Una obra como la que escribió Daniela Spencer, El combate. La vida de Lombardo Toledano (Debate. 2018), le espera a la vida de Fidel Velázquez, que seguramente no es tan espectacular como la del teziuteco de Puebla.
Porque Fidel Velázquez ya no requiere de una ideología, precisamente, sino es él mismo una condensación del poder obrero ya completamente corporativizado con el Estado. La ideología de la Revolución Mexicana estuvo siempre asociada al movimiento campesino, más que al obrero, que fue influido primero por el socialismo revolucionario europeo. La escritura de Flores Magón marcó a grandes líderes como al general Francisco J. Mujica; influido después por el socialismo soviético, y uno de sus ejemplos estelares es el de Garrido Canabal en Tabasco y, significativamente, Lombardo Toledano.
Las movilizaciones que conoció el cardenismo, el fuego abierto por el general michoacano contra las compañías petroleras norteamericanas e inglesas había menguado. Los movimientos fascistas como los que encabezó el general de origen villista Nicolás Rodríguez, los Camisas Doradas, habían sido derrotados. Los contratos colectivos fueron ya un trámite que terminó en esas juntas obrero-patronales para fijar salarios y sanseacabó. El presidente Adolfo López Mateos emergió de la Secretaría de Trabajo por esas razones.
Todos los lunes, al mediodía, el viejo líder obrero nos recibía a la fuente en su discreto despacho en la casona de La Tabacalera, sencillo en cuanto más, solamente un pequeño escritorio metálico con unas sillas al frente, donde nos sentábamos los reporteros para interrogar y escuchar a don Fidel.
Así, antes de la pregunta pronunciábamos, don Fidel, aunque no lo quisiéramos, nuestra pregunta era, debía ser, reverencial. El líder estaba inmóvil y así permanecía durante toda la conferencia. Nos saludaba a cada uno de mano, sin levantarse de su silla y luego quedaba quieto, su mano regordeta sobre la corbata impecable, un silencio extremado por sus rasgos faciales, secos, inexpresivos totalmente. Nunca, ni por asomo, una sonrisa. ¿Cómo reiría realmente este hombre? Inimaginable.
Las palabras iban saliendo de su boca quedas, pausadas. Su voz, sin tono, monocorde, aunque tratase el tema más espinoso o polémico, dejaba caer sus palabras con parsimonia, a veces se escondía un dejo burlesco para señalar el desprecio que le merecía tal o cual opinión sobre él o su organización.
Tomábamos nota. A veces nos recriminaba, apunten bien lo que digo, porque luego aparecen sus invenciones. No se usaban todavía grabadoras en aquel tiempo, tuve la suerte de ser un reportero de oído, como lo eran todos los viejos periodistas que encontré la primera vez en la redacción de El Universal. Todos tomaban nota, nadie grababa y era sorprendente que tuviesen todos tan buena memoria. Yo aprendí a tomar notas. Una, dos palabras… para luego construir la frase completa. Tuve la oportunidad de conocer al famoso reportero de nota roja El Güero Téllez, que ya estaba por retirarse, pero pude ver cómo lo amaban en la redacción, su figura típica del viejo reportero con sombrero que cubrió tan brillantemente el asesinato de Trotski, colándose a la disección y describiendo el sonido de la sierra cuando le abrían el cráneo.
Casi siempre en la oficina de don Fidel, sentado en un sillón, estaba el líder de los burócratas, un famoso Pascue. Él estaba expectante, en silencio, como un zorro, quieto, igual que su jefe.
Así que lunes a lunes trabajaba la fuente, pero todos iban diario a la sala de prensa, en la planta baja, a jugar dominó. El jefe de prensa nos atendía, con café o refrescos. Yo era el más joven, por supuesto, y nunca fui invitado a esa mesa, ni yo lo quería. Me aburría enormemente verlos tan metidos en esas fichas que tenían brillante y pulida la mesa.
Así que me salía…y todos me dirigían una mirada un poco alarmados, pues sabían que yo me iba a reportear y podrían tener al día siguiente un jalón de orejas cuando vieran publicada mi nota hasta en primera plana.
