viernes, marzo 29, 2024
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Atropellos y disparates

Roberto Yerena Cerdán

En anterior artículo y en vísperas de la elección de rector en la Universidad Veracruzana, advertí –como si alguien hiciera caso– que “Lo primero que debería hacer el próximo rector o rectora –por escrúpulos y compromiso con la legalidad– sería evitar la práctica nefasta y tramposa de heredar funcionarios que, al dejar de serlo y sin contar con antecedentes en la UV, obtienen algún acomodo en institutos anodinos, creados a complacencia y que, gustosos, les dan cabida en la nómina sin haber mediado convocatoria, perfil y concurso alguno y, francamente, sin ser necesarias sus dudosas aportaciones; sobre todo cuando se habla de transparencia y rendición de cuentas”.

Sin tomarla a la ligera y con evidencias reiteradas en anteriores rectorados, esta posibilidad bien se puede convertir en una constante ominosa para la UV y para algunos de sus miembros que la gestionan como si fuera su patrimonio. Me refiero a la inopinada presencia como investigadores en el Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación (CECC) de los ex colaboradores de la anterior rectora, doctores y miembros del SNI en sus tiempos libres, Edgar Valencia García y Raciel Damón Martínez Gómez. Ambos trascienden por sus aportaciones; uno, como director de la Editorial de la Universidad Veracruzana; y el otro, como Director de Comunicación Social Universitaria. Quizá por ello, tales méritos explican su actual presencia en dicho centro de investigaciones, con plaza completa y, es de suponerse, con cubículo incluido.

Su aparición, como caídos del cielo, no tendría nada de sorprenderte dada la exuberancia y esplendor de lo que en sus semblanzas dicen ser capaces, académicamente hablando, y que puede documentarse en la página de la UV, donde se cantan sus glorias. Pero mire usted, si tan solo mediara una convocatoria abierta para efectuar un concurso de oposición, previa fundamentación por parte de los miembros del CECC de la necesidad de crear sendas plazas, con perfil deseable, evaluación curricular y con tema de disertación, se daría respuesta a la legalidad y a legitimidad que debe tener todo ingreso a una vacante, sea esta de profesor o investigador. Pero al transgredir el procedimiento elemental todo queda fuera de lugar; y tal omisión significa una afrenta para quienes, semestre a semestre, concursan reiteradamente por una carga académica, muchas veces por horas y en forma temporal, que ni derecho les da al servicio médico y a otras prestaciones laborales.

No es difícil imaginar qué clase de ordenamiento fue emitido y por quién para que en ciertos escritorios de la administración universitaria se procediera a asignar las plazas de la felicidad, pasando por alto los requisitos exigidos por la propia legislación universitaria y los estatutos del personal académico. Claro está que podría suceder que ya contaban con el codiciado nombramiento que asegura su porvenir, y que solo estuvieron comisionados para cumplir sus trascendentales funciones. Sin embargo, las preguntas que surgen no las puede contestar ni el IVAI. ¿Acaso ambos ya estaban adscritos al CECC antes de ser designados como funcionarios de la rectoría y solamente retornaron a sus arduas labores de investigación en la misma institución?

No es un asunto que deba ser soslayado, pero dejando de lado circunstancias y personajes, cualquier lector se preguntará el por qué atender lo que sucede en la UV, habiendo una agenda de problemas acuciantes, a distintos niveles; y a qué sectores de la sociedad veracruzana les interesa lo que sucede al interior del Alma mater, si sus propios integrantes no parecen darse por enterados de este tipo de atropellos.

Una explicación nada aventurada consiste en que cada instituto o centro de investigaciones desarrolla sus actividades ensimismado, cultivando sus propias parcelas y fomentando las trayectorias personales, sin prestar atención a lo que hacen sus colegas en entornos vinculantes.

