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En torno al miedo

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Entre encierros por virus mutantes, tensiones militares y sanciones económicas que se revierten en contra de los instrumentadores, más una recesión económica aunada a la eventualidad de desabasto alimentario (por el bloqueo ruso de los granos en puertos ucranianos), los gobiernos del mundo se preparan para una eventual crisis alimentaria y el resto de la población planetaria se instala en algún grado de en la escala de la incertidumbre que conduce al miedo.

El miedo se disuelve en el conocimiento, la curiosidad, la empatía y la solidaridad. Dicho de otra forma, se apodera de la persona, la hace egoísta e incluso despiadada. El miedo es un sentimiento que puede llegar a paralizar a quien lo padece al punto de hacerlo disfuncional. Sea individual y subjetivo, o social y político, altera la capacidad de conocimiento y entendimiento del entorno. Aparta del mundo, desconecta, merma el bienestar, incita a la crueldad. Dicho en breve, erosiona el tejido social. 

Cuando el tejido social se rompe, cuando el miedo se instala en el ánimo de los gobernados, se forma el caldo de cultivo más proclive para el totalitarismo. Cuando hay miedo, la manipulación sucede. Es la historia de las sociedades humanas.

El miedo hace indolentes a los conjuntos humanos, los debilita y los induce a pensar que nada se puede hacer. El miedo coarta las posibilidades vitales, ahoga existencial y afectivamente, aísla. Porque no son las circunstancias las que impiden al individuo y lo suprimen, sino el apocamiento emocional del individuo frente a esas circunstancias. El miedo se sirve de la frustración y del fracaso eventual para apocar a quien lo siente y colocarlo frente a la realidad no como un agente activo de la libertad y el bienestar colectivos, sino como un ser resignado frente a una realidad impuesta por la autoridad.

Por eso tienen sentido los llamados del gobierno mexicano a las relaciones colaborativas regionales. Son éstas las que habrán de cambiar las distorsiones del capitalismo neoliberal.

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