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Gaza y Haití: la indolencia de occidente

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En la franja de Gaza y en Haití se desarrollan dos desastres humanitarios de tal magnitud que puede aplicárseles cualquier adjetivo sin riesgo de caer en la hipérbole. En las Antillas se ha borrado todo rastro del Estado y la sociedad ha quedado a merced de bandas criminales que controlan 80 por ciento de la capital, donde vive una cuarta parte de la población.

Estos grupos asfixian a los habitantes impidiendo la circulación, extorsionando, asaltando, sometiendo a niñas y mujeres a todo tipo de violencias sexuales; todo ello en ausencia de una autoridad que pueda ponerles alto o siquiera plantarles cara. El crecimiento de 119 por ciento en el número de homicidios ya indicaba la degradación que sufre el país, y el 4 de este mes la fuga de 97.5 por ciento de las personas encarceladas puso de manifiesto ante el mundo el caos y la incertidumbre en que se encuentra sumida la primera nación de América Latina y el Caribe en ganar su independencia.

En Oriente Próximo, al menos 25 mil mujeres y niños han muerto víctimas del genocidio que Israel perpetra contra el pueblo palestino desde octubre. Es imposible determinar el número de heridos y mutilados. Las fuerzas de ocupación han arrasado o invadido todos los hospitales; prohíben la llegada de ayuda humanitaria y bombardean a los convoyes de alivio que logran evadir su cerco. En semanas, Israel asesinó a más periodistas y niños de los que han muerto en conflictos armados que duraron años. Tras casi cinco meses, los gazatíes están muriendo de hambre mientras Tel Aviv bombardea de manera indiscriminada su último refugio en preparación de un asalto terrestre cuyo único desenlace posible es una masacre aún peor que las que ha cometido hasta ahora.

Distintas y distantes, las tragedias de Palestina y Haití tienen en común la indolencia de la comunidad internacional y el haberse originado en el colonialismo: en el de los franceses que poblaron la mitad occidental de La Española con cientos de miles de seres humanos reducidos a la esclavitud, y en el de los sionistas de múltiples nacionalidades europeas que declararon suya una porción de Levante, expulsaron a sus pobladores árabes y erigieron ahí un Estado de apartheid.

Frente al genocidio, los dirigentes occidentales expresan su apoyo al inexistente derecho de Israel a la autodefensa: inexistente, dado que se trata de una potencia ocupante en territorio ajeno, y por lo tanto el único que puede invocar tal derecho es el pueblo palestino. 

Algunos líderes condenan de manera retórica los excesos del régimen de Benjamin Netanyahu, pero siguen enviándole el armamento más avanzado para masacrar a un pueblo que se defiende con rifles del siglo pasado, misiles artesanales y, muchas veces, con los escombros de sus hogares destruidos por las bombas y los buldóceres israelíes.

Ante la espiral de barbarie que asola a Haití, Occidente finge que la situación no tiene ningún vínculo con la historia centenaria de expolio e intervencionismo que el territorio insular ha padecido a manos de las potencias coloniales. Mientras evaden su responsabilidad, los gobernantes de los países ricos ofrecen una empatía meramente retórica que no alivia la miseria generalizada, la cual impide consolidar una institucionalidad funcional y es el sustrato en que germinan los grupos antisociales. Para ilustrar lo mucho que los autoproclamados guardianes de la democracia y los derechos humanos podrían hacer por Haití si tuvieran la voluntad, basta con decir que Estados Unidos, la Unión Europea y los siguientes ocho principales donantes a Kiev han gastado en mantener andando la guerra en Europa del Este un monto que equivale a entre 11 y 15 veces el conjunto de la economía haitiana.

Un aspecto inquietante del posicionamiento de Occidente y buena parte de la comunidad internacional ante las catástrofes en Gaza y Haití es su manera de referirse a ellas como un riesgo latente, una amenaza que está por concretarse, cuando la realidad es que se han desenvuelto por décadas y se han tornado insoportables apenas hace meses. La negativa a reconocer hechos tan atroces como evidentes sólo puede interpretarse como una estrategia para desentenderse de la suerte de los 11 millones de haitianos y los 2 y medio millones de gazatíes. A estas alturas, las únicas salidas viables pasan por un bloqueo diplomático y financiero total a Tel Aviv, así como por una transferencia masiva de recursos a Puerto Príncipe, y que cualquier propuesta de solución que omita estas medidas debe rechazarse como mera hipocresía.

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