Por Daniel Kersffeld
Luego de más de dos semanas de enfrentamientos armados, la pregunta qué políticos y analistas de todo el mundo se están planteando en estos momentos es qué sucederá con Gaza una vez que se agote la ofensiva israelí.
La actual operación armada israelí sobre Gaza tiene varias lecturas posibles. Por una parte, se plantea recuperar capacidad de iniciativa luego del atentado terrorista de Hamas del 7 de octubre, claro está, apuntando a la destrucción de ese enemigo.
Según la interpretación del gobierno de Benjamin Netanyahu, después de la afrenta de Hamas no existiría una respuesta “desproporcionada” sino, en todo caso, una demostración de fuerza para lectura externa y, sobre todo, para consumo de enemigos tradicionales como Hezbollah y, principalmente, Irán. Y claro está, sin descartar a otros vecinos que podrían resultar problemáticos a futuro, como Egipto, Arabia Saudita y Qatar.
Por otro lado, la entrada de Israel a Gaza podría derivar en no sólo el rescate de los más de doscientos rehenes en poder de Hamas sino también, y directamente, el rediseño de un territorio intrincado y en buena medida desconocido. La política de “tierra asada” implicaría el mayor costo político para Israel, ya que sería la población palestina la que sufriría las peores consecuencias de la ofensiva militar, lo que podría derivar en un escalamiento del enfrentamiento armado.
Se trata de una apuesta difícil ya que Israel apuntaría a la destrucción de la inmensa red de túneles que Hamas habría desarrollado, principalmente con aportaciones económicas de Qatar y, en menor medida, de Irán, y sin control alguno de la inteligencia israelí. Pero difícilmente la inutilización de los túneles y pasadizos podría llevarse adelante sin el resquebrajamiento de la infraestructura civil de Gaza construida por sobre la superficie.
Para llevar adelante esta política, Israel cuenta con el apoyo de las principales potencias occidentales, si bien las interpretaciones sobre el conflicto en Medio Oriente son diversas.
El juego de las potencias
Estados Unidos teme que la crisis en Gaza derive en una guerra de altas proporciones, con cada vez mayores participantes y que, a la larga, termine siendo un laberinto sin salida en el corto plazo. Obviamente, Washington no abandonará a Israel, uno de sus principales aliados, en un momento crucial como éste. Para ello cuenta con más de 2500 soldados estacionados en Irak, cerca de un millar en Siria, y dos portaviones pronto a estacionarse en la zona en conflicto.
Sin embargo, la economía estadounidense está extenuada por el multimillonario envío de armas y recursos militares a Ucrania, al menos, desde febrero de 2022, cuando comenzó el conflicto con Rusia. A más de un año y medio de guerra, los resultados en terreno ucraniano han sido limitados y las sanciones y embargos no golpearon como se esperaba a la sólida economía rusa.
Como si no tuviera suficiente con el frente ucraniano, el presidente Joe Biden aseguró que Washington estaba en condiciones de continuar apoyando financiera y militarmente a Israel. Tal como afirmó el presidente estadounidense es, al fin y al cabo, lo que se esperaría de una potencia de primer orden como los Estados Unidos.
Este respaldo podría debilitar la candidatura presidencial de Biden para un nuevo período de gobierno, ya que concluiría su mandato no con uno sino con dos conflictos bélicos de final incierto. A ello habría que sumar una mayor pérdida de apoyo electoral, junto con el fraccionamiento del ala izquierda del partido Demócrata, con una política de amistad hacia Palestina y, por ende, cada vez más opuesta al envío de recursos militares a Israel.
En suma, el peor escenario para Estados Unidos sería que, en una eventual escalada del conflicto, participen aquellos gobiernos con los que tiene buen diálogo, como es el caso de Arabia, pero también aquellos otros con los que ha colocado límites claros, como ocurre con Irán.
Nada de todo esto se compararía con la humillación de recurrir a Rusia para intentar calmar un escenario aparentemente sin control, como ocurrió durante el gobierno de Barack Obama frente a la guerra civil en Siria. Apelar a Putin para enfriar el escenario bélico en Medio Oriente implicaría así toda una revisión de la política exterior antirrusia sostenida en estos últimos años.
Con más y con menos, la postura de Estados Unidos es replicada por los principales gobiernos europeos, quienes se sitúan en la ambigüedad del derecho humanitario a favor de los palestinos, pero también del derecho a la defensa por parte de Israel. Rishi Sunak, el Primer Ministro de Reino Unido, fue claro al plantear que él deseaba que en Gaza “ganara Israel”.
Condena a Hamas
Uno de los principales puntos en común es la condena a Hamas y al atentado del 7 de octubre, sobre todo, frente al temor a que nuevos ataques se reproduzcan en Europa, como tuvieron lugar una década atrás, en medio del auge del Estado Islámico-ISIS.
Más allá del respaldo con el que cuenta hoy el gobierno de Netanyahu, existe en cambio una mirada crítica frente a la falta de precisiones y respuestas en torno al futuro de Gaza.
La administración israelí se ha mantenido cauta sobre sus planes en torno al territorio gazatí, si bien no son pocos quienes suponen que no habría por el momento nada en concreto, más allá de la política deliberada de eliminar al actual gobierno de Hamas.
Las posibilidades se encuentran abiertas e incluyen desde reconstruir a la alicaída Autoridad Palestina que en 2006 había sido removida por Hamas del gobierno de Gaza, a volver a ocupar ese escenario, con el enorme costo militar y económico que supondría para Israel una iniciativa de esa naturaleza. Se han generado, además, otras opciones, por el momento sin mayor viabilidad política, como la creación de un fideicomiso a ser administrado desde las Naciones Unidas para el mejoramiento de las condiciones de vida de la población gazatí.
Árabes e israelíes
Mientras tanto, desde los países árabes se percibe una llamativa carencia de ideas y de propuestas superadoras, pese a la solidaridad declamada con la nación palestina. Tanto Egipto, que limita con Gaza, como Jordania, con una población étnicamente también palestina, se han opuesto a recibir refugiados asumiendo que, más allá del derecho humanitario, se trata únicamente de un problema a ser resuelto por Israel.
En tanto que en la sociedad israelí aumentan los cuestionamientos hacia la figura de Netanyahu: el primer Ministro no ha pedido disculpas públicas como si lo hicieron otros referentes de su gobierno. Las protestas contra el gobernante podrían reactivarse incluso en medio de este conflicto.
Una guerra por ahora sin destino y sin objetivos claros amenaza con empeorar la situación social y económica de los palestinos, y con favorecer nuevos atentados terroristas, ya sea planeados por Hamas o por nuevas organizaciones armadas nacidas de los reiterados ataques a Gaza, una hipótesis que ha comenzado a inquietar a las principales agencias de seguridad y de inteligencia de Occidente.
(*) Artículo publicado hoy 25 de oct. de 23 en: página12.com.ar