viernes, mayo 17, 2024
Anúnciate aquíGoogle search engine
InicioOpiniónYa un año… y contando.

Ya un año… y contando.

Anúnciate aquíGoogle search engine

Por Javier Breña

Vengo de “las frías”, a pocos metros de aquí, la lonchería de Lili en la que suelo pasar un par de horas de varias tardes a la semana. Comencé a venir porque hay un cuarteto de mesas a la intemperie que dan a una suerte de explanada desde la cual puedo mirar hacia el horizonte y observar el cielo en 180°. Lo hago mientras tomo un café lechero o negro, escucho música en la bocinita que un buen amigo me trajo hace meses, escribo, coloreo mandalas o leo.

Luego de un par de tardes otoñales aquí sentado, reparé en que, desde aquí mismo, sucede un intenso e interesante tránsito de vida humana. En efecto, en el perímetro de la mencionada explanada se encuentran la carpintería, la textilera, la purificadora, la lavandería, el taller de costura, la cocina del penal, un poco más allá el gimnasio y hacia mi izquierda el área de boxeo y, detrás de ésta, algunos puestos de comida, muy al estilo de los que se concentran a las salidas de las estaciones de metro de la CDMX.

Así que, luego de un par de tardes de venir a admirar el cielo, comencé a interesarme también en el movimiento humano. Si a ello sumo las aves que van de aquí para allá, aprovechando las últimas horas de la tarde, pues no puede ser menos que un lugar privilegiado dentro del penal. Lo privilegiado, debo indicar, solo lo noto yo. Las decenas de PPL’s y autoridades que transitan por aquí, que seguramente suman cientos a lo largo de cada día, no parecen nada interesados en mirar el cielo, las aves o a sus congéneres humanos. Para ellos es solo un tramo por el que hay que pasar camino a sus lugares de trabajo o de interés, y de vuelta. El beneficio de su desinterés lo llevo yo, pues siempre hay una mesa disponible para disfrutar de un rato amable cada vez que lo deseo.

“Las frías” son las celdas con las condiciones menos favorables del penal en términos de hacinamiento, higiene y confinamiento. Los PPL’s de cualquier otra sección gozamos de casi absoluta libertad de movimiento desde que las celdas son abiertas, entre 7 y 8 de la mañana y la hora de cierre, unas 12 horas más tarde. Los compañeros de “las frías” no pueden salir de la pequeña sección en la que discurre su vida.

Caminé hacia allí hace un par de horas, pues fue el lugar en el que pasé las primeras 10 noches de mi encarcelamiento. Para entrar, es necesaria la autorización del custodio en turno, así que se la solicité. Me miró como preguntando para qué quería entrar, y me apresuré a decir que estaba cumpliendo un año en el penal, por lo que tenía curiosidad de echarle un vistazo a la celda en la que me ingresaron, la 4, de un total de 8 que componen ese pequeño sector.

Lo primero que me preguntó el custodio fue que si no llevaba drogas para entregarlas. Le sonreí, girando mi cabeza de izquierda a derecha, y ofreciendo que me revisara para cerciorarse. Confió en mi palabra, o tal vez más en mi actitud. Antes de pasar, también me preguntó si cuando entré había sido violado. No supe si era en serio o no, pero le aseguré que eso no había ocurrido.

Ante ustedes admito que ese era, realmente, el único temor que me acompañaba aquella primera noche, temor que pronto se disipó cuando me di cuenta de que las condiciones de seguridad entre reos y con las autoridades eran bastante favorables.

Así pues, entré, me asomé a la 4 y, con la misma, volví sobre mis pasos, salí al pequeño patio antes de la reja que da al resto del penal y, agradeciendo el permiso al custodio, volví a “mi mesa” en la lonchería de Lili. Noté que mi recuerdo de la celda que primero me acogió en este penal era mucho más amable que la realidad que observé. El lugar era más pequeño, más sucio y más sombrío de lo que mi memoria había registrado.

Ahora mismo estoy ya en la celda en la que encuentro mi hogar. Ya es de noche y quedan un par de horas antes de cumplir el año exacto de haber pisado, por primera vez en mi vida, aquella celda, que más se asemeja a un calabozo.

Han sido 12 meses de escuela de vida, de aprendizajes que ninguna universidad me podría haber dado y que me ha enseñado a discernir lo verdadero y lo falso de mi persona, a constatar quiénes son los parientes y amigos con los que cuento incondicionalmente, a entender cómo fue que me metí al laberinto emocional del que todavía no salgo pero cuya complejidad ahora comprendo y del que ya sé cómo salir. Tal vez lo más importante de todo esté siendo el despertar de una parte en mí, no diría que de mí, que me está abriendo un horizonte de paz, de comunión y conexión con todo y con todos los que me rodean. Estoy experimentando un proceso de transformación interior y de despertar espiritual con el que había coqueteado muchas veces, con

ligereza, en el pasado. Ahora, en circunstancias extremas, no por lo difíciles si no por diferentes, se han dado las condiciones que sitúan mi vida en un camino que espero ya nunca abandonar.

Así las cosas, este último año ha resultado en un Javier dentro del cual me siento más a gusto, más sereno y más resuelto para conducir el resto de mi existencia por el camino del bien, ajeno y propio. Darme cuenta o, más bien comenzar a darme cuenta que todos somos parte de la misma vida tal vez sea la clave que explique mi estado actual.

viernes, mayo 17, 2024
Artículos Relacionados
spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

Lo más reciente

Publicidadspot_imgspot_imgspot_imgspot_img
Publicidadspot_imgspot_imgspot_imgspot_img