miércoles, mayo 1, 2024
Anúnciate aquíGoogle search engine
- Advertisement -spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

8M. Ese feminismo que no es ni mujerismo ni partidismo ni meritocracia.


Por Maria José García Oramas.

Ya en 2003, Luce Irigaray, connotada filósofa y feminista francesa, a quien le agradezco haber sido mi mentora, me alertaba sobre los peligros que conllevan todos aquellos movimientos que terminaban con -ismo porque, en su opinión derivaban, inevitablemente, en fundamentalismos, es decir, en posturas ortodoxas y hegemónicas, que dejaban muy poco espacio a la divergencia, al diálogo y a la diversidad de opiniones y posturas.

Hoy en día, en el mundo tan polarizado que vivimos, donde no hay cabida más que para el negro y el blanco, sin posibilidad de reconocer sus múltiples escalas de grises, se hace realidad aquello a lo que nos alertaba Irigaray, y este 8 M no es la excepción. Particularmente en el México actual, donde ser feminista se ha convertido en una bandera variopinta que acoge en su seno a múltiples personales con múltiples causas, y también intereses- se deja del lado la razón de ser del feminismo: la promoción de los derechos humanos de todas las mujeres. Ese feminismo que no tiene como fin alianzas o divergencias con gobernantes y políticos en turno.

En este sentido, también recuerdo las palabras de otra de mis mentoras, Nancy Fraser, quien, en tiempos electorales en EEUU, analizaba las dificultades que tendría una mujer como Hillary Clinton en llegar a la presidencia justamente porque su trayectoria política no provenía de un quehacer en favor de todas las mujeres sino, por el contrario, en la meritocracia personal y claro, en su particular vínculo con las clases pudientes de su país.

El tiempo le dio la razón a Fraser y el famoso edificio de cristal que Hillary diseñó pintado todo de azul y en el cual celebraría la “ruptura del techo de cristal” al ganar la presidencia de ese país, quedó tan apagado como ella misma.

Mientras tanto, Fraser encabezaba el movimiento llamado del 99%, un movimiento social amplio a favor de la inmensa mayoría de la población y en contra de los privilegios de las mujeres del 1%, poderoso sector al que pertenecen mujeres como Hillary Clinton y muchas otras mujeres en la política –y también quienes se disfrazan de ciudadanas comunes y corrientes– en nuestro país.

Así que cuando vemos mujeres mexicanas vinculadas a sectores partidistas, a grupos de población privilegiadas, encabezando puestos de poder actuales o pasados y que hoy en día reivindican el feminismo, no podemos dejar de evidenciar la importancia de recalcar que el feminismo como movimiento social amplio no es ni partidismo ni meritocracia. Tampoco es mujerismo, es decir, tampoco queremos que los medios nos presenten la heroica e increíble vida de mujeres singulares, pasadas o presentes, sino que mejor nos recuerden a las mujeres y niñas en Irán, hoy envenenadas para que no vayan a la escuela; a las mujeres encarceladas, perseguidas, vejadas en países donde no gozan de ninguna libertad; a nuestras mexicanas madres de desaparecidos, a sobrevivientes y muertas por feminicidio; a las niñas y adolescentes violadas y encarceladas por haber abortado en países donde éste aún se encuentra penalizado. En fin, a todas y cada una de las mujeres que representan el 99% de la población en el mundo y que sufren día con día las consecuencias de vivir en un mundo patriarcal y de dominación masculina.

Por ellas marchamos, por ellas conmemoramos el 8M. Lo demás es harina de otro costal.