lunes, mayo 6, 2024
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El agua de Xalapa y el cambio climático

Hipólito Rodríguez

Si algo nos enseñan estos días de calor, es que un futuro en el que aumente más la temperatura será invivible. Lo estamos viendo todos los días. Los incendios de bosques, las sequías y sus efectos perniciosos, las carencias del agua indispensable, el calor y su agobio… Nos lo ha dicho la comunidad científica desde hace por lo menos cincuenta años: abusamos de la naturaleza, le estamos extrayendo más de lo que es sensato.

Para sostener el nivel de vida de una población que no cesa de crecer, día tras día tiramos más bosques y selvas para sembrar y cosechar más alimentos; para ampliar nuestras ciudades, que tampoco cesan de crecer, cada día extraemos más materiales de construcción; para mover más y más medios de transporte, los derivados del petróleo no paran de extraerse y procesarse, llenando la atmósfera de gases que son, al fin y al cabo, los que están provocando este notable incremento de las temperaturas a nivel global.

El responsable de este proceso no es una persona o un gobierno, una empresa o una actividad económica en particular. Estamos atrapados en una inercia cuyo origen se encuentra en un complejo patrón de producción y consumo. Si se propone dejar de consumir gasolina y disminuir el uso del transporte privado, el ciudadano dueño de un auto impotente diría: y cómo me traslado de mi casa a mi trabajo, si están cada día más distantes una del otro. Si se propone dejar de edificar infraestructuras (puentes, carreteras, más calles), el ingeniero diría: y cómo resolvemos la necesidad de mover cada día más mercancías de donde se producen a donde se consumen. Si se propone dejar de importar millones de toneladas de alimentos de lugares lejanos hacia los sitios donde se consumen, el operador de un mercado diría: y cómo satisfacemos las necesidad de nutrición de nuestra creciente población.

Estos ejemplos señalan problemas que no surgieron en un día. Desde hace décadas iniciamos un camino, la modernización económica, que nos ha colocado ahora en una trampa. De un día para otro, no pareciera viable dejar de consumir hidrocarburos (el principal factor que incide en el calentamiento de la tierra), pues no podemos prescindir del auto ni del transporte pesado, cuyo número aumenta, y por tanto no podemos evitar las inversiones constantes en más carreteras y avenidas para que pueda moverse ese número creciente de vehículos. No podemos desactivar de un día para otro nuestra dependencia de los millones de toneladas de alimentos que compramos en el exterior. Ni tampoco parece viable desprendernos de manera rápida de la adquisición de muchos otros productos que vienen de lejos: aparatos electrónicos de todo tipo (computadoras, teléfonos móviles), todo tipo de ropas y tenis, sin hablar de todos los componentes que traemos de fuera y que alimentan a las industrias con que logramos aumentar nuestras exportaciones (autos y más autos).

Nos hallamos ante una situación que para muchos economistas es plausible: así como crecen nuestras exportaciones, también crecen nuestras importaciones, y de ese modo crece el comercio internacional, prospera la globalización, y la economía genera más y más mercancías, inversiones y empleos. Sin embargo, el costo que estamos pagando por ese tipo de modernización ahora lo tenemos enfrente: el consumo desmesurado de energía (sobre todo hidrocarburos), la extracción incesante de materiales (toda clase de minerales), el cambio de uso del suelo para ampliar el suministro de materias primas (alimentos y fibras naturales) que desplaza y destruye bosques, selvas, ecosistemas naturales, se ha traducido ya en un trastorno climático global.

Si no detenemos esta inercia, el calor será insoportable: las sequias, la carencia de agua, los incendios, en los días de más calor, dañaran nuestros campos y ciudades. Pero después seguirán las malas noticias: tormentas, huracanes e inundaciones, producto de toda la humedad generada en el mar por el calor creciente, no dejarán de golpear nuestras infraestructuras y lastimaran a miles de personas.

¿Cómo detener la inercia, cómo salir de la trampa de la modernidad basada en combustibles fósiles? Es claro que los grandes millonarios del planeta son los más interesados en que nada cambie. Para las grandes empresas, las trasnacionales, la globalización es su mayor logro. Sin embargo, esa prosperidad solo beneficia a un segmento muy pequeño de los habitantes del planeta.

Es urgente prestar atención a las voces de los economistas que nos señalan que es posible otro modelo de desarrollo, otro modelo de ciudad. Para empezar, podemos imaginar que, en la ciudad de los manantiales, nuestros ríos dejen de ser arroyos de aguas negras. Frente al sueño de los ingenieros, de traer más agua de lugares distantes (el pésimo ejemplo de la ciudad de México), podríamos impulsar medidas para captar más agua de lluvia, construir más reservorios (tanques) de agua. En fin, avanzar hacia una ciudad que invierte en infraestructuras verdes y se prepara ante el inclemente cambio climático.