Generalizar es tramposo; ni todos los jóvenes están enfadados ni las todas las protestas son por el hartazgo juvenil. Es cierto que los jóvenes están hartos pero también muchas personas mayores que ven cómo se les va el tiempo que les queda de vida sin poder hacer aquello que quieren. O todos aquellos que han visto arruinado su modo de vida. Cada edad tiene sus expectativas susceptibles de ser frustradas, porque la pandemia ha pasado a todos por encima pero no a todos por igual. Pero la crisis sanitaria ha desgastado y ahora el hartazgo parece superar al miedo.
Primero fue el miedo a la incertidumbre y con ello la ansiedad, significativa. El paso de los meses hizo que a esas emociones se sumaran la soledad, la tristeza… Y todas ellas pesan en el ánimo para pasar a la llamada fatiga pandémica. Hoy, cuando sin acabar aún la tercera ola se escuchan murmullos de una cuarta, lo que borbotea el ánimo es el hastío y, para muchos, la sensación de indefensión; de que esta pandemia sigue sin llegar a su fin y sin poder hacer nada.
Pese a los indicios de que se vislumbra la salida con ómicron, se ha perdido la confianza en la responsabilidad colectiva para superar la pandemia, especialmente en los países donde los gobiernos han tomado las medidas más draconianas en contra de la ciudadanía. Esto se traduce en que hay gente muy enfadada y otra muy apagada, apática. La rutina, los días iguales, desalientan el ánimo y drenan la energía. Del enfado a la apatía. Todo es hastío
El enojo y el desánimo a menudo coexisten alternándose o porque conectamos con una para no conectar con la otra. Muchas personas viven en la enfado porque eso les ayuda a eludir la tristeza y la melancolía; y hay quien es al revés, no se atreve a mostrar su enfado y por eso se muestra melancólico, más apático.
Habrá costos psicoemocionales por absorber. Parece claro que serán mayores que los que habrá en México. La razón es simple, acá las autoridades apelaron siempre a la responsabilidad ciudadana, no a la imposición. Sustantiva diferencia.
