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Ucrania: dar paso a la distensión

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El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, transmitió el viernes a sus aliados europeos y a Canadá que su homólogo ruso, Vladimir Putin, ya tomó la decisión de invadir Ucrania e incluso giró órdenes a sus generales. Un canal de televisión estadounidense añadió que los servicios de espionaje esperan el comienzo de la guerra para esta misma semana, y que se llevará a cabo “con dos días de bombardeos y guerra electrónica a los que seguirá una invasión terrestre”. El consejero de seguridad nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, afirmó que “la amenaza es lo suficientemente fuerte como para que éste sea el momento de irse”, y sus declaraciones fueron seguidas por llamados de la mayoría de países europeos y de otros continentes para que sus ciudadanos eviten viajar a Ucrania o abandonen la nación si ya se encuentran ahí.

La cancillería mexicana, sin aludir al presunto riesgo de invasión rusa, señaló en un comunicado “la reducción de la conectividad aérea en Ucrania” e “invitó” a evitar viajes turísticos o de negocios por el momento “ante el creciente riesgo de quedar varados”; asimismo, sugirió a la comunidad mexicana residente allí que tome “las rutas comerciales aún disponibles si su intención es abandonar el país”. El aviso publicado ayer por la Secretaría de Relaciones Exteriores puede vincularse con la suspensión hasta nuevo aviso de las operaciones de la aerolínea neerlandesa KLM en territorio ucraniano.

Mientras en Occidente se da por sentada la invasión, se habla ya de las sanciones a las que se haría acreedora Rusia si sus tropas cruzan la frontera, y los medios incluso aventuran la fecha de inicio de la guerra, el Kremlin sostiene que se trata de un montaje tanto para consumo interno como para redoblar la entrega de armamento a Kiev. La portavoz de la diplomacia rusa, María Zajárova, denunció que los “anglosajones necesitan una guerra a toda costa, pues las provocaciones, la desinformación y las amenazas son su método favorito para resolver los propios problemas”; el ministro de Exteriores, Serguei Lavrov, acusó a Washington de orquestar una campaña propagandística en torno a la invasión; el asesor del presidente para Asuntos Internacionales, Yuri Ushakov, señaló que la escalada occidental se realizó de manera coordinada hasta dar pie a una histeria “al punto de lo absurdo”, y el propio Putin se refirió a las afirmaciones estadounidenses como “especulación provocativa”.

En medio de este ir y venir de declaraciones, el presidente ucraniano, Volodymir Zelensky, consideró que “en el espacio noticioso hay demasiada información sobre una inminente guerra a gran escala iniciada por Rusia”, e ironizó ante la prensa que “si alguien tiene información adicional sobre la invasión” la comparta con el gobierno. La actitud del mandatario ilustra lo que hasta ahora es una desproporción entre los hechos sobre el terreno y la escalada política, mediática y diplomática iniciada por la Casa Blanca y secundada por algunos de sus aliados. 

Esta elevación artificial de las tensiones dista de ser inocua: ya causó descalabros a la economía ucraniana e impulsó una ola de chovinismo exacerbado, que viene de la mano con el fortalecimiento de grupos ultranacionalistas de corte violento y filiaciones fascistas, un cóctel sumamente volátil en una sociedad integrada por un amplio sector étnica y culturalmente ruso. Cabe esperar que todos los actores involucrados se conduzcan con sensatez con la finalidad de conjurar un conflicto que sería necesariamente catastrófico y que podría salirse de las manos de quienes hoy lo azuzan en un alarde de irresponsabilidad.

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