Era previsible, las buenas conciencias mediáticas se ceban en los hechos de violencia ocasionados por corporativos y sus subgrupos criminales en distintos estados del norte del país. El gobierno reconoce los hechos pero se resiste a considerarlos terroristas, aunque acepta la intención de mostrar músculo como reacción a las operaciones gubernamentales en Jalisco y Guanajuato la semana pasada. Es claro que la intención criminal es detener, ralentizar y de ser posible disuadir al Estado de que los enfrente.
La ofensiva mediática construye un discurso que pretende vincular al régimen de gobierno con el terrorismo y, a partir de ahí, empujar para que el conservadurismo intervencionista estadounidense presione o incluso intervenga en territorio mexicano bajo el paraguas del combate al terrorismo. Que obsesos extremistas en el espectro político estadounidense los hay de sobra, como es el caso del republicano Ted Cruz y otras fauna más de los extremismos intervencionistas estadounidenses.
En términos de políticas públicas, la prohibición de las drogas es un error tan garrafal socialmente como lo fue la prohibición del alcohol en los años 20 en Estados Unidos. Justo dos años después del fin de la Primera Guerra Mundial y que agravaría la crisis durante la Gran Depresión económica 1929/1933.
La migración europea masiva del siglo XIX hacia Estados Unidos había creado un inmenso ejército de desempleados, hacinamiento y pobreza, donde la sobreexplotación de la mano de obra era ley. Fueron los años de las luchas obreras sindicalistas y femeniles, Mártires de Chicago y sufragistas, por mencionar un par. Entre la migración, la sobreexplotación, el desempleo y la Guerra, el alcoholismo se incrementó y en consecuencia la violencia familiar. El caso de un obrero italiano que alcoholizado la tomó a patadas contra su esposa e hijos desató la indignación social, los grupos conservadores y religiosos clamaron por la prohibición y el clientelismo electoral se montó en la indignación. Se prohibieron las bebidas alcohólicas y la pesadilla se desató. La prensa, la novela negra, televisión y la industria cinematográfica construirían luego la romantización de los capos. Con las drogas sucede igual, agravado por facilidad de acceso y adictividad. Todas las civilizaciones han tenido relación con sustancias que alteran los estados de conciencia. Prohibirlas y criminalizarlas no resuelve ni uno solo de los aspectos del problema, y mucho menos el de la oferta. Por el contrario, los agrava. La explosión de opioides baratos derivados del fentanilo es consecuencia de la obscena oferta y promoción que por años hizo la industria farmacéutica de medicinas basadas en el opio, opioides les llaman.
El germen de la violencia que azotó alguna vez a Colombia y que hoy lo hace en México es la prohibición/criminalización de las drogas, no las drogas. El problema va mucho más allá de la mera seguridad pública. Toca a la salud pública y al apaciguamiento de una sociedad crispada por 12 años de violencia ad nauseam, e incluso a la seguridad financiera global.
Las buenas conciencias mediáticas y la oposición culpan el gobierno de un problema cultivado desde el último bienio del presidente Vicente Fox, cuando el Cártel del Golfo y el del Pacífico se masacraban por el control de la frontera de Tamaulipas, y que Felipe Calderón llevara a nivel snuff como elemento decorativo de la vida cotidiana. Construyen junto con conservadurismo una narrativa sesgada de la violencia que ellos sembraron y germinaron con esmero.
Mientras todo sucede, el peso se revalúa, los combustibles no incrementan su precio, la inflación se mantiene por debajo del promedio global precisamente por la insistencia de no importar gasolinas y la oposición se exhibe en un melodrama obsceno de lenguajes floridos y evidencias de putrefacción.
