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En la UNAM, educar en vez de expulsar

Fernando Jiménez Mier y Terán

El pasado 14 de marzo apareció publicado un comunicado, a página entera, en la contraportada de la Gaceta de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Los párrafos dan aviso de una decisión judicial, sin duda: “el Tribunal Universitario resolvió la expulsión definitiva de las cinco personas antes referidas”. Llama la atención que el documento no haga mención, en ninguno de sus renglones, de que se trata de cinco estudiantes (siempre dice personas), remitidos a juicio por los directivos del plantel 5, José Vasconcelos, de la Escuela Nacional Preparatoria, por la supuesta participación en “actos vandálicos”. No me voy a detener en los pormenores, el asunto tiene muchos vericuetos. Los involucrados cuentan con asesoría jurídica, y su abogado anunció el propósito de revertir la decisión en otras instancias (La Jornada, 15/3/24, p. 30).

No obstante contravenir la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que en el artículo 13 claramente establece que “nadie puede ser juzgado por leyes privativas, ni por tribunales especiales”, la clase gobernante universitaria cuenta desde 1945, para sancionar al estudiantado y profesorado, con el Tribunal Universitario, acorde con los principios de la obsoleta Ley Orgánica del mismo año. Dato curioso: en la Real y Pontificia Universidad de México se estilaba que, tanto el rector como el vicerrector, tuvieran como atribución, entre otras, la de jueces, en una institución que, también hay que decirlo, tenía calabozos para encerrar a los culpables. Menos mal que la UNAM no tiene celdas, aunque, eso sí, desde hace tiempo, por todos los pasillos, uno halla barrotes para impedir el paso (esta última medida también se tendrá que revisar).

Sostengo que, si el bachillerato universitario descansara en una sólida y humanitaria educación liberadora para los más jóvenes estudiantes, poco probable sería la presencia en la institución de comportamientos “vandálicos”. Porque la verdadera educación, además de conocimientos vastos y sólidos, se ocupa de los sentimientos, e incluye la incorporación de los grandes valores en la vida diaria de los estudiantes, para que sean mejores personas y obren con responsabilidad, respeto, veracidad, justicia, igualdad, amor, autoestima, confianza y libertad. Esa educación abarca principios básicos para la convivencia: rigor, cooperación, ciencia, democracia, compromiso, riesgo, autonomía, tanteo, sensatez o buen sentido, trabajo creativo, dignificante, gozoso, etcétera. Establecer una educación de tal calado tiene complicaciones: requiere de múltiples esfuerzos, comenzando por el conocimiento que se tenga de la misma y el compromiso de llevarla a puerto seguro. Una educación universitaria de esa naturaleza, sin duda, contribuirá a la formación de personalidades vigorosas, independientes, solidarias y exitosas, tanto en el bachillerato como en la licenciatura y el posgrado.

En el marco de la revisión de las concepciones y prácticas educativas huecas prevalecientes en la UNAM, tocará a la institución, a través de profesores sensibles y competentes, y con el auxilio de un aparato administrativo eficiente, vigilar en todo momento para encontrar las verdaderas causas por las que puedan generarse conductas “vandálicas”; así como hacer esfuerzos, para favorecer que el estudiantado tenga condiciones decorosas de vida (alimentos, libros, arte, salud, estabilidad emocional, valores, deportes, recreación, convivencia…) para prepararse sólidamente, con dedicación, cariño y entusiasmo, y no caer en la tentación de cometer comportamientos antisociales. Una educación como la planteada en este espacio, seguro favorece la integración, y puede hacer innecesario cualquier intento o alarde de expulsión. Pensándolo bien, la expulsión y la selección del estudiantado van de la mano, se complementan, responden a la injusticia provocada por la marginación socioeconómica.

Sin éxito, la existencia del tribunal universitario ha sido cuestionada en muchas ocasiones. Consideró llegado el momento para que los universitarios nos pongamos a escudriñar sobre el particular. El rector Leonardo Lomelí haría bien en convocar a ese ejercicio, para mostrar que la institución puede comenzar a cambiar y ponerse acorde con la transformación de la nación que apenas ha iniciado, pues, falta casi todo por renovarse en el terreno educativo del país.

Coletilla: sueño con la llegada del día en que, en la contraportada de la Gaceta UNAM, a página entera, aparezca publicado un texto que, más o menos diga: “la mayoría de los estudiantes y profesores de la institución decidieron erradicar en definitiva de las aulas el pernicioso escolasticismo” (enfermedad educativa denunciada por Célestin Freinet, desde la primera mitad del siglo XX; con cierto parecido a lo que, tiempo después, plantea Paulo Freire acerca de la educación bancaria). ¡Elevemos la mirada de la educación! 

*Profesor en la UNAM jimenezmyt@gmail.com

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