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Embajadores y Cónsules

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En enero de 1989 el mundo estaba en los albores de una nueva era. El Réquiem iniciaba para la URSS precedido por la caída del Muro de Berlín en noviembre de ese año. Los bloques comerciales ya no eran aspiración sino necesidad incluso para potencias que sabían que no podrían solas enfrentar la competencia global. Se asomaba la democracia y el libre mercado como paradigmas que decretaban el “fin de la historia”, como escribió Francis Fukuyama. La geopolítica agitada y en transición a una geoeconomía.

En ese convulso año, Fernando Solana Morales, funcionario de gran respeto y siendo titular de la SRE institucionalizó la reunión de invierno con los Embajadores y Cónsules mexicanos. Aprovechando los tiempos navideños y las visitas familiares a la patria, Solana pensó la oportunidad de una reunión, para más que dar línea tener un diálogo con agentes gubernamentales y de diversos sectores de la sociedad, Iniciativa privada y la cultura. Oportunidad para un diagnóstico del mundo y el papel de México, ni más ni menos.

A 33 años de la primera reunión, el mundo y el país han cambiado. Tres alternancias presidenciales, tres sexenios y medio bajo gobiernos divididos y un pluralismo sin precedente en el Legislativo, además de una nueva fuerza política hegemónica que desdibujó al viejo sistema de partidos, parte de la bitácora. Con esas transformaciones la Reunión se ha llevado puntual en invierno para que nuestros diplomáticos tengan un mapeo integral de la administración en turno, pero también, se supone, tener las certezas de los pasos a seguir en cada una de las 80 embajadas y 67 consulados de México en el mundo.

La reunión con el Presidente López Obrador sin duda ha sido de las más difíciles de entrañar. No es el tema de que el mandatario casi no salga del país, sino su desconcertante desinterés por la política exterior. Su clímax lo tuvo en la ausencia total del tema en el Plan Nacional de Desarrollo. Nunca ningún otro Plan había tenido una ausencia así. Se pudo criticar o alabar la mirada al exterior de antecesores en el Palacio, pero nadie lo rehuyó y más por las credenciales de México, como el tamaño de su economía, su red comercial, posición geográfica y el reconocimiento a la codificación del Derecho Internacional y al sistema multilateral.

La pandemia ha sido un reto global junto con fenómenos como el migratorio o la patología del crimen organizado y el narcotráfico que han puesto en duda la eficiencia del Estado, no obstante, el mundo sigue y seguirá siendo una comunidad de estados donde esté será el organismo que dispute todas las batallas. Habrá alianzas o trabajos conjuntos con el sector privado, la sociedad civil u otros colectivos legales, pero de lejos estamos en la utópica idea del fin del Estado.

Justo cuando el mundo está con retos de un cambio de era como lo ejemplificó 1989, México tiene como titular de SRE a un hombre que desde el primer día que entró tiene su prioridad: la candidatura presidencial de su partido (o del que sea). Una responsabilidad tan delicada como el quehacer de la política exterior llamaría a que la cancillería estuviera comandada no sólo por un experto con la obvia confianza presidencial, sino al menos por alguien que le de tiempo entero a su misión, no lo que quede después de ser apagafuegos, comprar vacunas por el mundo y lidiar con las huestes y enemigos internos de Morena. Para un político con la meta presidencial, la SRE es una camisa de fuerza. Tal vez, el atractivo de la reunión sea escuchar el último mensaje del Secretario Ebrard y aventurar al sucesor.

La movilidad en el engranaje de ascensos y un limitado número de miembros del Servicio
Exterior Mexicano es un instrumento atorado junto con posiciones de México en Nicaragua, Venezuela y Cuba o el acelerado salto sin red de dar asilo a Julian Assange. El riesgo de equiparar política exterior con la defensa de los migrantes es una trampa que descobija otros tópicos, como el cultural que produjo una crisis interna en la SRE. Parece que “somos más democráticos, pero más ensimismados en nosotros mismos”. A mitad del sexenio veremos en el discurso presidencial de clausura de la reunión unas notas que lo afirmen o quizá, nos sorprendan.

Juan-Pablo Calderón Patiño

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