En esa época nació una oposición a Fidel Velázquez en un conjunto de sindicatos que fundaron el llamado sindicalismo independiente. No eran muchos pero hacían buen escándalo al defender la figura y la tradición del charro, esos señores son respetables, con charreteras, sus sombreros, sus botas, no sé por qué –nos decía su líder– vamos llamar charros a esos bribones que rodean a Fidel Velázquez, hay que llamarlos por sus nombres, traidores, padrotes del movimiento obrero. ¿Buena nota no?
Una vez se me ocurrió buscar a Demetrio Vallejo, ex líder del movimiento ferrocarrilero, militante comunista, un hombre incansable, que tenía una pequeña oficina en uno de esos edificios que rodeaban a La Alameda, donde se alquilaban despachos. Allí estaba el hombre. Me recibió, no tenía secretaria, estaba él solo, en un escritorio similar al de Fidel Velázquez, como esos muebles alquilados.
Fue buena nota. Todo lo que dijera este hombre era nota, pero por supuesto nadie de la prensa lo visitaba. Así que al día siguiente mi nota estuvo en primera plana. El jefe de información, suplente, como yo de la fuente, me llamó y sonriente me dijo. Ve con fulano de tal organización.
Estaban fúricos. Eran dos o tres líderes del movimiento ferrocarrilero oficial. Uno de ellos me dijo a boca jarro que cómo me atrevía yo a entrevistas a ese jijo…Que era un farsante. Claro que me sorprendí. Pero yo era representante de El Universal y nos respetaban, por supuesto. Así que nada más le dije: usted no es mi jefe. Y me salí.
Las fuentes obreras eran un lote importante. Y su titular, Hewet, era mi maestro. A él llegué asignado por el secretario general del sindicato de redactores de la prensa y actividades conexas, con quien me llevó mi padre, una vez que tuve mi primer entrenamiento en el Avance, un pequeño diario.
Este sindicato ocupaba un despecho en el Club de Periodistas, que sigue allí, en un bello edificio de la calle de Filomeno Mata.
Sabemos que Fidel Velázquez provenía del gremio de lecheros. En lo personal no he indagado en su historia, pero él asoma cuando Lombardo Toledano ha consolidado la unión sindical en México en un solo organismo, la CTM.
La figura rocosa de don Fidel para mí era un espectáculo en el sentido de contemplar lo impenetrable. Este hombre disponía junto con el Presidente de la República en turno, la composición de los congresos y las cámaras, la de las secretarias, de las gubernaturas y las cadenas burocráticas, la red de dirigentes de cientos de sindicatos. Por eso alguien de ellos lo declaró (la nota) Fidel Velázquez es líder de líderes.
Recuerdo una lucha independiente singular, de una fábrica Speicer. Fue un conflicto largo, los obreros recibieron apoyo de organizaciones independientes, populares, sin afiliación gubernamental, incluso de estudiantes de la UNAM y el Politécnico. Era una oportunidad para los grupúsculos de izquierda. Yo empecé a leer sus periódicos rojos y sus panfletos. Había muchos, pequeños, fragmentarios, de estudiantes principalmente.
El titular de las fuentes obreras era rico, Hewet. Era un hombre en sus 50 y tantos de origen irlandés, idéntico a Samuel Beckett. Me trataba muy bien, con respeto, me enseñó a redactar correctamente. La redacción tenía en su interior enormes desigualdades, pues solamente los titulares de las fuentes recibían el beneficio porcentual de las comisiones publicitarias. Parece que 10 por ciento. Y eran fuentes precisas y contadas. Todo lo demás eran categorías de suplencia.
Yo me interesé por describir la estructura sindical y empresarial de la redacción de El Universal y escribí un librito que tuvo éxito, se agotó. Técnica conspirativa y técnica cultural en la organización obrera, pues yo estaba leyendo profundamente a Gramsci y a Lenin.
Así que inspirado en esas causas revolucionarias reporteaba exhaustivamente sobre la condición del día al día de un sindicalismo que podía llenar plazas, como las del zócalo o el monumento a la Revolución… y hacía encuestas preguntándoles a los asistentes qué hacían aquí, qué les parecía esto. Y ya sabrán lo que me contestaban: “Somos acarreados, si no venimos no nos dan trabajo”.
Estas notas, por supuesto, eran tiradas al bote de basura frente a mis ojos por el jefe de redacción, tan fiel a su apellido: Sevillano.