martes, mayo 7, 2024
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La conciencia no humana

Lorenzo León Diez

La relación entre conciencia y cerebro es un tema que ocupa a las inteligencias humanas contemporáneas, pues hasta ahora no está claro cuales son las partes del órgano biológico que corresponden al prisma de manifestaciones que la cultura, a lo largo de 70 milenios (cuenta que inicia el homo sapiens), nombra conciencia.

Las huellas que la conciencia deja en el cerebro en el desarrollo de las culturas, que van de la conformación tribal más primitiva a la de los grupos que en torres transparentes deciden los destinos de las civilizaciones tecnofinancieras, en el capitalismo global integrado, son buscadas por los neurocientíficos en consonancia con la especulación de filósofos y pensadores avanzados. En el próximo número de Ciclo Literario y de Diseño, correspondiente a septiembre, se presenta un dialogo entre dos personajes (el neurocientífico Christof Koch y el filósofo David Chalmers) que discuten cómo el cerebro genera consciencia.

En este ámbito de las investigaciones, recientemente hubo una aportación sorprendente por un paleoantropólogo (Lee Berger) que descubrió en un sistema de cuevas en Risingstar, al sur de África, una nueva especie de homínido, a la que nombró Homo Naledi.

Lo asombroso es que son restos (huesos, una piedra pulida para cortar y marcar, huellas de carbón vegetal y huesos de animales que sirvieron de alimento) que han sido datados por el avanzado sistema de carbono 14, en 250 mil o 300 mil años de antigüedad.

El antropólogo evolutivo, Agustín Fuentes, colaborador de Beger, señala: Significa que esta especie de homídos erectus, enterraban a sus muertos entre 150 y 200 mil años antes de los humanos.

Berger investigó una entrada artificial en la tierra árida y rocosa, excavada por mineros en busca de cal a finales del siglo XX. Esta excavación conectó a una cámara cavernosa a la que denominaron los espeleólogos “Cámara espalda de dragón”, pues se desciende a ella en un pozo muy estrecho, pero suficiente para un cuerpo humano, en proporción similar a la del Naledi.

Allí por primera vez luego de miles de años otra luz, que no fue la del fuego, iluminó una bóveda amplia, de techos formados por el arte geológico. En la limpieza de la tierra acumulada en el suelo no solamente se revelaron huesos que corresponderían a varios Naledi en diferentes épocas, sino un entierro formal, un esqueleto que en la mano tenía una piedra trabajada para incidir en otras, o sea, una herramienta.

La reconstrucción que hace Berger en el formidable documental Cave of bones. Cradle of Humankind (La cueva de los huesos. La cuna de la humanidad .Marlt Mannucci. Netflix 2022) significa una revolución en los estudios de todo orden, científico y cultural, pues solamente el pensamiento del homo sapiens se había acercado a intuir la existencia de otras especies y razas anteriores a los humanos, con la imaginación, y la mente de un hombre preciso: Howard Phillips Lovecraft (1890-1937).

La cámara también conocida como Cámara Naledi, fue localizada e investigada por un equipo especializado en esa peligrosa profesión espeleológica: Berger instaló una sala de mando para dirigir a los científicos que descubrían lentamente el yacimiento. Sin embargo, sus ojos no alcanzaban a ver lo que solamente podían descubrir los del paleoantropólogo, que podía leer la radiografía de esas paredes.

Así que robusto como es, Berger decidió arriesgarse y descender por el pozo en una faena muy ardua para él mismo y todo el equipo de atletas espeleólogos. Y entonces, con la luz de su linterna, leyó las paredes de la caverna para encontrar, y fotografiar con su teléfono, los trazos hechos por la piedra afilada que encontraron los arqueólogos en la mano cerrada del Nalendi.

Una científica no lo creía: Esto quiere decir que todo lo aprendimos de alguien más.

En los Mitos de Thulu habitan seres como los Nalendi. Hay escenas de su vida en las cavernas. Hay descripciones de ellos, seres alargados, erguidos, de movimientos únicos, como los grafistas del documental han logrado presentar.

Berger relaciona esos trazos en la roca con otros muy antiguos encontrados en otras partes y atribuidos a los primeros homo sapiens, una especie de geometría que es el principio del alfabeto, como los paleoantropólogos han ido demostrando a lo largo de sus estudios.

Si todo lo que Berger ha aportado es una realidad irrebatible, estamos hablando de que la conciencia no ha sido portada exclusivamente por el cerebro humano, y las huellas de la conciencia estarían todavía (biológicamente hablando) en otros cerebros distintos a los del homo sapiens, y la transmisión de conciencia, entonces, ha transitado de unos seres a otros (el saber, precisamente, la trasmisión de experiencia).

Si la cultura de la civilización occidental tiene solamente un autor que haya intuido esto (en el género literario llamado terror cósmico), ahora ya están los elementos (la evidencia arqueológica, que es el estudio de los escombros), para afirmar que la antigüedad de la experiencia humana tiene raíces no humanas.

¿Será lo mismo cuando se logre una evidencia de inteligencia fuera de nuestro planeta?