viernes, diciembre 8, 2023
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Vida podrida


Javier Breña

Él es, era, un niño hermoso. Sonrisa angelical, dócil, de trato fácil, de buen humor, siempre con buena disposición, amoroso, inteligente, justo y solidario. Sus ojos ya azules, ya verdes, según la luz; su mirada es dulce, cómplice, muy expresiva.

También es coqueto, valiente, es, era, todo un caballero. Ah, lo olvidaba, le gusta ayudar al que se deje, nunca inicia una pelea, pero no se arredraría, y es incapaz de abusar de nadie. Sería un magnífico líder, pues tiene iniciativa, inspira, proyecta seguridad y los demás niños suelen seguirlo. Sí, un niño simplemente encantador.

La última vez que su padre lo vio para gozar la mutua compañía fue un viernes. Los acompañaba su hermana mayor, quien le lleva cuatro años y tenía 12 en ese entonces. Cuando escribí esto, ella estaba por cumplir 17 y él 13. Como para tantos niños hoy en día, el matrimonio de sus padres era un desastre.

Sin ningún ánimo para mejorar el estado de cosas. El padre, por cobarde, pusilánime, idealista, optimista, ingenuo, pendejo. Él pretendía llevar la fiesta en paz por el bien de sus hijos. Sin saberlo, no obstante, le dio la puntilla a la frágil salud mental de la madre. Mejor dicho, al único y último asidero que la pudo haber curado, salvado, aliviado, pero fue al revés, y gacho. En parte porque nunca aprendió que la conciliación, la tolerancia, el respeto son los cimientos de las relaciones humanas sanas. No las construyó con nadie, nunca, salvo por algunas amistades.

Su marido la rechazó como pareja sexual desde la luna de miel. Algo pasó allá que nunca se ha podido explicar, pero pasó. De suyo, alejarse sexualmente de la pareja desde la luna de miel tiene que ser traumático, inesperado, doloroso… y lo fue, y la pantomima llegó a 13 años. Algo inexplicable, aunque relatable, pues sucedió.

Ella muy pronto tomó distancia de la familia de él, y en casi cada oportunidad que tuvo de convivir en su seno, se mostró incómoda, sin ganas de encajar. Más bien con ganas como de encajar su aguijón. Probablemente le recordó a su disfuncional familia de origen, de quienes siempre tuvo recelo, sentimiento que era recíproco entre todos ellos. Ninguno lo aceptó, ni su madre. Realmente creció con su abuela y
el segundo marido; el abuelo postizo. Fue el que abusó de ella cuando niña, por mucho tiempo.

Una vida podrida desde la infancia.

Su padre la desconoció, los abuelos con los que creció la trataron como a una muñeca de porcelana. Ella era linda como una de esas muñecas. Siendo que para todos ellos fue un objeto inanimado en el que depositar su respectivas miserias.

En la miseria de la abuela, ella objetivó la deshonra de la familia; a la responsable de traerla al mundo la hicieron a un lado, también como un objeto más. La de la madre fue una miseria producto de no luchar por su hija. La criatura fue la encarnación de su pecado, reflejo de la relación con su madre, siempre ambivalente, siempre utilitaria. No se recuerda haberla visto abrazando o besando a su hija alguna vez. Tampoco se supo que jamás hubiera representado una figura de protección, cuantimenos de autoridad. Para cuando recuperó la cercanía con su hija, ambas vidas habían pasado a formar parte del pudridero familiar. Para el no-abuelo, ella fue la objetivación de la concupiscencia virginal. Pobre criatura, no gozando con la simpatía de su abuela, y en ausencia de la madre, ella producto del pecado, representó una tentación que no supo ni quiso contener.

Ninguno de los cuatro tíos varones se quiso enterar. Ella siendo blanca en una familia formada enteramente por morenos, y haciéndose cada vez más distante del mundo real, siempre fue una invasora, corrupta de origen, quien realmente existió como una intrusa indeseable a la que siempre envidiaron y de la que resintieron el favoritismo de la abuela. Esta le pagaba, según ellos, todos sus caprichos. Claro, eso comenzó cuando los abuelos fueron descubiertos por la madre. Por ello llegó a vivir a la casa con los abuelos y la hija. De ahí en más, la pequeña se constituyó en dictadora temible y despiadada. Producto de un acuerdo tácito de silencio y vergüenza; la única manera de mantener a la criatura en relativa paz fue convirtiéndose/convirtiéndolos, a los tres, en sus rehenes. Con el tiempo, la ahora joven fue perfeccionando sus habilidades vengativas; venganza de las tres personas que la llevaron a la miseria vital desde su tierna infancia.

