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*Enrique Metinides: el juego, el arte, el horror

Lorenzo León Diez

Mi hermano el fotógrafo y editor Fabrizio León Diez, en 1996 (tenía 32 años de edad), descubrió al gran fotógrafo de padres griegos, Enrique Metinides, de 66 años, cuando fue contratado por el diario La Prensa, como coordinador de la imagen general del periódico, haciendo así una pausa de su trabajo en La Jornada, del que fue fundador a sus 20 años.

El “niño” Metinides, como se le apodaba al fotógrafo, ya había sido liquidado de sus labores por la cooperativa La Prensa, y fue él quien se acercó a Fabrizio para mostrarle su trabajo acumulado en su casa –según nos cuenta en el extraordinario documental de Trisha Ziff (2015) El hombre que vio demasiado -en Youtube.

En ese momento Metinides había terminado una carrera de 54 años, pues desde los nueve años empezó a tomar fotos para él mismo y a los 12 años ya trabajaba para el popular diario, cuando lo llevó a la redacción el fotógrafo de nota roja, que coincidía con el niño en sus faenas informativas.

Si no hubiera topado con Fabrizio, Metinides no habría pasado a la historia de la fotografía universal y quizá, como suele suceder, hubiese pasado mucho tiempo –si es que algún artista descubriera post mortem su archivo– para que el viejo fotógrafo sentara cátedra en el arte fotográfico.

El teatro de los hechos es el título que Fabrizio y su equipo de editores (Alfonso Morales entre ellos) dieron al libro publicado en el año 2000 (Ortega y Ortiz Editores), cuatro años después de que se conocieran. 

Este volumen editado profesionalmente, con una curaduría impecable y una excelente impresión, pronto fue el cimiento que permitió la fama mundial de Metinides, quien presentó su trabajo retrospectivo en dos fastuosas exposiciones en Nueva York (2006 y 2008), meca del género policiaco y de accidentes, urgencias y carcelario. 

Fue una sorpresa para el gremio de historiadores, críticos y artistas de la fotografía este hombrecillo con mirada pulcra, transparente, que tendía un universo compacto. Aparecía un maestro que trabajaba intensamente a tiempo que Andy Warhol fundará su movimiento Pop Art, donde la fotografía de accidentes fue un eje visual nodal en el despliegue de la Fábrica.

Pero no solamente Metinides fue un fotógrafo cotidiano de las desgracias de la Ciudad de México que archivaba en papel y negativos, también era coleccionista de noticias de este género aparecidas en los diarios y las revistas. Pero sobre todo coleccionista ¡de juguetes! relacionados con las patrullas, la policía, los bomberos, las ambulancias, los hospitales.

El documental es una obra cabal y compleja a la altura de ese raro temperamento de un hombre del linaje de Eugéne Atget (1857-1927) y Gaspard-Félix Tournachon, más conocido como Nadar (1820-1910), hombres callejeros que son la raíz del oficio paradigmático de la modernidad. El primero con sus imágenes arqueológicas de París, el otro con su retrato funerario.

¿Qué es lo que hace diferente a Enrique Metinides de la nutrida y veterana tropa de fotoreporteros de nota roja? ¿Algún otro u otros podrían alcanzar la fama de un humilde compañero que ni soñando se imaginaba ser alabado por los más destacados fotógrafos del siglo XX y lo que va del XXI?

Es una pregunta que puede encontrar respuestas en obras literarias y filosóficas. En tres autores principalmente: Thomas De Quincey, Georges Bataille y Johan Huizinga.

La relación entre el crimen y el juego, la violencia y la belleza, está planteada en obras como El asesinato como una de las bellas artes, de De Quincey, quien señala que estas imágenes “suspenden el tiempo y crean un mundo diabólico”. 

Es precisamente la primera imagen de un cadáver que retrata el niño Metinides, un degollado cuya cabeza la muestra el trabajador de la morgue, y la siguiente, un asesino sujetado por dos policías. El asesino así, en la imagen de Metinides “queda apartado de la región de las cosas humanas” como el público que se condensa de inmediato alrededor de la coalición de autos, camiones, aviones estrellados, que suspenden el tiempo. Efectos escénicos donde el pueblo (como el de las plazas para contemplar la ejecución) observa la desgracia, multitud (de la que Metinides nos hace parte), “en sí misma una especie de oscuridad”.

Dice el pensador Georges Bataille: “Es preciso situar el crimen en la lógica de una situación, en la dinámica de un régimen, en la totalidad histórica a la cual pertenece, en lugar de juzgarlo, en sí, según que se llama, equivocadamente, moral pura”. Útil conceptualización para aprehender las metáforas “casi religiosas” de Metinides, como dice un crítico en el documental sobre la fotografía de la niña con el brazo succionado por un molino de carne. ¿A qué se debe esta religiosidad? Los rostros de los que contemplan la desgracia son impasibles, es como si el dolor que se despliega en esos instantes “diabólicos” los desprendiesen de “las cosas humanas”: no hay estupor, ni sorpresa ni repulsión. Es –dirá Bataille- una fascinación que “hace temblar al momento de su exhibición, una tentación para el culpable quien, a partir del desastre que el crimen (y el accidente) representa, tiene la posibilidad de una llamarada, desastrosa también”.

En las lides de la fotografía contemporánea y su historización y crítica, Metinides fue un acontecimiento inesperado. Nadie sabía de él que publicó durante lustros sus fotografías en las primeras planas. Era uno más de la compañía de fotoreporteros que inundan con sus tomas las ciudades. En el cúmulo de noticias e inmerso totalmente en el juego de la desgracia, Metinides era un maestro escénico y parecía, dice Fabrizio, que policías, paramédicos, choferes de ambulancias, ministerios públicos, médicos forenses… trabajasen para él, quien inventó las claves de urgencias para la Cruz Roja y participaba tanto en los accidentes que terminaba por convertirse también en un rescatista.

El filósofo alemán Huizinga ha presentado como nadie más la naturaleza profunda del juego o el jugar. Lo mejor de sus análisis, comenta sobre él Pascal Quignard, tal vez resida en la afirmación de que el juego propone el mismo tipo de la totalidad. Lo que dice este pensador del juego nos explica el por qué Metinides es una artista fuera de serie, pues está totalmente dentro del juego que aboca a la muerte. “El juego es tensión, vaivén dialéctico, secuencia, desenlace y vuelta a empezar” (comprar al día siguiente otra vez el periódico, para ver las travesuras del niño Metinides, quien tanto jugaba con las imágenes extremas, como con sus juguetes que iba coleccionando). Un niño con su cámara en las calles sangrientas, el hombre que vio demasiado, afortunado título del trabajo superior de Trisha.

Fabrizio León y Alfonso Morales escriben en su prólogo al Teatro de los hechos: “Metinides es decano del fotoperiodismo policiaco mexicano, maestro de la oportunidad y las artes narrativas, autor de secuencias que son novelas, dueño celoso de imágenes tan punzantes como el filo de un cuchillo”.

Metinides falleció el martes 10 de mayo a los 88 años. Afortunadamente alcanzó a ver su reconocimiento nacional e internacional y lo que sigue sin duda es una tarea para sus colegas mexicanos en algo que podría ser un Museo Metinides, donde se muestre su archivo fotográfico y su colección de juguetes. La encrucijada es: ¿será un museo para niños o para adultos?

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