También se debe a que la cultura académica –tan poco estudiada– impide saber quién es quién en esta universidad, atendiendo a perfiles profesionales y capitales culturales diversos, que sin embargo no se diferencian debido a las prácticas elitistas que apuntan a deificar personajes y a mantener en bajo perfil a otros, sin que ello gravite efectivamente en el nivel agregado que debe tener la investigación para generar reconocimiento e influencia en un contexto social tan demandante. Y es en esta mezcla difusa de auténticos saberes, apantallantes líneas de investigación y presumibles jerarquías académicas donde se instalan, ascienden gradualmente y se pertrechan en sus respectivas escalas de producción científica todos aquellos que se asumen como investigadores; que de ser necesario actúan reconociendo o negando liderazgos, estableciendo alianzas o complicidades, soterrando conflictos internos o navegando plácidamente sin que nadie les exija resultados; pero siempre compartiendo un sospechoso silencio frente a lo que debería ser una práctica reflexiva sobre sí mismos, más allá de sentirse meritorios, más nunca privilegiados.

La Universidad Veracruzana –vale la pena recordarlo– es una institución pública que ha dado a muchos la formación profesional primigenia; y en el campo laboral también ha sido un nicho de estabilidad y estatus dentro de la misma que exige la nobleza del agradecimiento y la humildad en el desempeño; pero también admite la crítica a las formas de gestión administrativa y académica que dañan a la propia institución; aunque cada quien se conciba al margen de tales transacciones, pues lo que realmente importa es acceder al SNI y complementar con productividad, para lo que se requiere disciplina y laboriosidad de hormiga, y no distraerse en minucias.

Dudo que el actual rector mire hacia atrás o, acaso, hacia un lado, ya que se ha mimetizado tan pronto con la pasada administración en sus formatos y estilos de proyectar una imagen. Si el caso que comento al inicio es de tal alcance, tal vez se argumente que esta asignación de plazas forma parte de los derechos humanos y que esta situación le otorga sustentabilidad a la universidad, porque todo es posible cuando se interpretan directrices como si fueran axiomas ¿De qué sirve, entonces, que el rector publicite que la transparencia y rendición de cuentas son una prioridad en su gestión, si se siguen tolerando esta clase de chapuzas discrecionales?

En otro caso indigno de mencionar, la UV recién firmó con el SETSUV un convenio que apunta a solucionar el emplazamiento a huelga que pretendidamente estallaría el dos de febrero. Sin embargo, tales acuerdos no son definitivos en la medida que se requiere su validación mediante un procedimiento posterior que supone el pronunciamiento de la base trabajadora respecto a los términos del convenio. En este sentido no es posible concebir que la dirigencia sindical consulte democráticamente a sus agremiados. En realidad, tales acuerdos perpetran –de facto y en ambos lados de la mesa– una situación laboral de lamentable deterioro salarial a la que han sido sometidos los trabajadores universitarios en las ultimas tres décadas.

Por ejemplo, de acuerdo al convenio firmado un empleado de sexto nivel que actualmente percibe un salario base mensual de $ 5,661.60 recibirá un aumento directo de $ 198.15 (3.5%); $ 24.86 a la despensa (2.2%); $ 13.92 a la ayuda de renta (2.9%); y $ 13.77 al estímulo laboral (6.7%). En total, un incremento nominal de $ 250.70 mensuales, sin descontar impuesto y sin tomar en cuenta la actual escalada inflacionaria; equivalentes –da pena decirlo– a $ 8.35 diarios, con lo que se asciende en el patrón de consumo a medio kilo de tortillas o a un boleto de autobús con credencial del INAPAM. Nada de salidas a restaurantes con cata de vinos, y ni en sueños conducir una SUV 4×4.

El resto del acuerdo propone incrementos igualmente insignificantes que no recaen directamente en el salario. Todo esto tras “arduas” jornadas de negociación en donde –según Lisbeth Margarita Viveros Cancino, Secretaria de Administración y Finanzas– “La UV realizó su mayor esfuerzo económico con un sentido de responsabilidad y disciplina financiera”. Argumento viciado, hueco, carente de sentido, pero finalmente eficaz. He aquí los atropellos y disparates que se han normalizado en la Universidad Veracruzana, siempre ejercidos bajo responsabilidades identificadas que al paso del tiempo se evaden y escamotean la realidad.