viernes, abril 26, 2024
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El fiel de la balanza

Por Lorenzo León Diez

Una de las imágenes literarias e históricas que más me han marcado para vislumbrar nuestro pasado es la de Martín Luis Guzmán cuando describe una trinchera destrozada y dentro el cadáver de un hombre, un guerrero de las huestes villistas, que en la bolsa del pantalón tenía pedazos de nopal crudo, que era su alimento mientras sostenía su carabina.

Esta imagen es enigmática y emblemática a un tiempo. ¿Qué pasaba por el pensamiento profundo de este hombre antes de morir? ¿Una pregunta? ¿Por qué estaba muriendo así, en la miseria, el hambre, bajo el fuego implacable del enemigo?

Y también es una especie de signo abanderado, un sello en una tela que se mueve en el viento del tiempo, ese que recorre el antes y el ahora.

Cuando los generales por fin llegaron a acuerdos y se institucionalizó la revolución, la frase más afortunada para describir esa paz pactada fueron los cañonazos de 50 mil pesos, salidos de los frescos dichos del general Obregón. 

Y así fue llegando esa frase transformada hasta nosotros: ya me hizo justicia la revolución, que era la broma de los que habían escalado puestos burocráticos o eran contratistas del nuevo régimen.

Es evidente el hilo cínico que teje a estas memorias que en pocas palabras signan ese largo periodo donde la corrupción hizo sus nidos múltiples y se festejaba, ya plena, en la risa ladina del cachorro de la revolución, el presidente Miguel Alemán.

¿Y qué había pasado en ese largo periodo con los de a pie? Los que se hicieron maduros y viejos en las gestas militares, los que siguieron engrosando las ciudades… los que se quedaron en los campos y poco a poco abandonaron las siembras y se empezaron a ir al norte, o en las ciudades fueron acomodándose, en labores industriales, en pequeños empleos municipales, limpiando las casas de los ascendentes de clase media que daban sus pasos a de media baja, a media y a media alta (Ciudad Satélite es el primer territorio de esos “desarrollos” que empezaron a florecer en todo México.

¿Qué es el pueblo? ¿Cómo es que este vocablo es tan nodal y, a tiempo, evanescente? El pueblo es los que nunca alcanzaron a formarse en las filas militares, integrarse en algún sindicato, esas oficinas que tenían hilo directo con las gubernamentales (¡ah! Fidel Velázquez, cómo hace falta tu biografía). Digamos, los millones de mujeres y hombres que nunca alcanzaron ni alcanzarán una jubilación. Las miles de personas que sobreviven desde hace varias décadas sin que les haya llegado esa justicia de la revolución por la que ese hombre comía pedazos de nopal crudo.

¡Cuánto tiempo tuvo que pasar para que un presidente de la República se fijara en ellos, conviviera con ellos, y haya alcanzado la intimidad de ser hombre nación, como se define a sí mismo el Presidente y escritor Andrés Manuel López Obrador!

Ese dicho al fin se sacude el cinismo de tantos y humildemente camina hacia las salas donde les darán una tarjeta bancaria con un depósito bimestral de 3 mil 500 pesos. Migajas, dijo Fox.

Son abuelos y abuelas que muchos no tienen ni quién los acompañe a los trámites que, por más sencillos que los hagan los servidores de la nación, les implica una atención que está evidentemente envejecida, años de limitaciones, paciencia, enfermedades, rutina amorosa sin duda, de sacrificio.

Por eso la ternura de la palabra que le dice la muchacha a la anciana que mete y saca documentos de su sobre sin atinar el orden, sin saber exactamente lo que le pide la servidora, quien le dice: “Eso, madre, ya lo hizo, está completo”.

Es una sala amplia, un gimnasio, una escuela de box, donde el ring profesional se ha arrinconado para dar espacio a las sillas donde nos sentamos los que tenemos recuerdos, yo, desde los años 70, otros muchos, de los años 60… quizá haya quien los tiene desde los años 50… Y por medio de un altavoz se va a decir nuestro nombre para pasar al trámite final y recibir una tarjeta que puede ser tenga hasta ¡7 mil pesos!… un retroactivo de cuatro meses…

Es muy preciso saber que vivimos en ciclos muy amplios, generacionales (el historiador Luis Martínez dice que son ciclos de 25 años), lo que quiere decir que abarca cuerpos y memorias. Obras pensadas, actuadas y escritas en libros, el principal de ellos, el que escribimos todos, el libro constitucional.

El libro mayor, el que fija la legalidad. Cárdenas decía a los comunistas: si tan solo se aplicara nuestra Constitución estaríamos del otro lado. Es importante apuntarlo, este Presidente siempre guardó el equilibrio, fue todo el tiempo fiel de la balanza… Tardaron ¿cuántos sexenios? para que otro hombre llegará a ser fiel de la balanza.

Es la que la tiene en la mano la mujer cubierta de los ojos. La justicia se mide más que por la vista, por el peso, se trata de una corporalidad justamente, y por primera vez, los de pie tienen en sus manos esa justicia tan esperada y en la que quizá creía el guerrero asesinado comiendo nopal crudo.

Bienestar se trata en su trazo maestro, financiero, burocrático, organizacional, bancario, que da un paso enorme en lo asistencial, que así le nombran a esas actividades obligatorias del Estado desde las generaciones que pronunciaron: me hizo justicia la revolución. 

El que sea un beneficio general a toda la población envejecida y envejeciente, y que no sea simbólico, sino contante y sonante, migajas dixit Fox, es una situación al extremo de ese arco que tiene su principio en la masticación acechante y defensiva del soldado.