Lorenzo León Diez
El regreso del hijo pródigo, Enrique Pineda, a su natal Xalapa y a su escenario iniciático (ahora improvisado en Casa del Lago), con la obra de Hugo Arguelles (veracruzano como él) Los cuervos están de luto, es un acontecimiento que al describirlo estamos ante la historia de la Compañía Teatral de la Universidad Veracruzana (donde Pineda fundó una famosa Infanteria), que cumple, como casi todos los actores que participan en ella, 70 años.
Hablamos de una generación que para el público xalapeño le es familiar, pues sus artistas han participado en la continuidad garantizada por la estabilidad laboral, en respetable cantidad de puestas, y entre las más destacadas precisamente las de Pineda, cuyo estilo es inconfundible en sus éxitos más recordados: Cucara y Mácara (1981), con tema guadalupano y que fue agredida físicamente en su presentación en el antiguo Distrito Federal (teatro Juan Ruiz de Alarcón), Máscara contra cabellera (1985), La Ñonga (1981), La Pira ( 1983), Cierren las puertas ( 1988), La Virgen Loca (1974 -que duró en cartelera 41 años haciéndose acreedor al premio Guinness como director con más años en la representación de un monólogo), entre otras en Xalapa
Pronto Pineda figuró en el teatro nacional, cuando se presentó en la capital Veracruz, Veracruz (90s), Homicidio calificado, con la Compañía Nacional de Teatro, Drácula (1988) , con las actuaciones estelares de Ignacio López Tarso y Rebeca Jones, Cada quien su vida,1993 presentada en el Salón México, con Carmen Salinas, María Rojo y Héctor Bonilla…y su célebre, con 20 años en actividad, Aventurera (1997), donde transitaron las divas del momento y realizó giras en todo México y Estados Unidos. En fin, Pineda acumula 23 premios y un reconocimiento general a su creatividad donde se cuentan más de 70 puestas en escena de su nutrida carrera, donde ha incursionado también en la televisión, con éxitos como la telenovela La loba, entre otras.
Así, a Los cuervos están de luto, podemos asistir con la seguridad de que nos encontraremos con una puesta dinámica, divertida y, en este caso, costumbrista en clave para un público ya muy añejo, imágenes y voces en un contexto de los años 50 o 60 (como evoca la fotografía en el escenario de los actores fundadores de esta compañía, Manuel Fierro y Guadalupe Balderas), donde la ruralidad asoma en diversas modalidades en la obra de los dramaturgos, cineastas y directores teatrales de la época, desde el sombrío Rulfo a la gracia irreverente de un Ibarguengoitia
Por eso el reto de Gerardo Luna, adaptador del guión teatral a nuestra circunstancia, fue superado, pues hace del cliché una especie de historieta bizarra, donde se recrea la estética de un Rius o de los autores de las películas de rancho. Siendo que estas referencias son ajenas a los jóvenes de cuando menos las dos primeras décadas de nuestro siglo, he comprobado que son efectivas con la risa de la joven a mi lado.
Hugo Arguelles es un autor prolijo, de gran oficio y valentía. Pineda lo conoce bien. Montó en 1992 La Boda negra de las alacranas, y, a propósito, es memorable la puesta que hizo Miriam Cházaro, veterana actriz de la compañía, de Los gallos salvajes, impactante historia de un padre que abusa de su hijo. Teatro negro e inquietante.
Setenta años de la compañía y setenta años de la mayoría de sus integrantes (con una nonagenaria: Luz María Ordiales de 93 años) que hasta aquí (2023) han llegado. Uno de ellos, ya no lo pudo hacer, Héctor Moraz, que falleció recientemente. Pero allí está Jorge Castillo, soldado de mil batallas, Luisa Garza, sólida como siempre; Juana María Garza, dispuesta a caer en la raya. En general, todo el elenco, la vieja guardia, en la trinchera que han escogido como sistema de vida.
Se ha anunciado ya la construcción de un teatro universitario, que estará listo el año que entra. Y aquí se demuestra cuanta falta hace, pues en la Casa del Lago se adaptó un foro improvisado, con todas las inadecuadas consecuencias para la audición, la iluminación, la comodidad. No me imagino la situación de los camerinos para un movimiento profesional como se exige en las obras de Pineda.
La obra de Enrique en su constancia ha demostrado que nunca se ha estancado, y que tiene joyas como La Virgen Loca, que ahora ha puesto otra vez a circular en el teatro, ( ).
Ha logrado este autor un enlace siempre coherente entre clasicismo y popularidad, rigor artístico y éxito comercial, tradición y actualidad. Su trabajo ha permitido la difusión de autores emblemáticos, como Juan José Arreola, con Tercera llamada, tercera o empezamos sin usted; Oscar Liera, Víctor Hugo Rascón Banda, Josefina Vicens y Oscar Villegas, entre muchos otros.
Y que las cosas han cambiado en el sector teatral universitario es evidente. Lejos quedan esas imponentes ceremonias que dirigieron Manuel Montoro, con Los emigrados, con la colosal actuación de Salvador Sánchez y Claudio Obregón; Raúl Zermeño, con La boda; Julio Castillo, con la suprema Los bajos fondos, donde Pineda fue actor.
Acontecimientos de resonancia nacional y donde se lucía la presencia de las autoridades universitarias (Roberto Bravo Garzón, siempre al frente como anfitrión de la estelar presencia de los artistas foráneos), impulsores generosos de no menores ambiciones artísticas de dramaturgos, escenógrafos, creadores de, a veces, fastuosas, sorprendentes, imágenes escénicas, como las de Guillermo Barcley. Ahora no quedan ni restos. No asistió a esta función celebratoria de una tradición cultural trascendente ni siquiera el director de Difusión Cultural.
Es de considerar también la obra pedagógica y analítica que Pineda ha emprendido en la escritura, con su libro Cada quien su método en el proceso creativo del actor (Escenología ediciones 2012) donde demuestra que su fructífera práctica es sustento a su vez de su talento teórico. ¡Larga vida a este artista que regresa a su tierra! (al menos simbólicamente, pues radica en la ciudad de México).