René Montero Montano.
Luego de ver y leer el significado, lo simbolico con que se ha intentado transmitir el recuerdo, la memoria, el “no se olvida” de compromiso político de los acontecimientos del 2 de octubre de 1968, uno se pregunta si en el contexto político actual de Veracruz, hay expresiones que han distorsionado esa memoria como significante de denuncia (sobre todo en el campo universitario), como huella indeleble de un estado autoritario vigente y ante el cual es fundamental conservar una vigilancia política socialmente permanente y a la par de una crítica documentada de sus acciones, sobre todo cuando estas no responden a la erradicación de políticas públicas deshonestas. Por ello, dar cuenta del genocidio perpretado en 1968 como si se tratara de un acto o evento cívico “ñoño”, insertado en la estructura de un gobierno neoprogresista (si es que eso podemos decir de Veracruz), dibuja una mirada fallida sobre el sentido en que tendríamos que recordar ese acontecimiento políticamente indignante. Nombrarlo con el significante conmemoración ya es un sesgo que descontextualiza históricamente el abuso extremo de poder ejercido en nuestro país y facilita el pasaje a considerarlo como un hecho histórico asimilable a un civismo deslavado de compromiso político.
Para este acontecimiento histórico, el significante conmemoración puede movilizar hacia un recuerdo funerario equívoco y ambiguo, sobre todo cuando no deslinda con claridad lo político y la política de los actores que se vieron involucrados en la matanza y se presenta como un evento civico gatopardo, -mismo que nos asusta con la posible instalación de un neopriismo y su mirada ambigua de la historia.
Lo ocurrido el 2 de Octubre es un hecho indignante, un crimen de un Estado autoritario por sobre la ley y los ciudadanos. Ante ello, nos toca evidenciar que eso “nunca más”, que no puede distorsionarse con eventos neopriístas que diluyan el sentido estricto de una crítica del propio estado al que aspiramos disolver como forma deshonesta de gobernar.
Politicamente y desde el neoprogresismo vigente en México, es un acto irresponsable pintar el 2 de Octubre equivocamente. Al evitar transmitir y promover el no olvido (recuerdo) como un acontecimiento injusto, autoritario, abusivo e intolerante del Estado, las generaciones actuales y por venir corren el riesgo de olvidarlo como decisión de un gobierno indignante y trivialicen su relevancia histórica en un México que se abría paso hacia un presente que hoy intenta retomar una senda de justicia y dignidad.
Las gobernanzas estatales y municipales tendrían que ser atentas y cuidadosas con expresiones de este tipo, sobre todo en las instituciones que muestran su rostro académico y de investigación superior, en las cuales uno supone tendrían que estarse cocinando interpretaciones histórico-políticas que fortalezcan un nuevo modo de pensar y hacer las cosas… forma es fondo.
El asunto no es menor vivimos, en una época donde la busqueda de verdades ha cedido el terreno a una especie de posverdad, esto es, a la instalación de expresiones lingüísticas y simbólicas que llevan a un distanciamiento de la verdad contingente, se trata de discursividades sustitutivas que promueven el abuso del “opinionismo”, llevándolo al campo de la verdad. Esta es una tendencia mundia que se profundiza y alcanza su acmé con las declaraciones de D. Trump, que siendo ajenas a todo tipo de legitimidad verificable, permea en las creencias del pueblo norteamericano, al grado que lo posiciona nuevamente en la carrera por el gobierno de los EEUU.
Aquí no somos ajenos a estos procesos, el contexto de liberalismo individual, instalado como soporte del pensamiento de sentido común y la sobrevaloración psicologizante del “criterio personal”, arrastra sin esfuerzo a quienes aún se sostienen en lecturas laicas de la realidad -ni que decir de las gestadas desde la decisión dioses omnipotentes-. Sigamos con atención a lo que ahora ocurre en Chile, donde la derecha extrema y sus conexos despliegan una campaña intensa para convencer al pueblo chileno que la dictadura de Pinochet no existió.
Un neopriismo recorre los pasillos de Morena y de los gobiernos gestados desde su nomenclatura, dando cuenta que sus expresiones ideológicas y de autoridad política no necesariamente son legítimas ni transmiten los acontecimientos y las historias con suficiente honestidad social. Como muestra, tenemos las estrategias de marketing político en el estado de Veracruz para instalar los próximos gobernantes y legisladores, ya identificados como distantes de la realidad social de estado, pero acogidos por grupos y camarillas escasamente identificables por la ciudadania de a pie. Sin nombrarlos, la gente sabe a que me refiero, quizá en otro momento sea necesario ser más explicito.