lunes, mayo 20, 2024
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Prometer es un verbo irrealizable

Ricardo Azamar

La extensa temporada de campañas electorales hace que se antoje con más urgencia la estación de lluvias en un territorio sometido a un dilatado estrés hídrico y sequía preocupante que impide satisfacer las necesidades del campo, la industria y el día a día de la población. Si se prolonga el estiaje pronto escucharemos a candidatas y candidatos prometernos también la lluvia en caso de obtener los cargos públicos por los que compiten.

Los tiempos electorales son tiempos de excesos: políticas y políticos disfrazados de ciudadano común se hacen a las calles y descubren los mercados municipales, los empleos informales, algún campo deportivo; hay quienes se acercan por vez primera a los centros de salud a los que peregrina cotidianamente el grueso de la población sin acceso a servicios de calidad e incluso están los que defienden su pasado pueblerino y reivindican lenguas y territorios que difícilmente identifican en su vida diaria.

El auténtico proselitismo sería mirarlos, cara a cara, frecuentemente, padecer con los usuarios la calidad del transporte público; intentar completar la canasta básica con los ingresos mermados por la inflación real y no la de las macro cifras; atender su salud en algún dispensario médico con medicinas de similares y genéricos; encontrarlos sin el disfraz de ciudadano, más bien asumido de tiempo completo, es decir, despojados del privilegio de la clase política y de paso, aterrizados en una realidad que les resulta ajena y que sólo visitan para sembrar promesas.

Es un lugar común aquello que refiere que no existe político honesto y tristemente el dicho se celebra cual aguacero en mayo; antes bien habría que manifestarse en desacuerdo con una sentencia así, más que por una cuestión moral (que importa, sin duda), por un sentido de coherencia en la construcción de ciudadanía: si a priori estamos convencidos de que para ocupar y ejercer un cargo público hay que carecer de honradez, qué sentido tiene continuar formando a unas y otros en los valores que nos tornan ciudadanas y ciudadanos.

Hay que reconocer críticamente que las promesas de los políticos son palabras al viento, un spot que caduca pronto, un meme viral que rápidamente es sustituido por otro. Esto debido a una razón en la que poco se repara: en la enunciación de la promesa está implícito el incumplimiento de la misma, porque quien la expresa carece del control de las variables necesarias para su realización. De suerte, que quien promete miente y quien cree se autoengaña.

¿Existen otras maneras de hacer campañas políticas? Desde luego que sí. Una opción es plantear a la ciudadanía propuestas de trabajo realizables durante el tiempo de gobierno de acuerdo con el presupuesto constante y sonante que hay en caja; asumir el compromiso de convocar licitaciones claras, trasparentes, sin letras pequeñas para la obra pública y cumplir con el electorado vía transparencia (sin trucaje alguno); dirigirse a las y los votantes con honestidad desde el lugar social que ocupan y demostrar civilidad para afrontar el cargo al que aspiran. En política también “menos es más”: menos corrupción, más rendición de cuentas.

Ciertamente aún está en proceso de maduración el electorado mexicano y dista mucho de dar el salto a la ciudadanía real (más bien todo apunta a un retroceso), ésa que implica asumir la responsabilidad que demanda el ejercicio de derechos en su conjunto, no solamente los de orden electoral. Pero sin duda, alguna vez los habitantes de este país conquistarán su verdadera nombradía: nunca más ser señalados como pueblo y sí, ser reconocidos cara a cara, ciudadanos.