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En torno al anfitrión

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Iniciada en ausencia de ocho de sus miembros, la Cumbre de las Américas es ya un fracaso.

El tema bien podría ser un mero asunto regional sin mayores consecuencias, pero en la actual coyuntura es un revés adicional serio para la autoridad y capacidad de liderazgo del presidente Joe Biden y de su gobierno.

Hasta ahora, las decisiones del mandatario estadounidense han precipitado una recesión económica y mundial que, después de 40 años de racionalidad neoliberal, podría resultar mucho peor que la crisis económica de principios de los años 30 del siglo pasado y, desde luego, haber acercado la posibilidad de escalar un conflicto armado regional a un enfrentamiento bipolar entre Estados Unidos y Rusia que hasta ahora ha sido contenido en la dimensión económica y de equipamiento militar. La guerra se mantiene en un nivel de relativa baja intensidad, como lo fueron todas las guerras de Indochina (Viet Nam, Laos, Camboya) en los años 60 y 70 del siglo pasado. Biden ha revivido así sin más, sin inmutarse, el tóxico ambiente de la Guerra Fría.

Biden podrá ser un buen hombre, como dice el presidente López Obrador, pero es profundamente deficitario como mandatario.

La Cumbre de las Américas bien hubiera podido ser el escenario para introducir una actitud fresca, innovadora, hasta valiente si se quiere, a su imagen de líder del hemisferio occidental.

No fue y ahora es un presidente internacionalmente más debilitado.

Eso nunca es bueno, pero menos en la coyuntura actual.

No necesariamente es responsabilidad de una persona, también es la acartonada mentalidad imperial de un sistema incapaz de entender y adaptarse a las exigencias y realidades planetarias. No es poca cosa. Es peligroso.

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