El impacto traumático de la caída de la URSS en las izquierdas del mundo no termina; algunas renunciaron para siempre a sus anhelos y a su historia; otras cayeron en el rincón que la historia las ubicó e hicieron, en el desconcierto, lo que pudieron; algunas más hallaron, en la periferia del sistema y para colectivos en resistencia, formas exitosas de organización y defensa frente al colonialismo interno, aprovechando las insuficiencias del capital para ocupar todo el espacio social.
No sólo ocurrió aquella caída, apareció también la fuerza descomunal de la globalización neoliberal, moldeando los hechos, las subjetividades, la ideología. Marx y los marxistas fueron desterrados de la escena pública y de los centros académicos. Conceptos lejanamente relacionados con el marxismo, como “desarrollo” y “planeación” fueron despejados de los currículos académicos. El “automatismo infalible” del mercado se volvió la verdad revelada, la certeza absoluta del pensamiento oficial, económico, político y social.
En un texto escrito hacia 1990, antes del derrumbe de la URSS, José Aricó reflexionaba: “[No] podemos hoy seguir hablando de alguna fuerza política que represente la lucha por el socialismo. Esta lucha no puede ser resumida en un partido; ella toma lugar en muy distintos niveles dentro de la sociedad. Y si ya ninguna clase tiene el destino histórico de cambiar la sociedad, y si los elementos que cuestionan o niegan el sistema se encuentran dispersos en una multitud de lugares, entonces tenemos que repensarlo todo”. Después del túnel neoliberal esas palabras resultan más severamente ciertas. Durante la existencia de la Primera, Segunda, Tercera y Cuarta Internacional, dice Aricó, las izquierdas podían pensarse como parte de un movimiento mundial, “pero hoy no existe centro ni forma alguna de integrar las luchas dispersas. Tal vez el mundo siempre haya sido así, y nosotros en la izquierda pensamos que era diferente”.
A diferencia de las derechas, que se unen por cuanto defienden intereses comunes, la unión de las izquierdas es una dificultad con fuerte apariencia de imposibilidad porque defienden idearios y, para cada corriente, el “cómo” es el reto, en la hipótesis de que todas defiendan el objetivo socialista/comunista. Las diferencias estarán también en el después de una derrota completa del capitalismo, sobre cómo construir el nuevo proyecto colectivista.
Hoy las diferencias mantienen distantes entre sí a las izquierdas más que en el pasado. Para algunas izquierdas la política institucional del presente no está en su radar. Más aún, es repudiada, pese a que, más allá del objetivo poscapitalista, el mundo en acto está ahí causando daños profundos a las mayorías de abajo. Participar en la política para transformarla, y para no dejar todo el espacio a las fuerzas capitalistas, es imperioso.
La quiebra económica, política e ideológica de la globalización neoliberal ha entrado en una fase de pronóstico reservado. Véase: 1) la crisis pandémica con dos años y medio de duración, aún sin fin previsible cuando ya la OMS ha declarado a la viruela símica “emergencia de salud pública de importancia internacional” y, claro, con más ganancias para las farmacéuticas y menos recursos para la vida de los más; 2) el serio crecimiento del riesgo para la humanidad por el conflicto en Ucrania; cada vez es menos claro saber qué significa “ganar la guerra”, mientras Rusia y EU+OTAN están empeñados en ganarla; en tanto, los discursos bélicos encendidos continúan tensando las posiciones; 3) el olvido de la inmensa crisis climática, que hoy cobra vidas humanas todos los días, mientras el fuego arrasa cada vez mayores extensiones de campos y bosques; 4) la estanflación está a la vista…
La guerra en Ucrania ha iniciado ya un colapso social derivado del hambre, empezando por África, donde los estragos por la falta de alimentos azotan a unos pueblos castigados como ninguno por el capitalismo neoliberal. Con una guerra sin fin, el hambre llegará a más y más países. Cuando la guerra empezó, Europa se preocupaba por el suministro de gas y gasolina. Pero más tarde el mundo se enteró de que Rusia y Ucrania representan 14 por ciento de la producción mundial de trigo, pero 29 por ciento de las exportaciones mundiales del mismo. Poco más tarde surgieron nuevas cifras: Rusia y Ucrania aportan 17 por ciento de las exportaciones mundiales de maíz, y 14 por ciento de la cebada. Más: aportan 76 por ciento de los productos de girasol. Rusia, en particular, domina con 50 por ciento el mercado mundial de fertilizantes provocando problemas agrícolas en lugares tan alejados como Brasil (https://bit.ly/3PE86fw).
Las izquierdas deben incorporar integralmente estos problemas a su preocupación y a su acción política. La crisis climática y las consecuencias de la guerra atenazan a las poblaciones de sus países. La derecha política y mediática defenderá como siempre los intereses capitalistas.