Sobre el abuelo, fue un señor muy culto, poblano de pura cepa como era, flemático. Juraba y perjuraba de su amor por la abuela, como escondiendo el amor prohibido del que fue victimario. “Amor” del que luego pasó a ser preso de por vida. Él, con la complicidad de su esposa y la dejadez de la madre, trastocó de por vida a su víctima y convirtió en sino de su existencia la desmesura, la revancha a la vida, las sordidez, la promesa de no dar su brazo a torcer jamás de nuevo a nadie; la divisa fue “caiga quien caiga”, “cueste lo que cueste”; el fin justifica los medios.

Desheredada de amor de madre o padre. Hija bastarda criada por una abuela provinciana que se desquitó de la hija y de la criatura a su modo. A aquella arrebatándole a su hija, y enviándola a vivir a varias horas de distancia. A la nieta dejándola a su suerte en las manos del no-abuelo. Cuando la madre reaparece “de planta” la pequeña entraba a la preadolescencia. Soñó, fugazmente, que ahora sí tendría madre. Para su desencanto, la joven progenitora, ella misma, vivía una vida miserable, sedada por la marihuana y por una vida desordenada. Así que, quien añoraba ser cuidada por el amor materno se convirtió en cuidadora, al tiempo que la relación con quienes habrían fungido como padres, sus victimarios, propiamente, se hizo añicos. Para cuando estaba a las puertas de la mayoría de edad era ya un accidente esperando suceder, y nunca le sacó la vuelta a una buena pelea. De hecho, las buscaba, las provocaba, sabiendo que siempre saldría victoriosa, si a la
crueldad y la total falta de compasión. Se les puede llamar victoria. Victorias pírricas, en su caso. Demostraba su reciedumbre que viniera capaz de inmolarse para que el adversario temiera su temeridad.

Cuando él la conoció, llamaba la atención su belleza, su atractivo, su porte, su determinación. Las reglas con las que se conducía nunca fueron claras para nadie. Cómo podían serlo si encontraron vida para hacer frente a la sordidez de ser abusada por quien debía ser su abuelo postizo. Comenzaba a entender el rompecabezas.

El secreto de lo sucedido, soterrado en un pasado sin fecha ni lugar, ni nombre, ni memoria, envenenó la convivencia entre hija, madre, abuela y abuelo postizo. Si acaso, la víctima, lo habría externado con algún psicoanalista. Nunca se habló de ello, aunque gravitaba en todas y cada una de las aristas de la relación entre ellos cuatro, fuese como conjunto, trío o dúo.

Ella, la víctima, los despreciaba a los tres, y llegó a ser su victimaria desde su pre adultez. Por eso todo se le toleraba, se le consentía, se le procuraba. Y ella usaba cada una de sus nuevas conquistas para juzgarlos y sobajarlos hasta límites que sólo el odio, el desamor y la venganza conjugados podían alcanzar. Era la sed de hacerles pasar el infierno más cercano al que ella había vivido, sabiendo que nunca lo lograría. Por lo mismo, siempre tentada a ir un paso más allá con cada nuevo desfiguro.

¿Cómo es que esta vida podrida, en confusión, dolor, desamor, llegó a ser mamá del niño encantador? La posible respuesta es. “gracias al papá” La crianza de él fue muy diferente. Vivió y creció con el amor incondicional e inmarcesible de mamá y papá.

No que fuera una familia modelo, pero sí una familia promedio, en positivo, de los años 60, década en la que nacieron los cuatro más pequeños, siendo él el cuarto de seis hermanos. Los padres se ocuparon de procurarles una vida estable, una muy buena educación, un hogar amoroso y alegre. Tal vez lo más relevante, nunca pelearon frente a sus hijos.

La cantidad de veces que él le pidió a ella evitar discusiones frente a sus hijos fue exactamente igual a la que ella simuló no haber escuchado jamás su solicitud o de cualquier invitación a evitar las ofensas cuando los regañaba. Sin evitar las reprimendas físicas, no abusó de ellas, aunque nunca se atrevió a hacerlas cuando él estaba presente. En sus buenos ratos, incluso periodos, ella solía ser una mamá
muy dedicada, protectora, casi amorosa… siempre que las cosas se hicieran exactamente como ella lo deseaba. Para el pequeño, ese era pan comido, para su hermana mayor una misión imposible.