viernes, abril 19, 2024
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Investigadores buscan restaurar bosque de niebla en la zona de Naolinco

Yvette Sierra Praeli

En la microcuenca del río Naolinco, en el estado de Veracruz, un grupo científico busca restaurar los bosques de niebla. Una propuesta en la que también se han comprometido dos de los pueblos más grandes de la zona, Naolinco y Miahuatlán. El objetivo es tratar de revertir los cambios que desde hace varias décadas se han dado en las zonas boscosas de la región y resolver la contaminación del río.

La bióloga mexicana Claudia Álvarez, del Instituto de Investigaciones Forestales de la Universidad Veracruzana, especializada en ecología y restauración de bosques, está empeñada en marcar ese camino. Por eso, como integrante del proyecto Cambios en las prácticas, saberes y capacidades frente al deterioro ambiental en la microcuenca del río Naolinco, la científica trabaja junto con la población en la recuperación de especies nativas para cultivarlas en los viveros comunales y luego devolverlas al bosque.

Álvarez ha vivido siempre en Xalapa, Veracruz, por tanto, conoce perfectamente el clima nublado. Por eso, los bosques mesófilos no le eran ajenos cuando, durante su maestría en el Instituto de Ecología de Xalapa, se internó en un volcán para estudiar a una subespecie mexicana de la haya americana (Fagus grandifolia), un árbol muy raro en México. Después le tocó estar en los bosques secos en Puebla, pero pronto regresó a lo que conoce desde que nació: los ecosistemas de Veracruz.

En esta entrevista con Mongabay Latam, Álvarez habla de su historia y de cómo, junto con las personas que viven en las márgenes del río Naolinco, intenta detener la pérdida de esos bosques.

—Usted empezó trabajando dentro de un volcán…

—Sí, la doctora con la que trabajaba en mi maestría se dedicaba a la ecología forestal y ella me comenta que en el volcán de Acatlán, cerca de Xalapa, existía una población de una especie de árbol muy raro en México, un relicto de la glaciación, una especie que es común en Estados Unidos, Canadá y Europa, pero aquí solamente está en ciertas áreas altas de montaña. Esta especie me pareció interesante, se llama Fagus grandifolia, y decidí hacer mi tesis en ese bosque que estaba dentro de un volcán que ya no está activo. Esta es una población (de árboles) separada de todo y creo que por eso se ha conservado, pues se trata de una especie que está en peligro.

Me dediqué a investigar la ecología de esa especie, desde la hojarasca, productividad primaria, las plántulas, la producción de semillas. Son especies que no producen semillas todos los años, sino cada dos a tres. Entonces, debíamos ver la dinámica de cuánto demoraban en germinar, cuánto tiempo vivían las plántulas. En este caso eran años, pues en un estudio anterior se encontraron plántulas de 10 centímetros que tenían hasta 13 años. La estrategia de ese árbol es tener plántulas como banco de reserva en lugar de semillas.

—¿Qué descubrió en esa investigación?

—Para empezar, que se han mantenido esas poblaciones porque están arriba; eso les ha ayudado a mantenerse. Son relictos muy localizados, hay uno en Tamaulipas, en la Reserva de la Biósfera del Cielo; otro está en el volcán, y hay otra zona cerca de Xalapa, pero todo está en lugares muy altos. Sabemos que no tiene muchos usos porque la gente no la conoce mucho, son muy tolerantes a la sombra, es decir, uno entra al bosque y es oscuro, el piso está lleno de plántulas de la misma especie que están esperando que caiga algún árbol, que se haga una abertura del dosel y entonces empieza la regeneración. Son bosques que se deben conservar porque hay muy pocos.

Luego de la maestría hice mi doctorado en la Universidad de Edimburgo, en Escocia, que también tiene un Instituto de Ecología y mi asesor trabajaba en especial con estudiantes de Latinoamérica: Argentina, Chile y México. Participé en un proyecto de restauración de bosques de niebla en Veracruz. Al terminar el proyecto, que estaba financiado por la Comunidad Europea, surgió otra propuesta, pero ya no en bosques mesófilos, sino en bosque seco que estaba en mayor peligro.

—¿Cómo fue ese cambio de ecosistema?

—Es complicado trabajar en bosque seco porque hay mucho calor. En la época que no llueve, cuando está la sequía muy fuerte, hay muchas espinas por todos lados, y están los animales, culebras venenosas, mientras que en el bosque mesófilo no hay nada de eso, es muy noble. El mismo bosque seco, cuando llueve, es otro lugar, cambia completamente la vegetación, llegan muchos insectos. Más allá de las características de cada lugar para trabajar en campo lo importante fue que los experimentos que hacíamos eran muy contrastantes.

