miércoles, mayo 1, 2024
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El sureste de México en el contexto geopolítico

Notas en torno al discurso de AMLO en Veracruz el 22 de abril de 2022

Andrés Barreda e Hipólito Rodríguez1

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El 22 de abril, el presidente de México supo defender de modo estratégico a nuestro país frente al discurso belicista que actualmente difunde el gobierno norteamericano. Estamos por una cultura de paz, afirmó, y no aceptamos, en ninguna circunstancia, que se invada y se viole la soberanía que cada Estado tiene sobre su territorio. En un escenario tan simbólico como es el puerto de Veracruz, y ante el embajador Ken Salazar, el presidente recordó las invasiones que hace poco más de cien años el gobierno de Estados Unidos impulsó, fueron rechazadas de forma contundente por Venustiano Carranza. Es claro que los intereses norteamericanos no han dejado desde el siglo XIX de estar orientando las políticas de despojo y hostilidad a los gobiernos que en toda América Latina se han propuesto defender su integridad territorial y sus recursos estratégicos.

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En los últimos años, los procesos de integración regional a escala global muestran cambios históricos profundos. A lo largo de su intervención, el presidente mostró que, según los datos del Fondo Monetario Internacional (https://www.visualcapitalist.com/cp/biggest-trade-partner-of-each-country-1960-2020/), los espacios de cooperación interregional vienen registrando cambios muy notables. Si en los años sesenta, Estados Unidos, Inglaterra y Europa concentraban buena parte de los movimientos de intercambio internacional (exportaciones e importaciones), treinta años después se observa que Estados Unidos conserva su hegemonía, pero a su lado se observa el ascenso de Japón, el recentramiento de la Unión Europea (en beneficio de Alemania y Francia, y en detrimento de Inglaterra) y el incipiente impulso de China. Pero hacia el año 2020, el peso de China es ya rotundo, situándose prácticamente a la par de Estados Unidos, y dejando en un tercer lugar a los países que integran a la Unión Europea. Las enseñanzas son claras: a lo largo del proceso de globalización, la configuración de mercados puede potenciarse si se constituyen relaciones de intercambio que aprovechen las ventajas comparativas e impulsen inversiones que tomen en cuenta al potencial de las regiones. América Latina, ciertamente, podría mejorar su posición en el mercado mundial: pero para ello se requiere que cambien las reglas del juego.

Si ello es así, el desarrollo del actual Megaproyecto del Istmo propuesto por la 4T no se lo puede seguir valorando como un proyecto más de los ideados en los cuartos de guerra de economistas think tank neoliberales que, procurando modernizar y americanizar radicalmente el país, les tenía sin cuidado la destrucción de la soberanía y la cultura nacionales. Actualmente está en crisis profunda no sólo la economía, el Estado y la política norteamericana. Lo que se reorganiza política y económicamente no es sólo México, pues lo que verdaderamente está en juego es la reorganización histórico planetaria del patrón de acumulación del capital.

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América Latina puede configurar con Estados Unidos una alianza que, con equidad, contribuya a formar un espacio económico de intercambio y productividad en beneficio de los habitantes de la región. Lo cual implicaría un reajuste histórico de la forma económica, política, jurídica, cultural y militar con que hemos sido tratados desde hace 200 años. Para subrayar el punto, el presidente evocó los logros de la Unión Europea, y al poner como ejemplo que esa instancia de cooperación regional tomó en cuenta las diferencias económicas y las bondades de la integración que aprovecha las ventajas comparativas, abrió una reflexión a la cual es fundamental se sumen todos los gobiernos del continente: sin excluir a ninguno. Lo que implica considerar a todas las naciones que, hasta ahora, han quedado marginadas por la voracidad imperial y los residuos de la guerra fría. Pero también recuerda de forma franca y esencial la forma inocultable en que el hegemón está perdiendo aceleradamente su control del mercado mundial. De modo que la invitación a los vecinos del norte para conformar un nuevo tipo de relación comercial igualitario no descansa en una postura sumisa, pues se la fundamenta en la valoración de la nueva estructura que ha comenzado a adquirir la economía del mundo y en la intención histórica de participar activamente en la definición de la misma.

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El desarrollo regional en México está marcado por la desigualdad. Las cifras son contundentes. Donde más pobreza y atraso tenemos, es en el sureste del país. Sin embargo, ahí es donde más recursos naturales, más biodiversidad y riqueza cultural, más agua, más energía y ventajas interoceánicas tenemos. Durante muchos años, los economistas de todas las escuelas que proliferan en México han subrayado esos contrastes. Pero a pesar de la coincidencia en que es indispensable revertir esa historia de desigualdad, muy poco se hizo durante el periodo neoliberal. Todos recordaran los escritos de Santiago Levy y colaboradores sobre El sur también existe. Todos quizás se acuerden del tristemente Plan Puebla Panamá. Todos tal vez conozcan los estudios territoriales de la OCDE, La región mesoamericana (2006). Pero de esos textos nunca surgió una auténtica y efectiva política de desarrollo regional orientada a elevar los indicadores de inversión y empleo en el sureste mexicano. Y eso es lo que acaso sea importante subrayar en este momento: el gobierno de AMLO es el primero en décadas en promover inversiones industriales y de infraestructuras orientadas a contribuir a neutralizar la desigualdad regional en México.

