El arribo de Claudia Sheinbaum Pardo a Palacio Nacional ha sido un evento histórico desde múltiples perspectivas. Destaca, por supuesto, lo señalado por la propia mandataria: se trata de la primera mujer en ocupar la Presidencia en más de 200 años de vida independiente, un hito que trasciende su realización personal, porque representa el triunfo de millones de mexicanas en su incansable lucha por acabar con la inveterada desigualdad que padecen. Al mismo tiempo, culmina una transición fluida, sin confrontación ni impugnaciones, libre de las crisis que marcaron el corte sexenal en tantas etapas del pasado.
El evento de investidura, además de ser un acto plenamente institucional e irreprochable, estuvo cargado de simbolismos con la Presidenta recibiendo la banda presidencial de manos de Ifigenia Martínez con la asistencia de una cadete y siendo recibida en el Congreso por una comisión integrada en su totalidad por legisladoras.
Desde sus primeras palabras como titular del Ejecutivo, Sheinbaum Pardo reivindicó su pertenencia al proyecto político que comparte con Andrés Manuel López Obrador y rememoró el atropello sufrido por éste en ese mismo recinto de San Lázaro hace 19 años, cuando las derechas intentaron apartarlo de la contienda meses antes de perpetrar el fraude electoral que impuso al calderonato.
Ustedes nos van a juzgar, pero todavía falta que a ustedes y a mí nos juzgue la historia, dijo entonces el dirigente tabasqueño, y la historia, en efecto, ha juzgado.
La Presidenta expuso un proyecto de gobierno que, de acuerdo con lo ofrecido en el transcurso de su campaña electoral, es una incuestionable continuación del obradorismo.
Con todo, pueden anticiparse tres notables diferencias entre el sexenio que empieza y el que terminó: un énfasis en la reivindicación de las mujeres, con el explícito anuncio del primer gobierno feminista en la historia de México; el énfasis en la atención a los problemas medioambientales y el combate al cambio climático, y el acento en el impulso a la ciencia, la investigación y el desarrollo tecnológico como palancas del bienestar. Estos puntos reflejan el relevo generacional al que tanto se refirió el ex mandatario desde que arrancó el proceso sucesorio, así como la personalidad, la formación y la trayectoria profesional de la mandataria, quien es una científica sobresaliente y experta en medio ambiente.
El discurso inaugural fue, a la vez, una declaración de principios y un puente entre lo que su partido ha denominado primer y segundo pisos de la Cuarta Transformación.
Este proceder resulta lógico si se atiende al hecho de que el modelo implantado por López Obrador concilió intereses tradicionalmente opuestos, como muestra el que los ingresos empresariales hayan crecido al mismo tiempo que los trabajadores experimentaron una recuperación histórica del poder adquisitivo del salario.
En este contexto, no había razón para romper con un modelo exitoso en lo político, lo económico, lo institucional y lo social, y quienes esperaban un deslinde se equivocan de modo garrafal.
Fallan porque confunden un cuarto de siglo de convergencia política y admiración mutua con la adulación que ellos practicaron. Y yerran, sobre todo, porque exigen a la mandataria traicionar no a su antecesor, sino a más de 35 millones de mexicanos que votaron por ella para que consolide y continúe el camino iniciado por López Obrador.
En suma, tanto en su alocución oficial como en la celebración popular posterior en el Zócalo capitalino, la nueva mandataria se comprometió a continuar, actualizar y enriquecer el legado de López Obrador, sin desconocer la persistencia de desafíos de la envergadura de la inseguridad o de la conflictiva relación con Estados Unidos, un vecino y socio comercial que amenaza con arrastrarnos en su acelerada descomposición. La presidenta Sheinbaum tiene a su favor condiciones políticas y económicas favorables para enfrentar tales retos. Que sea para bien.
Continuidad y cambio
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