María José García Oramas
El feminismo es un movimiento internacional que trasciende fronteras. Las mujeres defienden los derechos de todas sin importar el lugar donde se encuentren y se solidarizan unas con otras en las causas que defienden desde los diferentes contextos en los que habitan. Por ello, no es de extrañar que las feministas panameñas se unieran a las mexicanas en su rechazo a Pedro Salmerón como embajador de México en su país, y presionaran a sus autoridades, particularmente a las mujeres, para no otorgarle el beneplácito necesario para ejercer este nombramiento.
Eso parece no comprenderlo del todo nuestro Presidente, a quien le reconozco importantes aciertos en su gestión pero quien resulta poco conocedor del movimiento feminista y de la enorme diferencia entre este movimiento social y la santa inquisición. Habría que hacer historia, ciertamente, de lo que la santa inquisición implicó en la lucha de las mujeres por su libertad y autonomía. Para el tribunal de la santa inquisición, la mayoría de las mujeres, por el mero hecho de serlo, eran potenciales brujas o herejes, razón por lo cual miles si no es que millones de ellas, durante siglos, fueron sentenciadas bajo tortura, quemadas en la hoguera y ahorcadas en espacios públicos por ser curanderas, ejercer alguna profesión o puesto de mando, o por tener un marido que las acusara de infieles a fin de deshacerse de ellas y poseer sus bienes.
La historia es larga y sería difícil enunciar los múltiples estudios que constatan esta realidad. Afortunadamente, hoy en día contamos con información documentada que atestigua fielmente el daño físico y moral que la santa inquisición causó, particularmente, en la vida de las mujeres.
Las denuncias que según Salmerón ha enfrentado injustamente a lo largo de su carrera, si bien no han llegado al Ministerio Público –y ya sabemos por qué razones no llegan al Ministerio Público– no por ello dejan de ser relevantes porque demuestran un reiterado proceder acosador en sus relaciones con las mujeres en los distintos ámbitos en los que ha interactuado con ellas: en la universidad, en su partido político, en su vida cotidiana. Celebro entonces que ahora se muestre interesado en estudiar esta temática y en comprender el significado de las nuevas masculinidades, además de darnos luz sobre la historia de los fraudes electorales en nuestra nación.
Mientras eso sucede, a quienes lo han denunciado en las redes, en los tendederos y en distintos medios, les creemos porque sabemos que su palabra vale, que no se trata de brujas queriendo ejercer maleficios contra los varones o de herejes poseídas por el demonio. Se trata de mujeres jóvenes, valientes y decididas a ofrecer su testimonio para lograr lo que ya se ha logrado, que un abusador no sea embajador, ni gobernador, ni senador. Vamos, que no ocupen cargos públicos quienes violentan a las mujeres.
Ciertamente es importante recuperar la historia, pero la nuestra, la de las mujeres que han pasado por la santa inquisición, por el aborto clandestino, por los feminicidios, por vejaciones y maltratos entre muchos otros infortunios. Necesitamos seguir escribiendo nuestra propia historia como lo hemos venido haciendo desde hace ya tiempo y para ello no necesitamos a un historiador como Pedro Salmerón, porque un abusador tampoco será historiador, por lo menos no de nuestra historia, porque esa, la nuestra, la seguiremos contando nosotras mismas, sin colores partidistas, sin intereses de ninguna índole, y lo haremos simplemente porque somos feministas, porque si tocan a una, nos tocan a todas.