sus titiriteros.

Segundo, en decidir el ignorar a quién es el verdadero amo y último beneficiario. Es lo más secretamente guardado, pero: ¿quién o qué lo permite?

Tercero: no hemos podido superarnos en inteligencia criminal, atención jurídica/penal y cooperación internacional.

Los barones financieros callan, nada se comenta en sus convenciones bancarias. El problema no parece interesarles. De eso no se habla. ¡Es por cosas así que no comprendemos las drogas y va para largo!

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