El presidente ruso, Vladimir Putin, anunció que su gobierno envió al Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) un proyecto de resolución sobre la declaración inmediata de una tregua humanitaria en la franja de Gaza, la cual tiene un carácter equilibrado y apolítico, y dijo que la actual escalada sin precedente es resultado del fracaso de la política de Estados Unidos en la región y del incumplimiento de los acuerdos de la ONU para crear dos Eestados, uno israelí y otro palestino. Asimismo, consideró que la tarea más apremiante es levantar el bloqueo al enclave palestino y permitir el suministro urgente de medicinas, alimentos y otros artículos de primera necesidad.
Previamente, el director de la agencia de las Naciones Unidas para los refugiados palestinos (UNRWA, por sus siglas en inglés), Philippe Lazzarini, denunció que en los últimos ocho días no han podido entrar en Gaza ni una gota de agua ni un grano de trigo ni un litro de combustible, debido al inhumano castigo colectivo que Tel Aviv impuso a los 2.4 millones de habitantes en represalia por el brutal ataque contra territorio israelí perpetrado el 7 de octubre por el grupo fundamentalista Hamas.
El llamado del Kremlin resulta de máxima pertinencia en momentos en que el ejército israelí prosigue con un bombardeo que ha reducido a escombros toda la parte norte de Gaza, y acumula tropas y armamento pesado en la frontera a fin de efectuar un asalto terrestre que, de acuerdo con las expresiones del primer ministro Benjamin Netanyahu, puede conllevar un verdadero exterminio. Sin embargo, son pocas las probabilidades de que las potencias dominantes en el Consejo de Seguridad atiendan la iniciativa rusa, no sólo por la bien conocida complicidad de Washington con Tel Aviv, sino también por la erosión de las relaciones entre Putin y Occidente en el contexto de la guerra en Ucrania.
Otros países, como el propio México, Brasil o China, han instado a deponer las agresiones, salvaguardar las vidas civiles y resolver los diferendos por la vía del diálogo. En particular, el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, señaló la atrocidad de colocar a los niños en medio de las hostilidades, por lo que urgió a protegerlos y a introducir un mínimo de humanidad en la locura de la guerra. Estos posicionamientos, que destacan por desmarcarse de los tambores de guerra y buscar una salida justa al conflicto, adolecen de aislamiento y descoordinación, por lo que han tenido un impacto nulo en el desarrollo de las hostilidades. Es urgente que los gobiernos mencionados trabajen en conjunto con otras voces relevantes en la comunidad internacional a fin de presentar una postura común y ejercer la mayor presión posible para conjurar una masacre de dimensiones mayores a la que ya se perpetró.
Los riesgos de dejar que los acontecimientos sigan su curso actual son demasiado altos para dar cabida a la indolencia o los cálculos mezquinos. Además del latente peligro de que los enfrentamientos se extiendan a los países vecinos (como ya ocurrió al involucrarse el movimiento extremista libanés Hezbolá, o con el lanzamiento arbitrario por Israel de misiles contra aeropuertos sirios), las repercusiones alcanzan a personas sin relación alguna con lo que ocurre en Medio Oriente: el sábado, un niño de seis años fue asesinado y su madre apuñalada en Chicago por su casero islamófobo, mientras el lunes un presunto yihadista disparó contra varias personas y mató a dos en Bruselas.
La única manera de frenar la barbarie es la formación de un frente internacional por la sensatez y los derechos humanos, capaz de llevar a las partes a una mesa de negociaciones y de disuadir a quienes pretenden atizar las confrontaciones.