lunes, mayo 20, 2024
Anúnciate aquíGoogle search engine
- Advertisement -spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

Mirar al cielo en busca de respuestas


Una reflexión para antes del eclipse.

Lourdes Budar
Facultad de Antropología de la UV

Mirar al cielo en busca de respuestas ha sido una constante en la historia de la humanidad. La gran mayoría de las sociedades del pasado basaron sus creencias en los fenómenos naturales, divinizándolos y dándoles nombres. La enorme estrella brillante en el cielo, que este ocho de abril se verá eclipsada totalmente, ha sido la protagonista deificada de innumerables historias entre muchas de las tradiciones culturales del mundo. Ra entre los egipcios, Helios entre los griegos, Odín para los escandinavos, Utu para los mesopotámicos, Inti para los incas, K´inich Ajaw entre los mayas, Huitzilopochtli entre los nahuas, son algunos de los nombres que ha recibido nuestro Sol a lo largo del tiempo.

Dentro de los relatos cosmogónicos y sagrados de las culturas antiguas, se hacen dos diferenciaciones; una corresponde al tiempo dominado por las deidades y la otra al tiempo de la humanidad. Generalmente, la primera narra todas esas historias divertidas que hemos escuchado acerca de las aventuras de las diosas y los dioses, las cuales se llevan a cabo sin una definición temporal y culminan con la historia del nacimiento de El Sol. Este último acontecimiento marca una ruptura en el ritmo del discurso mítico, pues a partir de la existencia del astro es posible contabilizar el tiempo y con ello se da un ordenamiento basado en la cuantificación de su paso por el firmamento. Así, los días, las noches, las estaciones, las gestaciones, la vida en general, cobra sentido en el orden de las diferentes tradiciones acerca de la creación dando pie a la aparición de nuevos personajes en las narraciones: hombres y mujeres que perpetrarán el agradecimiento de su puesta en escena, a través del culto y el sacrificio.

Las culturas arqueológicas originarias del área mesoamericana establecieron una estrecha relación con el entorno en el que vivían; para ellas, los astros, las montañas, el aire, el agua, eran manifestaciones de vida; fuerzas dinámicas independientes y a la vez dependientes entre sí, que provocaban el movimiento de la existencia. Su percepción acerca del tiempo, el espacio y su presencia misma, era integral; se pensaban como parte de un todo vivo. Esta visión es fácil de enunciar, pero difícil de comprender y por ello es común que nos parezca a la distancia cultural, que se entremezclaran en sus conocimientos acerca explicación y funcionamiento de las cosas, los temas religiosos con los políticos o los administrativos.

No debe sorprendernos que las crónicas del siglo XVI no registraran a detalle estas percepciones y conocimientos metafísicos, como tampoco lo hicieron con los conocimientos especializados astronómicos, matemáticos, agrícolas y otros que desarrollaron los pueblos mesoamericanos. En lugar de ello, enfatizaron en ceremonias, rituales y acciones que se llevaban a cabo, importantísimos también, pero privándolos de sentido al omitir las razones principales de su proceder, silenciando los conocimientos locales en sus representaciones y creencias; sobreponiendo el conocimiento occidental medieval y religioso al mesoamericano y provocando así la ridiculización, el infantilismo y el sin sentido que, siglos después, sigue haciendo mella en los pueblos originarios contemporáneos.

Por ejemplo, y con motivo del eclipse, las crónicas dibujaron a hombres y mujeres temerosos escondiéndose alarmados frente al fenómeno; sacerdotes tumbando y rompiendo esculturas de los templos, mujeres cubriéndose con mantas la cabeza al llegar la oscuridad, mujeres embarazadas encerradas por miedo a que se convirtieran en bestias; gente deshaciéndose de sus pertenencias, llevándolas a los templos o arrojándolas al agua. Así, sin ninguna explicación, parece el proceder de una sociedad miedosa e ingenua, a la que hay que explicarle el mundo.

Sin embargo, los hombres y mujeres de los pueblos originarios arqueológicos y contemporáneos de nuestro país, no son el sin sentido de la vida occidental y moderna, son fuente y depósito de conocimientos milenarios de gran utilidad, debemos dignificar y comprender su historia y sabiduría. No hay que explicarles el mundo que ellos mismos habitan.

A lo largo de México, los datos arqueológicos son contrastantes con la percepción occidental de las crónicas. Se han registrado cientos de espacios arqueológicos dedicados a la observación de los astros. Existieron observatorios de diversos tipos: obras arquitectónicas complejas como las que pueden encontrarse en las zonas arqueológicas de Xochicalco, Uaxactún y Chichen Itzá; elementos modificados en la naturaleza como cuevas, bóvedas subterráneas o piedras; marcadores fijos en el paisaje como lo fueron montañas naturales y las artificiales como los edificios de una ciudad. Asimismo, desarrollaron instrumentos tecnológicos para observar y hacer mediciones en el cielo; elaboraron documentos con información tanto en soportes de piel de venado, papel amate o en piedra; identificaron y representaron estrellas y constelaciones como consta en los murales de Cacaxtla y registraron y dibujaron eclipses estilizados como el que se puede ver en la bóveda de la Cueva de las Serpientes en Paso de Ovejas, Veracruz.

Muchas de las culturas arqueológicas originarias de nuestro territorio promovieron y financiaron gremios especializados al estudio de los astros, para poder comprender la naturaleza del movimiento. Así, a través de estos estudios crearon complejos calendarios para predecir con facilidad algunos de los fenómenos naturales y dominar el tiempo. Esto no es más que ciencia básica basada en miles de horas de observación y registro de los datos de los astros y su efecto en el entorno; una práctica llevada a cabo de forma sistemática de generación en generación de la misma manera en que rindieron culto de muchas maneras a las deidades que representaban a la naturaleza y sus procesos.

Los eclipses fueron referentes de la historia de estas culturas. Para la gente dedicada a la astronomía, muy seguramente fueron los momentos para comprobar qué tan eficaces fueron los registros de las cuentas calendáricas y las predicciones basadas en la observación del tiempo, sin duda representó un momento para la reevaluación de sus métodos, la innovación y la realización de los ajustes necesarios para el perfeccionamiento futuro de su especialización. Para las personas dedicadas a la administración de los cultos, marcaron el renacimiento del sol, el triunfo de la luz sobre la oscuridad tras la lucha cósmica de los astros deificados y con ello, la oportunidad para demostrar que el movimiento vital podía trastocarse y que por ello era conveniente y necesario, además de la ciencia como apoyo, refrendar los pactos con las fuerzas naturales mediante ceremonias, rituales, tributos y ofrendas realizadas de manera constante y particular no sólo en ese preciso momento, sino en cada estación del año. Sin duda hubo aquellos que los relacionaron a eventos fatídicos y otros que aprovecharon la ignorancia de algunos para manipularlos, como también ha sucedido en otras épocas.

Tal vez, para la gran mayoría de las personas que habitaron el área mesoamericana, fue exactamente igual que para nosotros, un momento suspendido en el tiempo, que dura breves minutos pero que nos maravilla porque nos permite la oportunidad de ver la vida en un movimiento lento.

Para conocer acerca de la astronomía mesoamericana, se recomienda buscar en internet lecturas o conferencias de especialistas en arqueoastronomía como lo son: Jesús Galindo Trejo, Johanna Broda, Stanislaw Iwaniszewski, Arturo Montero y Rubén Morante; o a Sara Ladrón de Guevara para consultar acerca de la representación del eclipse de la Cueva de las Serpientes en Paso de Ovejas, Veracruz.