En el bosque de niebla encontramos que la gente estaba interesada en la conservación de esos bosques, había gente que decía: “Yo tengo un terreno en el que pueden trabajar”. Nosotros poníamos las plantas y la gente cooperaba; estaban atentos para no tener ganado que pasara la cerca, cuando había algún problema, nos avisaban. En cambio, en el caso del bosque seco sucedía todo lo contrario, porque es un lugar de donde la gente se va, hay mucha migración a Estados Unidos y no hay ese sentimiento de que quieran el bosque.

Por ejemplo, sabíamos de especies que ya casi no existían y cuando preguntábamos casi nadie sabía, terminábamos conversando con gente mayor que sí tenía ese cariño por ciertas especies que antes eran importantes, pero la gente joven no tiene tanto interés. Definitivamente de la experiencia de estar en experimentos de restauración en los dos ambientes, siento que es más amigable el bosque de niebla, que el bosque seco.

—Pero ahora ha retornado a los bosques mesófilos…

—Sí, estamos trabajando en esa zona donde está el volcán precisamente que corresponde a bosque de niebla. Trabajamos en la microcuenca del río Naolinco, donde hace unos años, justo antes de la pandemia, en 2019, tuvieron una sequía muy fuerte. Como es una zona que siempre ha tenido agua, entonces la gente se preocupó mucho. Debido a eso ahora están muy organizados y están haciendo viveros comunitarios en esos pueblos. Nosotros, como universidad, damos asesoría para que siembren árboles diversos y no solo los que son importantes desde el punto de vista económico, sino también los que son importantes desde el punto de vista de la conservación.

—¿Cuáles son las amenazas en esta microcuenca?

—La microcuenca del río Naolinco es una zona donde se encuentran esos pueblos mágicos, muy bonitos, con mucho turismo, donde la gente va a comer; su gastronomía es muy rica y también tiene una industria de calzado, entonces la gente va por eso. Pero hay un problema en la microcuenca: en la parte de arriba se han dedicado a la fabricación de quesos y han tenido mucho auge, por tanto, gran parte de la cuenca se ha convertido en potrero. Es un problema porque aparte de que ha disminuido la cobertura de la vegetación, estas empresas que procesan la leche para hacer el queso, a veces tiran directamente el suero de la leche al río que ahora está contaminado por el suero y también por los desechos municipales. Muchos de los pueblos de la cuenca no tienen todavía una estructura de drenaje.

Es un problema complejo, pero no pueden dejar de fabricar queso porque su economía está basada en ello. Por eso nuestro proyecto de la Universidad Veracruzana es multidisciplinario y apoya las acciones de los ciudadanos organizados. Tienen un grupo de reforestación para realizar reforestación masiva y nosotros los ayudamos en la selección de especies. Hicimos un calendario de épocas de colecta de las especies nativas que tienen en la zona y un sistema de información geográfica para ver cómo ha cambiado el uso del suelo en los últimos 25 años.

—¿Qué descubrieron con el sistema de información geográfica?

—La verdad es que la deforestación ocurrió antes de ello y se nota que ha habido como una disminución en la agricultura, pues donde antes había maíz ahora son potreros. También les estamos ayudando a ver las zonas donde sería importante reforestar y básicamente son los márgenes de los ríos.

Hay zonas como manchones muy pequeñitos de bosque, pero depende de que la gente quiera hacer reforestación en su terreno, porque todo es propiedad privada. Así podemos hacer corredores entre los pequeños fragmentos de bosque para unirlos. Es importante no solo para la vegetación, sino también para la fauna. Antes la gente cazaba mucho, pero ahora ya no, porque ya no hay qué cazar, ellos mismos dicen que casi no hay conejos, no hay armadillos. Lo bueno es que están más conscientes, organizados y están viendo qué hacer.

—¿Y qué se puede lograr con la restauración?

—De lo que se trata es de regresar a cómo estaba el bosque antes de la deforestación, pero la verdad es imposible, idéntico no va a quedar, pero se trata de que sea lo más semejante posible y recobrar los servicios ambientales que daba ese bosque. Entre esos servicios está todo lo que tiene que ver con la captación del agua, la captura de carbono, la reservas de genes de muchas especies de plantas y de animales. Entonces se tiene un bosque que está más o menos conservado y el sitio que se va a restaurar donde buscamos introducir las especies que están dentro del bosque conservado. Aunque a veces hay bosques con cobertura, pero cuando entras resulta que la composición no es parecida a la del bosque de referencia.

