sábado, mayo 4, 2024
Anúnciate aquíGoogle search engine
- Advertisement -spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

La muerte de Gustavo Esteva, un intelectual desprofesionalizado

Lorenzo León Diez

“Intelectual desprofesionalizado” es el concepto fundamental creado por Gustavo Esteva, economista, escritor, periodista y académico que murió hace unos días a los 86 años. 

Este término define su sitio histórico en el proceso mexicano que inició en el Centro de Información y Documentación (Cidoc) creado por Iván Illich, en Cuernavaca, un fértil semillero donde se inspiraron pensadores y activistas de la generación de Esteva, quien fue un discípulo fiel del gran hombre austriaco que escogió nuestro país como estación última de su proceso vital en Europa y Norteamérica.

Es oportuno recordar que el Cidoc tuvo gran influencia en los 70, pues editó decenas de “panfletos”, como les llamó Illich, a sus libros mismos, que leímos de corrido los jóvenes de entonces. Este núcleo intelectual y espiritual creado por Illich fue cerrado por él mismo cuando prefirió no arriesgar a sus discípulos después de la presión y las amenazas del régimen de Echeverría y su “guerra sucia”, acontecimientos que esperan a los fastuosos productores de Netflix para lanzar una serie basada en el libro más crucial que es un testimonio de esa época sangrienta: Guerra en el paraíso, de Carlos Montemayor.

Esteva ya era un joven probado exitosamente en varias lides: la empresa privada y el gobierno. En el régimen de Echeverría estuvo a punto de ser secretario de Estado, siendo ya director de la Conasupo. Sin embargo, prefirió retirarse a la academia y a su vinculación con las organizaciones independientes y rebeldes de la sociedad civil, alcanzando un protagonismo teórico en las históricas pláticas de San Andrés Larrainzar, con el EZLN.

Esteva se retiró a Oaxaca, donde continuó su obra escritural y académica con la fundación de la Universidad de la Tierra. Fue un incansable articulista y escritor de ensayos. Su actividad era constante en las tribunas de todo tipo, donde se solazaba el público con su inteligencia preclara, pronunciada con intensidad, seriedad y erudición.

En lo personal identifiqué su obra desde épocas tempranas, cuando Gustavo Esteva fue director del suplemento El Gallo Ilustrado, del periódico El Día, donde publicó generosamente mis colaboraciones.

Luego en Oaxaca lo entrevisté para el periódico Ciclo Literario una vez y otra grabé y transcribí una de sus conferencias. Programaré la reedición de los dos textos para próximos números del suplemento cultural de La Jornada, periódico múltiple, por cierto, donde Esteva escribió durante sus últimos años.

Su obra es vastísima, autor, coautor o editor de más de 40 libros y más de 500 ensayos y miles de artículos en periódicos y revistas, sin duda sus amigos cercanos se coaligarán para lograr una publicación a su altura en el Fondo de Cultura Económica.

Esteva era un pensador original y libertario, su escritura no era opinativa, parte de esa plaga que a veces nos agobia. Sus artículos efectivamente son articulaciones puntuales de un pensamiento enraizado en las obras críticas de la modernidad y una visión militante de los acontecimientos del México que le tocó vivir.

Muchos, gran cantidad de intelectuales lo rodearon, maestros, estudiantes, colegas, activistas. Y es interesante saber que entre todos ellos Esteva se postulaba como desprofesionalizado porque así entendía su distancia crítica, su desapego laboral (la nómina) con las instituciones, su independencia política (los partidos), y su vida cotidiana en un asentamiento rural donde tomaba agua de un manantial, una “piedra que llora”, lo definió, y cultivaba su parcela.

Gustavo Esteva tuvo una vida plena, sensible a la colectividad, no en una torre de marfil, una atalaya de privilegio, una oficina dorada, sino en un tránsito amoroso entre los desheredados y los olvidados del desarrollo, concepto que todo el tiempo denostó.