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Selva del Marinero, iniciativa que promueve el turismo sustentable

La observación de aves es una de las actividades que dan forma al proyecto

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Quedarse sin arroyos: el motor que llevó a cambiar la historia

El ejido Adolfo López Mateos es una comunidad de 395 hectáreas, integrada por 38 ejidatarios y más de 100 habitantes, rodeada por la abundante selva tropical de la Reserva de la Biosfera Los Tuxtlas y el cerro El Marinero.

Para obtener la tierra que hoy conforma al ejido, en los años ochenta los campesinos ganaron territorio a ganaderos de la región. Aunque ahora los pobladores de López Mateos son un ejemplo de conservación, antes la historia era diferente.

En el campamento ecoturístico, sentados bajo la sombra de un almendro, los miembros de la asamblea cuentan que antes eran cazadores y taladores.

“Se empezó a cuidar inconscientemente, primero porque al tumbar la selva se acababa el agua y esa fue la primera motivación. De los 20 arroyos, solo quedaron dos, ya no veíamos ni armadillos, ni faisanes en los caminos. Eso alarmó a la gente”, recuerda Jose Luis Abrajam, integrante del consejo de vigilancia y guía turístico.

El tema se debatió en asambleas comunitarias. Lo primero que se acordó fue respetar la orilla de los manantiales, después se prohibió la caza con fines de venta y el saqueo de plantas.

Los habitantes se preguntaban: ¿De qué vamos a vivir? “Porque se cazaba para consumo, pero ya no se podía vender. La madera se condicionó a cortar solo para uso de casas o muebles. Empezamos a pensar en nuevas formas de subsistir”, recuerda.

Como opción, los campesinos empezaron a sembrar la palma camedor (Chamaedorea elegans), cuyo follaje se usa como ornato. También, cosecharon la malanga (Colocasia esculenta), tubérculo parecido a la papa con múltiples usos. Algunos más intentaron la siembra de maíz y frijol, pero la tierra no era apta por el exceso de humedad. Otros más migraron a estados del norte del país o a Estados Unidos.

En esos años, la antropóloga Luisa Paré llegó al ejido, el cual se localiza a 40 kilómetros de la Estación de Biología Tropical de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), por lo que no era raro que los habitantes del ejido se encontraran con estudiantes o investigadores que recorrían el lugar.

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