—Es otro bosque

—Por ejemplo, el encino es un árbol que tiene mucha demanda, pero uno entra al bosque y ya casi no hay encinos u otras especies de interés, entonces aquí la restauración se puede manejar también en un sitio donde no haya nada y tener como un ensamble de especies que puedan vivir ahí y que, de alguna manera, cumplan con las expectativas de la gente de que crezcan rápido y sean una madera importante, pero también ver que sean especies importantes para la zona, que estén en peligro y que no van a llegar solas.

También están los sitios que son bosques más degradados o bosques secundarios, que se pueden enriquecer. Otro tipo de restauración es simplemente quitar el disturbio, que sería una restauración pasiva. En ese caso lo que se hace es cercar para que ya no pase la vaca, hacer guardarrayas para que no avance un incendio en caso de que hagan limpia, tumba, roza y quema.

—Entiendo que no es la primera vez que trabaja en esta microcuenca

—El proyecto se llama Cambios en las prácticas, saberes y capacidades frente al deterioro ambiental en la microcuenca del río Naolinco, y vemos los cambios en las prácticas porque hace mucho tiempo también trabajamos ahí, por tanto, estamos viendo cómo ha cambiado la percepción de la gente y la verdad es que sí es muy distinta, por los problemas que han tenido. Es importante porque el pueblo que se llama Naolinco, es un referente turístico y las personas van a comprar zapatos y a comer. Y era también famoso porque tenía unas cascadas, entonces como que nadie asocia que exista un problema ambiental por la vegetación exuberante, pero la verdad es que sí hay problemas con el río, por la contaminación que causan las fábricas de quesos.

Es un problema complejo porque de lo que se trata es de aumentar la cobertura de vegetación y limpiar los ríos y para eso tendrían que entrar plantas de tratamiento. Por eso es un proyecto multidisciplinar. Ahora nos estamos enfocando más en la parte de los viveros y en las zonas donde hay que reforestar. También está el componente de educación, porque de lo que se trata es que los resultados de cómo han sido estos cambios en 25 años en la cobertura de la vegetación o en los cambios de uso del suelo —que básicamente son más potreros o más vacas en lugar de agricultura— y la percepción de la gente, culmine en una propuesta de educación ambiental.

Si los pobladores están informados y son conscientes de los problemas que están causando con ciertas actividades, puede haber mayor seguimiento a los programas que se propongan.

La microcuenca incluye cinco municipios, pero son dos los que tienen más área y son los pueblos más grandes. Naolinco, que es turístico, y Miahuatlán, que es donde fabrican el queso, son los que tienen mayor área dentro de la microcuenca y los pueblos con mayor cantidad de población. Por los problemas que han tenido han formado grupos ciudadanos que se quedarán a cargo cuando la universidad termine el proyecto. Ya tienen varios años trabajando en la reforestación y están muy organizados, comparando con lo que pasaba hace 10 años, cuando llegamos y los convocamos para hablar del problema y nadie iba, ahora se hacen reuniones y la gente participa.

—¿Qué cambios se han dado en estos 10 años?

—En la gente muchos, porque realmente ya están más conscientes y más preocupados. En el ambiente también hay muchos. En las entrevistas, las personas cuentan que ya no hay muchas especies, tanto de plantas como de animales, y ellos mismos recuerdan cuando nadaban en los ríos y pescaban unos camaroncitos que ya no encuentran. Incluso la gente joven, que no ha conocido todo eso, al oír las pláticas de sus papás sienten como la añoranza de que eran los sitios donde la familia se reunía los fines de semana, hacían sus picnics y ahora hay ríos que uno los ve bien, pero huelen muy mal.

Ya no son sitios como para pasar un día de campo. Y tienen añoranza para recuperar lo que se pueda. Lo que queremos dejar con este proyecto, en lo que concierne a conservación, es que ellos sepan que las semillas las tienen en su zona y ahora que ya tienen los viveros comunitarios solo deben colectar y dejarlas en las camas semilleras. No tienen que comprar la semilla, la tienen en su zona.

