miércoles, mayo 1, 2024
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Reflexiones de un masehual

Davíd Martínez Sánchez

A propósito del Día Internacional de la Lengua Materna escribo este texto desde mi propia experiencia y ojalá sirva para la reflexión que en esta fecha se da en varios espacios.

Nací en una comunidad nahua, a inicios de la década de los 90, en ese entonces recuerdo que todos y todas las niñas de mi edad hablaban el náhuatl. El español lo aprendimos en la escuela, fue difícil para algunos y un poco más fácil para otros, sin embargo, a todos y todas se nos complicó en cierta medida. Ya no nos tocó la etapa de nuestros padres y abuelos, que nos contaban que les ponían castigos severos si en la escuela hablaban en náhuatl.  

Sin embargo, ese desdén a las lenguas seguía latente. No recuerdo que los maestros y las maestras se interesaran por nuestra lengua. Estaban cien por ciento empeñados en enseñarnos el español y se enojaban si escribíamos mal una palabra o nos equivocábamos en la pronunciación. ¡Cómo batallamos los hablantes en náhuatl con estas dos vocales O y U!, decir “cumo en vez de como”, “coerno en vez de cuerno”. Hasta el día de hoy sigo con ese temor de equivocarme en la pronunciación. 

En la década de los 90 se habla muy poco sobre el orgullo y la importancia de proteger las lenguas originarias, y sí ya se hablaba sobre eso, no había llegado en las comunidades. El español se imponía como lengua superior que todos y todas teníamos que aprender, a cualquier precio, para poder enfrentar un mundo cambiante. En esa época había más jóvenes estudiando fuera de la localidad, algunos estaban en la ciudad trabajando. Recuerdo que decían que para salir de la comunidad “te tenías que defender” y que, para ello, al menos, tenías que hablar y leer un poco el español. 

Generaciones posteriores empezaron a hablar náhuatl y español al mismo tiempo, después, español primero y posteriormente náhuatl. Ahora algunos jóvenes dicen que lo entienden, pero no lo hablan. 

Regresando a mi experiencia, salí de la primaria hablando y escribiendo en español. Entré a la telesecundaria, en esta etapa escolar me tocó estudiar en una localidad hablante del náhuatl, por todos lados escuchabas el náhuatl.

Salí de la secundaria y entré a la preparatoria. Esta vez opté por asistir a una escuela de la cabecera municipal. Ahí la mayor parte del tiempo conversaba en español, a pesar de que sabía que algunos de mis compañeros y compañeras hablan el náhuatl. El espacio parecía vedado para cualquier otra lengua que no fuera el español. Sí se hablaba en náhuatl, era bajito y unas cuantas palabras. 

En ese entonces no entendía por qué al entrar en cierto espacio automáticamente mi lengua náhuatl quedaba vetada, como por una energía invisible, y hablarlo “ahí donde no deberías” se sentía incómodo. Estos espacios de prohibición implícitas para las lenguas siguen hasta el día de hoy, es la escuela, la iglesia, las instituciones de gobierno, el hospital, la ciudad completa, la cabecera municipal, la televisión, la radio, aunque poco a poco se va ganado terreno. 

Al contrario, en mi casa y en mi pueblo, el náhuatl se escuchaba fuerte (y se sigue escuchando). Al hablar en náhuatl no estas con ese temor latente de equivocarte; una mala pronunciación, utilizar una palabra donde no va, etc. Pero el náhuatl y otras lenguas, recalco, no están permitidos en todos los lugares. 

Aunque la actualidad hay un empuje entre los hablantes de alguna lengua originaria en mostrase orgullosos, y que a través de este esfuerzo se han ido permeando “esos lugares en donde la lengua originaria no es bien recibida”, ¿por qué año tras año hay menos hablantes de alguna lengua indígena? El Conteo de Población y Vivienda de 1995 registró que el porcentaje de hablantes de alguna lengua indígena fue de 6.8%, en 2015 el porcentaje de hablantes era del 6.5 por ciento y en el 2020 ya sólo era el 6.1 por ciento (INEGI).

¿Por qué las y los jóvenes, los niños y las niñas, dejan de hablar la lengua de sus comunidades? Cómo joven trato de explicarme los motivos. El fantasma de que las lenguas originarias son de una jerarquía inferior ronda aún las instituciones, y en las interacciones cotidianas, a pesar de las leyes y los pronunciamientos. Aunado a esto, el desmantelamiento paulatino de las formas de vivir de las comunidades, por omisión o por acción, esta avalancha llamada “modernidad”, con sus instituciones y su forma de ver única, va engullendo todo a su paso, y los primeros, somos los jóvenes, cambiándonos nuestras percepciones y aspiraciones.

En esfuerzos por fortalecer las lenguas originarias, los ausentes somos los jóvenes (quiero decir que hay excepciones). Hablando desde mi experiencia, sentirme cómodo con mi lengua náhuatl, hablarlo sin temor a las miradas y a ser tachado, no fue fácil. En este proceso me ayudaron los espacios en las que estuve, las lecturas que llegaron a mis manos, las personas con las que conversé, mi inquietud que me empujaba a buscar, etc.  Creo que no todos encontramos y contamos con estos espacios reivindicativos. Creo que la mayoría de los y las jóvenes se encuentran solos y solas es esta etapa de dudas. 

Antes de esta etapa de definición, en mi interior sentía con mucha fuerza mi identidad como nahua, pero, de manera sutil, en todos los espacios que iba conociendo menospreciaban mi origen y los conocimientos que había adquirido de ella (las y los que son de una comunidad originaria lo habrán sentido también). ¡Si en ese lugar donde has puesto todos tus deseos para realizarte como persona, tu profesión, no tiene cabida tu lengua y tu origen, es un problema grave! Las acciones para revertir este problema son ínfimas, pocas escuelas universitarias se interesan en saber si sus estudiantes hablan una lengua originaria, que sería lo mínimo que tendrían que hacer, y si lo hacen, queda sólo en el documento. 

En mi comunidad, por ejemplo, las generaciones jóvenes todos hablan el español y se comunican en esa lengua. Saben la lengua náhuatl pero no lo utilizan para comunicarse. Dice Yásnaya Aguilar (lingüista y escritora ayuujk) “que hablar en lengua es un hábito” y los hábitos se forman. Y es en este aspecto que, a pesar de los esfuerzos, no se ha podido llegar a esta práctica cotidiana, que los jóvenes opten por comunicarse en lengua originaria.