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Los tres proyectos que AMLO impulsa —Tren Maya, Refinería Dos Bocas y Proyecto del Istmo de Tehuantepec— constituyen un hito en la historia económica de México. Los tres vienen a realizar los objetivos que los economistas estudiosos del desarrollo regional han planteado desde los años sesenta. Recordemos solamente los textos de Enrique Hernández Laos, Gerardo Esquivel y Alejandro Álvarez, tres de los economistas que han dedicado ensayos y libros a reflexionar sobre la desigualdad regional en México. A pesar de contar con una gran riqueza energética, una biodiversidad extraordinaria, una posición geoestratégica única, una abundancia de recursos hídricos, a lo largo de todo el siglo XX el sureste más que mejorar su situación relativa, vio decaer sus posibilidades de desarrollo. Las razones de ese declive se encuentran, como bien señaló el presidente, en la corrupción. Veamos por qué.

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El caso de la energía eólica es ejemplar: una riqueza que podría contribuir a mejorar la calidad de vida de los habitantes del istmo oaxaqueño, fue acaparada, de modo abusivo, por algunas empresas extranjeras. Al más clásico estilo colonial, durante los gobiernos neoliberales se decidió, sobre el escritorio de los funcionarios, repartir los polígonos del suelo istmeño a las empresas que más interés tenían en aprovecharse de ese potencial eólico. En ningún momento se consultó, ni se invitó ni se apoyó a sus legítimos e históricos propietarios al desarrollo de empresas colectivas como existen en Dinamarca. A ellos, solo migajas se ofreció. La corrupción, es claro, sirvió de lubricante al abuso.

El caso de la energía basada en hidrocarburos, es el otro caso ejemplar. Durante años se permitió que las empresas privadas sobreexplotaran, saquearan y dilapidaran los recursos nacionales. Al tiempo en que, por mandato estadounidense, se alentó la “chatarrización” del complejo petroquímico más importante de toda América Latina. Con la complicidad de los funcionarios de Pemex, se toleraron negocios muy jugosos. Durante décadas, los habitantes y trabajadores de la región cuestionaron esas prácticas y denunciaron la contaminación química extrema que envenenaba a la población y a sus ecosistemas. Obviamente, la corrupción fue el lubricante preferido. Y el desastre sanitario que actualmente se padece en la región es casi inefable.

El caso del turismo es también otro ejemplo singular. Los mejores paisajes, las playas más bellas, los sitios arqueológicos más impresionantes, en fin, los territorios con mayor valor para el desarrollo de proyectos turísticos, se cedieron a las empresas privadas, muchas de ellas extranjeras, violando normas y programas de ordenamiento ecológico y reglamentos del Instituto Nacional de Antropología e Historia. El desastre que al cabo del tiempo se produjo en todas las playas de la península de Yucatán, hizo que la región se asemejara al panorama que viven las costas mediterráneas de España: la saturación de instalaciones hoteleras sobre líneas de playa, haciendo que el anterior paraíso se convirtiera en un escenario de irregularidades y amontonamiento de privilegios y exclusiones. De nueva cuenta, la crema lubricante que se deslizó por la piel de toda la región, aboliendo todas sus bellezas, fue la corrupción.

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Bien subrayó el presidente que abatir la corrupción libera recursos y neutraliza la desigualdad. Combatiendo ese lastre, su gobierno ha conseguido incrementar los presupuestos (sin generar más deuda pública) y los ha canalizado para detonar la prosperidad en el sureste. No vamos a decir que no se han cometido errores, pero sin duda el mayor acierto es canalizar recursos para que el sur vuelva a crecer. Se pone con ello el ejemplo: si queremos detener la migración, originada la mayor parte de las veces por la falta de oportunidades laborales, es fundamental abrir empleos en la región. Tal vez sea necesario insistir en que hoy lo que más se requiere es reconstruir el mercado interno, reconstruir las capacidades industriales nacionales y ampliar los mercados de trabajo, pero también es oportuno señalar que ese objetivo tiene que ser compatible con el cuidado de nuestras riquezas más valiosas: la salud de la población, el patrimonio biocultural, los hidrocarburos, el agua y las abundantes fuentes de energía renovables que existen en México.

En todos los casos, el objetivo geoestratégico es proteger la soberanía nacional: no permitir que la avaricia de empresas trasnacionales se apodere de nuestros valiosos bienes. Sacar al sureste de su atraso implica empoderar económica, política y culturalmente a las poblaciones locales, las únicas que pueden defender el territorio y sus recursos frente a la codicia del capitalismo imperante. El desarrollo regional supone fortalecer el desarrollo local. Pero éste debe necesariamente contemplar planes claros de ordenamientos participativos de tipo ecológico, hidrológico y urbano. En ello, las organizaciones comunitarias de agrupaciones indígenas y colonos, así como las organizaciones sociales (sindicatos, asociaciones campesinas, pescadores, etc.), que llevan años luchando contra los impactos nocivos del capitalismo dependiente, deben de jugar un papel fundamental, sin subordinarlas ciegamente a los intereses de los grandes grupos de poder político estatal y regional, así como a diversos grupos empresariales exclusivamente ocupados de obtener beneficios económicos particulares.

1Los autores son economistas por la UNAM y doctores en ciencias sociales. Coordinaron el proyecto El istmo en el contexto contemporáneo del desarrollo (CIESAS-Conacyt).