martes, abril 30, 2024
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Saber decir para comunicar bien


Ricardo Azamar

De todas las frases manidas que se dicen y escuchan en el carnaval electorero actual destaco una: “Tiempo de mujeres”. Frase común que a fuerza de repetirse pierde el poco empuje que tenía desde los primeros momentos y es afortunado que resulte así, porque oído en boca de algunas mujeres remite a título de telenovela, pero escuchado en voz de las candidatas es un autogol.

¿Qué significa que ahora es “Tiempo de mujeres”? ¿No las había antes de que se acuñase la frase y proliferara en pintas aquí y allá? ¿Es que hay mujeres cuyo tiempo importa más que el de otras? Desconozco la autoría del spot, pero si su intención era mostrar feminista determinada fórmula partidista o sugerir una apuesta en especial a favor de la igualdad política entre mujeres y hombres o incluso colocar en el centro de las campañas la voz de determinadas mujeres ha fracasado. Pues no basta con ser mujer para ser automáticamente feminista. Ni tampoco declararse un hombre con madre, esposa e hijas para serlo.

En primer lugar, porque mujer y hombre son construcciones sociales y discursivas cuyo ejercicio está condicionado por múltiples factores del contexto que no es fijo y en el marco de una época que también fluye por referirlo resumidamente.

En segundo lugar, porque asumirse feminista no significa nada si la palabra no es antecedida por un accionar político que cuestiona y combate el statu quo en el que acontece el quehacer cotidiano de mujeres y hombres por mencionarlo más brevemente aún.

Detenerse en el compás que media entre el ser y el parecer es jugar un juego importante, pero harto conocido. Acá el énfasis está en identificar cuáles son las reacciones que suscita la frase “Tiempo de mujeres”, quiénes la dicen y para qué, sin que dicha acción suponga un ejercicio de misoginia o violencia política de género.

El primer debate entre las candidaturas evidenció que para ejercer de presidenta es insuficiente ser mujer. Sin duda la ciudadanía mexicana quiere y necesita una presidenta. Pero una que oficie con prácticas, discursos y estrategias distintas a las de los varones y emprenda políticas dirigidas a las mujeres y a los hombres de este país con quienes debe signar su responsabilidad y no estar comprometida previamente con alguien más; menos cuando ese ‘alguien más’ responde a un nombre de varón o a las de un partido político.

Numerosos son los ejemplos pasados y actuales en la política local y nacional de cargos de poder detentados por mujeres que en la práctica son ejercidos al “modo de los hombres”, es decir, si ningún cambio perceptible en las formas (machistas) de conducirse entre la clase política; sin diferencia en las estrategias de ejercer el poder y el planteamiento de políticas públicas; apenas sin variaciones en los discursos, acciones y patrones de conducta (clasistas, sexistas, discriminatorios) hartos conocidos en el accionar de los políticos hombres de toda la vida.

El cambio en la ejecución de la política no depende solamente de si quien lo ejerce es una mujer o un varón; el énfasis hay que colocarlo en la perspectiva política con la se ejecuta ese poder trátese de una fémina o de un hombre.

La ciudadanía no reclama un “tiempo de mujeres”, sino políticas públicas planteadas y llevadas a cabo desde otras miradas, nuevas perspectivas, situadas de ser posible y reeducar en conjunto a la clase política, la ciudadanía y a quienes estén interesados en aprenderlas para hacerlas efectivas.

Tanto las mujeres como los hombres siempre han estado a tiempo en la conformación del país como lo evidencia la Historia; a destiempo van, nuevamente, las candidatas y los candidatos cuyas fórmulas insisten (y sus actuaciones así lo evidencian) en dirigirse al electorado como si éste fuese un público infantil, al hacerlo así, ofenden la inteligencia de unas y otros y de paso, también la de las niñas y los niños, futuros votantes.