La otra parte importante del proyecto es organizar la información de las zonas más contaminadas, donde hubo aumento de potreros, las zonas donde se ha regenerado un poquito el bosque. Dejar esta información para que, a partir de allí, ellos sepan cómo van a manejar su territorio. Nosotros hicimos estos mapas de cambios de suelo de 25 años atrás y se ve que la zona ya estaba prácticamente deforestada.

En unos talleres con gente mayor contaron cómo en la década de los setentas hubo un auge del maíz, pero después este cultivo tuvo menos apoyo y al mismo tiempo le empezó a ir bien a la leche. Aquí, en Veracruz, hay una planta muy grande de Nestlé. En una época, la gente vendía la leche a esta empresa, pero eso ya terminó. Sin embargo, producían tanta leche que empezaron a hacer quesos, con lo cual tuvieron más auge los potreros. El problema es que hay menos agua y el agua de los ríos está contaminada.

—¿Es posible resolver los problemas del río Naolinco?

—Se están haciendo mesas de trabajo con especialistas y representantes del pueblo. Tenemos expertos en sustancias químicas, para ver qué se puede hacer con el suero de los quesos y en esas mesas están los dueños de las queserías. También habrá una feria para concientizar a la gente y para que estén informados de lo que está pasando y cómo pueden cooperar.

Hace 10 años no estaban todavía organizados y lo que hicimos fue llevar plantas de otros viveros y hacer un catálogo de las especies de la zona, fuimos a los bosques para hacer mediciones y colectas, e hicimos un listado de las especies más importantes en la región que se convirtió en un pequeño libro.

En lo que concierne a educación ambiental, se reunieron con la Secretaría de Educación Pública que tiene un programa de bosques y agua e hicieron talleres para los maestros y dejaron material didáctico. También se hizo análisis con las queserías más grandes para evaluar cuánto de residuos salía y se documentó la contaminación.

—Usted comentó que en el 2019 hubo una gran preocupación por la sequía…

—Fue grave porque nunca les había pasado, sobre todo porque se trata de una zona donde el agua nunca había ocasionado problemas. Están preocupados y por eso quieren hacer algo para que no vuelva a suceder.

También por eso es muy importante recuperar y mantener estos bosques, pues sabemos que una de las principales funciones de estos bosques mesófilos es la captación de agua. Por tanto, queremos recuperar esa capacidad que tienen los bosques de que nos den ese servicio ambiental.

Por ejemplo, la ciudad donde he vivido siempre, Xalapa, cuando era chica era común tener niebla, siempre estaba ahí la humedad, pero ahora no es así. Lo mismo ocurre en Naolinco, era una zona muy húmeda y ellos mismos dicen que el clima ha cambiado, antes no había tanto calor. Todo esto se relaciona con la cantidad de lluvias y la captación de esa lluvia que se va a los arroyos. Antes había muchos manantiales y aunque todavía los hay, a veces los manantiales están en una zona donde no hay vegetación, entonces cuando recorre ese sector de terreno para llegar a otro arroyo, pues se evapora. Por eso es importante proteger las zonas donde están los nacimientos de los ríos y los arroyos pequeños que son afluentes de los más grandes.

—¿Tiene esperanza en que no se pierdan más estos bosques?

—Creo que lo principal es que la gente esté comprometida, posiblemente ya no se pueda recuperar la vegetación que había antes, pero por lo menos se conservará lo que hay porque ahora saben que quitar esa vegetación les va afectar.

Hay árboles que han desaparecido por completo y especies que eran muy comunes y ahora no son tanto. Hemos encontrado algunas especies que son muy importantes, por ejemplo, para el día de los muertos. De hecho, ese día todo Xalapa se va Naolinco donde hay una festividad tradicional y hacen unos tamales que los envuelven con una hoja de la zona. No la cultivan, sino que van al campo y la recogen. También hay unos frutos como capulines que son nada más de esa zona y los recolectan. Ahora en los viveros comunitarios tenemos plantas para reforestar o restaurar, pero queremos que incluyan este tipo de frutas o plantas que le dan identidad a la zona y que mejor que también puedan cultivarlas.

—¿Para usted qué significa el bosque?

—El bosque es importante porque nos está dando un montón de cosas que podemos ver y tocar y otras que no, pero son igual de importantes. Toda la cantidad de carbono que consumen los árboles y que está dentro de la estructura de los bosques. También la recarga de los acuíferos que ocurre cuando hay vegetación, sino el agua simplemente escurre. Y todas estas plantas y animales que quizá podrían ser la cura de muchas enfermedades. Siento que es un tesoro que tenemos guardado y hay que cuidarlo.

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