sábado, mayo 18, 2024
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La ilusión de votar

Ricardo Azamar

A menos de un mes de la jornada electoral en la que la ciudadanía elegiremos ejecutivo, gobernadores, representantes de ambas cámaras, entre otros cargos de representación pública, los ánimos de las candidaturas, en su lucha por el favor del voto del electorado, parecen acrecentar su crispación y si acaso, con ello contribuyen al intenso calor que azota desde hace semanas el territorio nacional.

Paralelo a ello, el interés de la ciudadanía por las propuestas, los discursos, los dimes y diretes de las distintas fórmulas partidistas está en descenso, bien por un hartazgo fruto de la publicidad electoral o porque la mayoría de las y los votantes han decidido ya a quien favorecerán con su sufragio. Sin embargo, con independencia de los humores que las candidaturas suscitan en los millones de mujeres y hombres que el 2 de junio elegirán a sus representantes habría que detenerse en cómo ese clima de confrontación política aunado a los contextos varios en los que se desenvuelve día a día el ciudadano común afectan el interés del electorado en conocer o ignorar las propuestas, su decisión de votar o quedarse en casa, su convicción para participar en la vida pública local y nacional o su apatía para cumplir con una obligación ciudadana.

Pues para ir a votar se requiere tener ganas de hacerlo; no basta con que haya una casilla cercana al domicilio, ser consciente de un derecho que reclama su ejercicio o saber lo mucho que cuesta mantener la democracia en México; por muchas razones, quien vota necesita querer votar. Y me parece que de ilusionar al electorado sí que están faltas las candidaturas trátese de las de nivel federal como las del ámbito estatal. En los rostros de las candidatas y los candidatos se exhibe una mueca desangelada que intenta convencernos de que se trata de una sonrisa; gestos más o menos no consiguen comunicar una alegría en sus interacciones con la población sea en mítines, debates o recursos audiovisuales para consumo en redes sociales. 

Ciertamente, el cansancio físico y el desgaste pasan factura a los cuerpos de todas y todos, no obstante, sabemos que los rostros cansados también son capaces de transmitir optimismo, convicción, fortaleza, ilusión por formar parte de propuestas de cambio. Sin embargo, lo que uno mira, la más de las veces, es tedio y resignación de quien repite un papel y un guion idénticos con independencia del escenario y el público donde se actúa, es decir, que basta con verles con detenimiento para perder toda ilusión de votar.

El entusiasmo, en tanto emoción, se contagia de manera ‘pegajosa’ (dixit Sara Ahmed) y convoca, seduce, anima a quienes participan del mismo. De igual manera, el desgano se hace cuerpo en quien observa y escucha a un político gris en el mejor de los casos, ausente, en el peor de los escenarios. En los discursos se apela a la felicidad como tierra de promisión a la cual nos llevará la candidatura triunfadora, pero se omite que durante el recorrido se enfrentará a altibajos, obstáculos, desilusiones y toda suerte de contingencias que para sortearse requieren de un líder convencido de su gesta y observo mucho héroe triste que parece apelar al voto por piedad y no al ejercicio de un sufragio por convicción, con ilusión, comprometido; como si el gozo suscitara más miedo que los abrazos simulados que pródigamente reparten como las sonrisas que imitan la del Gato de Cheshire. 

La conformación del acceso y el ejercicio de la ciudadanía es un proceso que toma mucho tiempo y demanda la participación articulada de diversas instituciones y desde luego, de la voluntad y responsabilidad de cada ciudadano para valorar el acto de ejercer su voto. Pues no es solamente un requisito ni un derecho aparejado a una obligación es también el gesto de reconocerse integrante de la comunidad y, por tanto, también responsable de ella. Bien vale la pena recuperar el valor y la ilusión de votar.